Los signos en clave evangélica

21 de Marzo de 2022

[Por: Armando Raffo, SJ]




“Esta generación es una generación malvada; pide un signo, 

pero no se les dará otro signo que el de Jonás” (Lc. 11, 29)

 

Llama la atención que Jesús formule una afirmación que, a primera vista, suena dura y tajante para con el pueblo de aquella época, también, para nosotros. Según el evangelio, la afirmación del maestro se habría desencadenado a partir del elogio de una mujer cuando le dijo: “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!” Jesús, como corrigiendo a la mujer, dice: “¡Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan!” Seguidamente, Jesús proclama que aquella generación era malvada por pedir signos de tipo maravilloso o de corte mágico y da una pista sobre qué entender por signo en clave evangélica. 

 

En la Biblia y, muy especialmente, en el Nuevo Testamento, los signos guardan cierta identidad con los milagros; es decir, los milagros eran considerados signos de la presencia o acción de Dios en medio del pueblo. Cabe notar que Jesús nunca realiza milagros (signos) para castigar ni para salvarse a sí mismo, así como tampoco los hace para mostrar poder. Los “signos” a los que alude Jesús no son ostentosos ni maravillosos, sino que se caracterizan por realizar de forma incoada lo que significan. Es decir, son signos que hablan de otra cosa y que siempre tienen que ver con la vida que anuncia Jesús para sus congéneres. Jesús, apelando a la figura de Jonás, procura clarificar qué ha de entenderse por signo en clave evangélica: “… no se les dará otro signo (milagro) que el de Jonás”. 

 

Obviamente, hay que ir al libro del profeta para entender qué quiso decir Jesús con tal afirmación. Jonás es uno de los profetas menores que fue enviado por Yahvé a predicar en Nínive que se caracterizaba por ser una ciudad atravesada por la injusticia y la maldad.  Jonás se resiste a llevar adelante tal misión y huye. Una vez embarcado y en alta mar se desencadena una fuerte tormenta amenazando naufragio. Los navegantes sospechan que algún dios sería el responsable de la grave situación y descubren que Jonás huía de Yahvé y que ello explicaría lo que estaba ocurriendo. Cuando le preguntan qué habrían de hacer para calmar a Yahvé, Jonás responde indicándoles que debían arrojarlo al mar, es decir, al ámbito del mal y la confusión. Ellos obedecen y el mar se calmó. El texto continúa narrando que un gran pez se tragó a Jonás y que permaneció en su vientre tres días, que es lo mismo que decir que estuvo el tiempo necesario para procesar, en medio de la confusión, la misión que Yahvé le había encomendado.

 

El texto relata una sentida y profunda oración de Jonás en la que acaba recordando la misericordia de Yahvé y su fidelidad. Después de esa experiencia, aparentemente extraña pero notablemente simbólica, el texto afirma que Yahvé ordenó al pez que vomitara a Jonás en tierra firme. Jonás ve fortalecida su propia fe y se compromete a obedecer a Yahvé. Desde esa experiencia espiritual tan honda como dramática, Jonás parece asumir la misión que Yahvé le había encomendado y se encamina hacia Nínive para denunciar el pecado en que vivían sus habitantes y anunciar el desastre que caería sobre la metrópoli. Así como Jonás estuvo tres días en el vientre del pez, es decir el tiempo necesario para realizar el proceso que le diera el valor para predicar, también necesitó tres días para llevar a cabo su misión.

 

Por otra parte, es claro que Jonás esperaba que la desgracia cayera como un rayo sobe aquella ciudad como una prueba de su identidad profética. Ello explica su disgusto cuando ve que sus habitantes se convierten y que no llega el castigo prometido. Tan es así que Jonás se instala al oriente de la ciudad esperando ver el castigo sobre la ciudad. En esa espera, Yahvé hace que un ricino crezca y le de sombra para su espera. El ricino pronto se marchita por un gusano que había entrado al frágil arbolito. Sin el ricino y padeciendo el sol al punto de sofocarle, Jonás empieza a desfallecer y desea su muerte. Yahvé aprovecha la situación para darle una lección mostrándole que se había compadecido por un ricino sin que él hiciera nada y que al cabo de un día había perecido. Luego Yahvé le dice: “¿No voy a compadecerme de la metrópoli dónde viven más de ciento veinte mil personas que no distinguen el bien del mal, y una cantidad de animales?”. 

 

¿A qué se refiere Jesús cuando dice que no se les dará otro signo que el de Jonás? El texto contiene muchos signos en el sentido más general del término como, por ejemplo, el pez que se traga a Jonás o el ricino que dura un día. El mar en el Nuevo Testamento es el lugar del peligro y del mal. Cuando Jonás se resiste a llevar adelante la misión encomendada, se desencadena una gran tormenta que culmina con él en el vientre de un pez durante tres días. Allí experimenta un proceso espiritual hondo que le lleva a proclamar que la salvación viene de Yahvé. Después de eso es que va a predicar a Nínive y se demora tres días en ello. El resultado es que la ciudad se convierte y Yahvé manifiesta su compasión por aquel pueblo. 

 

Lo más llamativo es que Jonás se enoja cuando percibe que el pueblo se había convertido y que Yahvé no lo había castigado. Lo que mueve a Yahvé para enviar a Jonás a predicar es que le había llegado la maldad en que vivían los ninivitas. Es obvio que el castigo nunca fue anunciado; fue Jonás quién imaginó que tendría que llegar un castigo para los habitantes de Nínive. Todo parece indicar que Jonás se había olvidado de la misericordia que Yahvé había tenido para con él. 

 

Podemos concluir que el signo de Jonás es la misma predicación que llevó a cabo. La palabra anunciada por tres días y a toda la metrópoli logró lo que se proponía. El número tres representa, normalmente, el tiempo necesario para que algo nuevo ocurra. Así como tres días estuvo Jesús en el vientre de la tierra, tres días estuvo Jonás en el vientre de un pez y tres días se demoró en predicar a los ninivitas. Así mismo, los vaivenes del proceso de Jonás son una profunda lección de humanidad. ¿Quién no se resiste ante una misión difícil?, ¿quién no huye espiritualmente ante una misión compleja?, ¿cómo es posible realizar un proceso espiritual sin acoger los miedos y sin procesarlos? También es cierto que Jonás pierde el rumbo y lo único que desea es que ocurra lo que él había anunciado. En algún momento perdió de vista el sentido de lo que anunciaba y se quedó estancado en el momento de la mera denuncia. 

 

Cuando los contemporáneos de Jesús pedían signos, milagros, esperaban cosas mágicas y deslumbrantes. Jesús les dice que no habrá otro signo más que el de Jonás, es decir, el signo, la palabra, que brotando de la compasión puede denunciar con autoridad la muerte que amenaza a los pueblos y anunciar la vida abundante que Dios promete a quiénes se dejan tocar por ella.   

 

Imagen: http://2.bp.blogspot.com/-Cn1DTjLcH_A/VLz1ArsnieI/AAAAAAAAEVQ/gAdy3oAHS_0/s1600/Jonas.jpg

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