La caridad cristiana desde la óptica del laico

27 de Marzo de 2022

[Por: Diego Pereira Ríos]




Al pensar en la concepción de Caridad y de Justicia propuesta en la Doctrina Social de la Iglesia nos trae una cuestión que me parece importante (coincidiendo con el n.2 de la encíclica Deus Caritas Est de Benedicto XVI) acerca del problema del lenguaje. Esto no es nada nuevo pues ya Galilea, hacia 1972, proponía que un obstáculo para la comprensión de la fe tiene que ver con las crisis de lenguaje que se dan entre una generación y otra. De ahí que lo que entendemos hoy acerca del amor y la justicia, en una atmósfera posmoderna y contaminado por el mundo de las redes sociales, puede estar muy lejos de la propuesta de Jesús.  

 

Considero que la caridad cristiana, al ser enseñada y aprehendida como una de las virtudes teologales a través de la cual podemos amar a Dios, ha dejado de lado la dimensión fraternal, con la cual no hemos desarrollado el amor hacia nuestros prójimos. O como mucho, el desarrollo de una relación intimista con Dios, nos lleva a amar a nuestros prójimos de un modo puramente espiritual sin entrar en contacto realmente con ellos, muchas veces reduciéndolo al círculo familiar, a las amistades o al grupo parroquial, pero pocas veces nos alcanza a aquellos que están sufriendo a causa de la injusticia humana. En esto hay un grave error de transmisión de un mensaje, en un uso equívoco del lenguaje.   

 

De ahí que se nos hace urgente una nueva comprensión de la caridad en términos de extenderla de forma incluyente, sobre todo a los que sufren, a los que son sometidos, a los excluidos sociales, algo que nos lleva directamente al campo de la política. Si es que el amor engloba la existencia entera ayudando al sujeto a salir de su yo encerrado en sí mismo, para poder ir al encuentro del otro, este acto de valentía exige una liberación personal (DCE 6) de lo aprendido, para redescubrir un Dios que nos lleve a servir de modo más efectivo a los demás. Si percibo en mí la necesidad de liberarme, debo entender también que son muchos los hermanos en situaciones de opresión y negación. Y a partir de las acciones concretas poder “pedir a los hombres que se reconcilien con Dios, invitarlos a un futuro nuevo, a la libertad, a la paz y a la justicia” (Moltmann, J., El lenguaje de la liberación, 1974). Y esto lo logramos efectivamente en el campo político. Allí nos hermanamos todos al confluir en la justicia como bien superior. 

 

Una de las utilidades de esta nueva visión, vivida así la caridad, es que nos embarca en un camino de purificación de lo que hemos aprendido acerca de la misión del cristiano, especialmente del laico, frente a la responsabilidad social: tomar conciencia de la realidad histórica (Ellacuría) para poder redefinir la caridad a partir de la injusticia social que vemos y sentimos. Debemos buscar el bien común de todos nuestros hermanos, desde una caridad social y política (DSI 207) que nos lleve a dar nuevas soluciones a estructuras sociales, políticas y económicas que vemos y que siguen generando divisiones sociales. “Se trata de que pensemos inmediatamente en esas situaciones dramáticas en las que se encuentra una gran parte de la humanidad” (Biot, F., Teología de las realidades políticas, Sígueme, 1972).

 

Si al ver pensamos y nos cuestionamos acerca de las situación de nuestro prójimo, “amarlo en el plano social significa, según las situaciones, servirse de las mediaciones sociales para mejorar su vida, o bien eliminar los factores sociales que causan su indigencia” (DSI 208). Y las mediaciones sociales tienen que ser modificadas por medio de una activa participación –de partes de los laicos- en las cuestiones políticas (movilizaciones, integración de grupos, gremios, sindicatos, etc.) para luchar efectivamente y devolverle a todos la dignidad. En este sentido la caridad política nos conduce a “traducir en las estructuras políticas, y a través de unos medios políticos, las exigencias fundamentales de la caridad” (Biot, F., Ibidem)

 

En cada paso que demos debemos actuar eficazmente, ya que insistentemente el Papa Francisco nos invita y desafía cada año en las celebraciones por la Jornada Mundial de los Pobres, y nos sigue cuestionando. Nosotros ¿en qué logramos percibir este acento del Papa por poner al pobre en el centro de la reflexión eclesial? En las homilías de las misas de cada domingo, ¿escuchamos algo al respecto? En nuestra actual cotidianeidad estamos siendo testigos del abuso de poder de los sectores oligárquicos, unidos a movimientos evangélicos, que siguen promoviendo un liberalismo de mercado en el cual sólo importa el dinero para unos pocos. Como laicos debemos luchar por “recuperar la democracia, la libertad de opinión, recuperar la capacidad del ciudadano para controlar las burocracias privadas de las empresas transnacionales y así poner la economía al servicio de la vida humana…es la tarea de la realización del bien común” (Hinkelammert, F., Totalitarismo de mercado, Akal, 2018).

 

Desde la misión que cada laico lleve a cabo desde su profesionalidad, se trata de hacerse cargo de la realidad y además de cargar con ella (Sobrino), pasar de la idea a la acción que debe poner en cuestión el orden injusto, invocando la justicia propuesta en el Evangelio. No es sólo denunciar los abusos sino que “el amor político quiere transformar la situación de los pobres…abogar por sus derechos, humanos, sociales y políticos” (Sobrino, J., Perfil de una santidad política, Koinonía) para generar cambios estructurales. Con ello no podemos no elegir un partido político, pero debemos elegir aquel partido que se acerque en su propuesta efectiva al Reino promovido por Jesús. Pero justamente nos tocará también integrarlo para que podamos ser más eficaces en su accionar.

 

*Imagen tomada de: https://nosoyasistenta.com/el-por-que-deberia-dejar-de-emitirse-entre-todos/ 

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