05 de Marzo de 2022
[Por: Rosa Ramos]
“Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu Muerte…”
Santa Teresa de Jesús
Empezamos la Cuaresma 2022, tiempo litúrgico que la Iglesia nos regala para prepararnos para la Pascua. No podemos celebrar Pascua si no nos dejamos convertir por el dolor del mundo, si no nos vaciamos un poco de tanto ego, si no nos exponemos tal cual somos -con grandezas y miserias- ante Jesús, su vida toda entregada cada día, su pasión y su muerte, en suma, si no nos dejamos reconciliar por Dios, como dice San Pablo. (2 Co. 5, 20).
La Cuaresma nos anima a más encarnación, no a la autoflagelación anacrónica, sino a participar más conscientemente de la realidad y el presente, con lo que ellos tienen de revelación continua, de presencia de lo divino en lo humano, en particular cuando nos llega en forma de cruz.
Contemplando la realidad detenidamente, escrutando eso que solemos no querer ver, llegaremos a la Pascua, pues habremos aprendido a “contemplar la transparencia del barro”, al decir de Benjamín González Buelta. Sabemos que el Resucitado es el Crucificado, saber eso es justo y necesario para los cristianos, pero, más allá del saberlo y asumirlo, es bueno aprender a descubrirlo en el aquí y el ahora.
Esa mirada detenida es lo opuesto al “no ver”, como, por ejemplo, el del rico que no veía tendido a su puerta a Lázaro en su menesterosidad y cubierto de llagas (Lc. 16, 10-31). Es opuesta también a la mirada superficial, curiosa -y hasta morbosa- que se pasea pornográficamente por lo más íntimo o lo más doloroso de las personas y sus circunstancias.
¡Contemplar la transparencia del barro es bien diferente! Una mirada, una escucha, un tacto, que respeta, que cuida, que se conduele, que quiere llegar al meollo, a la historia, al Misterio humano-divino, desde el amor y por amor. Mirada, escucha, tacto, que no rehúyen los aspectos menos pulidos, menos perfectos, ni más dolorosos de los seres queridos ni de las historias en que han sido amasados o han amasado ellos con su barro herido, como se dijera de Simone Weil.
El tiempo de Cuaresma es un tiempo-oportunidad para este ejercicio, para desprendernos de esas gruesas capas -o vigas- en el propio ojo que oscurecen la mirada, que nos hacen ciegos. Ciegos por los intereses mezquinos (chiquitos), el consumismo y la velocidad en que nos dejamos devorar el hígado (recordar mito de Prometeo en la relectura de Byung Chul Han). También ciegos por los prejuicios que nos llevan a divisiones, discriminaciones, exclusiones y hasta guerras.
La Cuaresma puede ser ese colirio que limpia y aclara la mirada para acoger lo que Dios nos muestra, no en revelaciones especiales y secretas, sino en forma permanente y cotidiana desde la Naturaleza-Creación y desde la Historia que gestamos juntos en la ambivalencia de construcción-destrucción. La Biblia y en particular el Nuevo Testamento, nos ayudan a leer esos libros al alcance de todos. Por eso Cuaresma es tiempo que nos pide más oración, oración desde la vida y para la vida. Tradicionalmente también la Cuaresma es un tiempo litúrgico en el que además se pide “ayuno y limosna”, hoy diríamos compartir y asumir la corresponsabilidad de hijos e hijas del mismo Padre. Se trata de dejarnos interpelar por Dios que no cesa de preguntar hoy, como a Caín ayer: ¿Dónde está tu hermano? Qué has hecho con él, cuándo olvidaste que es también mi hijo/a bienamado/a?
De qué ayunar y cómo hacerlo será necesario discernirlo personal y comunitariamente. Otro tanto en relación a qué podemos hacer por los demás, evitando la hipocresía de lavarnos las manos y creer que “nada podemos hacer” ante tanto sufrimiento lejano, pero sobre todo ante el cercano.
Tradicionalmente la Cuaresma era el tiempo con el que se cerraba el Carnaval y sus excesos de unos pocos días, excesos que eran de algún modo el afloje de una vida muy dura para la mayoría, entonces se hacía penitencia para volver a Dios. Hoy tendrá sentido este tiempo, si nos ayuda a tomar consciencia de nuestros excesos y abusos permanentes de dominio, posesividad, arbitrariedad (sea a nivel macro, mundial, o a nivel pequeño y en lo cotidiano). Arrepentirnos y hacer penitencia sobre todo de la indiferencia ante el dolor de tantos hermanos, ya sea en guerras lejanas que tanto conmueven, como esas menos publicitadas a las que nos acostumbramos en nuestros barrios y hasta en las propias familias.
Que este tiempo nos encamine hacia la Pascua, sin saltearnos la Cruz. La Cruz del Hijo en la que caben todas las cruces, y desde ella nos interpela a “bajar de la cruz a los crucificados de la historia” como subraya siempre Jon Sobrino. Ante nuestros ojos se extiende un campo de cruces, de caídos en combates aéreos, o callejeros, de ancianos y enfermos que necesitan cuidado amoroso, de niños y adolescentes a los que la economía y las circunstancias les roban el futuro, trafican con sus cuerpos y sentimientos o los destruyen con diversas drogas, de mujeres violentadas a diario (en estos días celebramos con más dolor que alegría otro 8 de marzo), y tantas y tantas cruces que oscurecen el horizonte de la humanidad.
Que este tiempo de Cuaresma nos ponga de cara a la Resurrección de Jesús que es la última Palabra del Padre que nos anima al seguimiento de su Hijo “camino, verdad y vida” y nos regala la “esperanza contra toda esperanza”, pues el camino del Amor y la entrega generosa, esto de ser pan partido y compartido, no es en vano ni absurdo.
Empezamos con qué mueve a Santa Teresa a amar a Dios, antes dice qué no la mueve. Y para terminar este artículo, que quizá parezca abstracto, cuando en realidad surge de experiencias muy fuertes y concretas vividas en el último tiempo, recurro al sueño del Padre Cacho, un cura uruguayo que reescribió antes de morir hace casi treinta años el sueño de Martin Luther King y de Paulo Freire. Creo que este sueño es un sueño de Resurrección propio de una espiritualidad encarnada. Isidro Alonso, el Padre Cacho, dejó escrito este sueño de puño y letra, con tachaduras incluso:
“Sueño que todas las gentes rodeando la mesa del mundo compartan el pan que han amasado, con la harina-igualdad y la sal-libertad”.
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