Iglesia, ministerios y Pedro

04 de Abril de 2022

[Por: Eduardo de la Serna]

 




Evidentemente, cualquier organización o grupo necesita, aunque sea mínimamente una estructura. Desde una familia a un pequeño negocio, por ejemplo. Y, evidentemente también, si el negocio crece, la estructuración necesita ser mayor para funcionar bien; así habrá quien se ocupa de la proveeduría, de la limpieza, de la contabilidad, de la atención al ´publico (lo mismo vale, por ejemplo, para una escuela). Y si el negocio crece de un modo importante, la organización también lo requiere. Cuando el grupo de Jesús empezó a crecer ocurrió lo mismo. A eso lo llamamos “ministerios”, es decir, servicios. En un principio, todo indica que cada comunidad se iba dando los ministerios que ellos mismos vieran oportunos; en las comunidades de Pablo pareciera que los Corintios tuvieron una estructuración, los Tesalonicenses otra, los Filipenses otra. En todo caso, todos se remitían a Pablo que se compara como un “padre” (1 Tes 2,11) o “madre” (1 Tes 2,7) de todos. Pero pasado el tiempo, y creciendo las comunidades, empezaron a surgir ministerios más establecidos. Todos al servicio de la comunidad: los que “vigilaban” que todo estuviera bien, los “ancianos” que aportaban sabiduría y consejo, los que se ocupaban de “servir” a los enfermos, a los pobres, a los presos… Estos “vigilantes”, “ancianos” y “servidores” en griego (que era la lengua que se hablaba en casi todo el Imperio Romano) se dicen epískopos, presbíteros y diákonos (de donde más tarde vendrán los obispos, presbíteros y diáconos). Pero esa estructura, asumida en todas las comunidades, recién se establece en el siglo III (en un escrito muy importante que se llama la Tradición Apostólica, que pertenece a san Hipólito, de Roma [+236])

 

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