Todos hermanos inacabados

21 de Marzo de 2022

[Por: Rosa Ramos]




Buscamos la coherencia.

Procuremos acortar la distancia entre lo que pensamos y lo que hacemos. 

Pero recordemos: la coherencia perfecta es imposible. 

Nos volveríamos locos y seríamos insoportables a los otros. 

Paulo Freire

 

Este año Margarita Saldaña Mostajo ha publicado en España un nuevo libro: “El hermano inacabado. Carlos de Foucauld” y el prólogo lo hace nada menos que la reconocida teóloga Mariola López Villanueva. Me llegó “como anillo al dedo”, lo leí en el momento justo y ya no lo tengo conmigo, es bueno que circule. Tras algunas vivencias recientes muy intensas, quiero compartir en este artículo, no un análisis del libro, sino algunos ecos interiores que han crecido como círculos en el agua tras lanzar una pequeña piedra.

 

Pronto será canonizado el Hermanito Carlos de Foucauld, y hasta el Papa Francisco en la Encíclica Fratelli tutti lo cita de modo especial como modelo inspirador, como “hermano universal”. Los santos ya no se pintan con aureola, ni circulan historias fantásticas en revistas de vidas ejemplares, pero es difícil que en el imaginario popular cuando se habla de un santo, no se lo piense como una persona muy diferente a las demás y fundamentalmente no se lo crea un ser “perfecto” o “Cero defecto”. Pues la virtud del libro de Margarita, esta mujer española, que vivió en Montevideo varios años y ahora reside en París, es precisamente mostrar y documentar profusamente, que quien deseaba ser hermano universal, fue en realidad un hombre, un hermano inacabado. El libro muestra la tensión entre el ideal y la realidad, entre la búsqueda y la realización. 

 

Las dificultades y contradicciones del Hno. Carlos aparecen a lo largo del libro, pero hay un capítulo especial dedicado a “las sombras” en su trayectoria. Sombras en ciertas relaciones humanas que le costaron, así como cierta miopía de corte colonialista e, incluso, en su ceguera respecto a la guerra: Carlos fue un francés de su tiempo, con los “demonios” (propiciadores de divisiones) propios de su cultura. La autora del libro en todo momento y también la del prólogo subrayan esos límites, ese ser inacabado, justamente con la intención de desmitificar nuestro imaginario de los santos, pero también para subrayar la cercanía a nuestra realidad. Sus sombras lo hacen hermano nuestro.

 

Todos somos inacabados, todos peregrinos del sentido que nos humaniza o plenifica, todos somos limitados y vamos conviviendo con nuestras neuras: fragilidades, egos, dependencias, temores, ambigüedades. Casi podríamos decir que cuanto más aspiramos a caminar hacia un horizonte de plenitud, tanto más amamos la luz, más tentados somos y hasta más veces caemos en esas contradicciones que dejan ver nuestros pies de barro. Es la dinámica de la encarnación que supone, por una parte, asumir una realidad e historia personal, así como una cultura, unas categorías de pensamiento históricamente condicionadas y, por otra, una continua toma de conciencia de tales límites, ya sean propios, epocales, culturales o de clase, y, siempre, en busca de liberación profunda. 

 

O quizá, se trate más que de pelagianismo (esfuerzo sistemático y confianza en la propia voluntad), de entregar, “soltar”, y dejarnos reconciliar por Dios. Una reconciliación que algunas veces implicará metanoia, cambio radical -darnos vuelta como una media-, y otras, aceptación de los propios límites y/o contradicciones. Aquí llega el recuerdo de aquella sonrisa amplia y libre de Paulo Freire dirigiéndose a los educadores en una charla hace muchos años. (frase citada al inicio).

 

Recordemos otro santo, Pablo de Tarso, no sólo perseguidor de cristianos y responsables de la muerte del primer mártir, Esteban, sino que mucho después siendo apóstol de los gentiles nos habla del dolor que carga por “un aguijón clavado en la carne”, que no sabemos exactamente de qué se trataba y ha dado lugar a variadas interpretaciones. El hecho es que, sin poder liberarse por sí mismo, y tras tanto pedir al Señor que lo liberara, descubre que la Gracia le basta. (2 Co. 12, 7-9).

 

Como San Pablo, como Carlos de Foucauld, nos sabemos invitados y animados por Dios a seguir caminando con nuestras sombras en dirección al horizonte de Vida que vislumbramos, cayéndonos y levantándonos, en una historia plenamente humana y encarnada, que, sin embargo, por la Gracia divina se irá haciendo más y más luz para otros, provocando ondas expansivas de Reino en nuestro entorno, sea este grande o pequeño.

 

Desde lo inacabado crecemos también en humildad, podemos “colocarnos en el último lugar, en el que no nos será quitado”, esos espacios no disputados para el servicio silencioso y mínimo. Así lo aspiraba Carlos de Foucauld, más allá de que su propio carácter e inquietudes lo llevaban a moverse en otros espacios, como también lo señala Margarita Saldaña. 

 

La belleza del Evangelio se propaga desde nuestras fisuras, más que desde nuestras perfecciones. “Llevamos este tesoro en vasijas de barro” (2 Co. 4, 7). Las heridas, las fragilidades, los límites, que algunas veces nos agobian y otras son objeto de duras críticas, son espacios en los que se derrama y expande el Amor, la Gracia. Así lo han subrayado otros autores que podemos leer en esta Cuaresma para animarnos mutuamente a seguir a Jesús con nuestras cojeras y juzgar menos las de los demás (Lc. 6, 42). Anselm Grün hace décadas escribió: Nuestras propias sombras. El mismo autor años después escribió Una espiritualidad desde abajo. Vale también en este sentido el libro de Monseñor Víctor Manuel Fernández (teólogo y psicólogo): Teología espiritual encarnada. 

La alegría con sabor a Evangelio se expande cuando asumimos la encarnación, y, aunque por la impronta creatural soñamos lo perfecto, somos capaces de Amar lo imperfecto, como dice tan bien el poeta argentino: Roberto Juarroz

 

¿Cómo amar lo imperfecto, 

si escuchamos a través de las cosas (y las personas) 

cómo nos llama lo perfecto?

 

¿Cómo alcanzar a seguir 

en la caída o el fracaso de las cosas 

la huella de lo que no cae ni fracasa?

 

Quizá debamos aprender que lo imperfecto 

es otra forma de la perfección: 

la forma que la perfección asume

para poder ser amada.

 

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