“Levántense, no tengan miedo” (Mt 17, 7)

08 de Enero de 2022

[Por: Armando Raffo]




La frase que encabeza esta reflexión es dicha por Jesús a Pedro, Santiago y Juan luego de la experiencia de su Transfiguración sobre un monte alto. El relato culmina cuando Jesús dice: “Levántense, no tengan miedo. Ellos alzaron sus ojos y no vieron a nadie más que a Jesús”. (vv. 7-8)

 

Cabe notar que los evangelios sinópticos –Mateo, Marcos y Lucas- ofrecen el mismo relato con algunas diferencias entre ellos, es decir, que fueron escritos a partir de un mismo hecho y bajo la misma óptica,  pero ofreciendo algún que otro detalle que no contemplan los otros. En efecto, aunque la narración del episodio es bastante similar en los tres evangelios, el único que termina con la exhortación de Jesús a no tener miedo es el de Mateo. Trataremos de mostrar que esa alusión da una buena pista para entender, en sus justos términos, el motivo por el cual Jesús fue a orar al monte con tres de sus discípulos.  

 

El texto es reconocido por dos situaciones que tienen un toque que podríamos llamar “extraordinario o milagroso”.  Por un lado la alusión a que Jesús se “transfiguró” delante de los apóstoles que le acompañaban y, por otro, que aparecieran Moisés y Elías conversando con él. El tono maravilloso o milagrero de la narración puede llevarnos a focalizarnos en lo  ampulosamente extraordinario y perder el mensaje central que puede quedar obnubilado o en la penumbra. 

 

Como sabemos, para comprender situaciones o acontecimientos humanos, es necesario conocer el contexto en que ocurren y, en nuestro caso, además será necesario interpretar el lenguaje icónico que los evangelios contienen en general y en éste pasaje de forma especial. El texto se refiere al rostro de Jesús brillando como el sol, afirma que sus vestidos se volvieron blancos como la luz y que, en esa circunstancia, aparición Moisés y Elías conversando con él. Como es obvio, el texto pretende señalar algo especial que estaría ocurriendo con Jesús. Es necesario conocer el contexto del pasaje para entenderlo mínimamente bien. 

 

Si retrocedemos un poco en el evangelio, veremos que el texto está precedido por varios eventos especialmente significativos: un encontronazo con los fariseos y los saduceos, la profesión de fe de Pedro, el primer anuncio de la pasión y por las condiciones para seguir a Jesús. Todas ellos aluden, de una u otra manera, a la cruz y del olvido de sí mismo para ir en pos de la vida abundante. Por otro lado, después de la transfiguración, Jesús anuncia que va a resucitar después de padecer y, pocos versículos después, hace el segundo anuncio de su pasión. Se entiende así la importancia del final  del relato de Mateo: “Levántense, no tengan miedo.” (v.7)

 

¿Cómo entender, pues, el pasaje de la transfiguración desde el contexto brevemente reseñado? De entrada podemos afirmar que se trata de un momento muy importante para Jesús y que todo parece aludir a la cruz que ya aparece emergiendo en el horizonte. En efecto, el evangelio ya había anunciado la proximidad de la pasión y la importancia de negarse a sí mismo en aquella lacónica sentencia: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.” (16,24)

 

Es evidente que Jesús sintió la necesidad de rezar sobre todo lo que se iba fraguando en torno a sí y las consecuencias que, muy probablemente, se vendrían sobre él más temprano que tarde. Pues bien, en ese contexto es que Jesús se pone a rezar y comienzan a brillar su rostro y sus ropas. Los términos son muy elocuentes: “su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.”  Cómo no recordar en este momento aquella afirmación de Jesús en el evangelio de Juan: “Yo soy la luz del mundo; la persona que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.” (Jn. 8,12)

 

Por otra parte, la presencia de Moisés y Elías representan a la Ley y los profetas. Además, cuando el evangelio dice que Jesús conversaba con ellos, todo acaba con una voz que proviene de una nube luminosa que los cubrió con su sombra y dijo: “Este es mi hijo amado, en quien me complazco; escúchenle.” (v.5) Estamos ante lo que podríamos calificar como una catequesis perfecta sobre la misión y la identidad Jesús. La Ley y los profetas significan el Antiguo Testamento y se señala el inicio del Nuevo Testamento con la voz del Padre que señala a Jesús como el hijo amado en quién tiene su complacencia; se anuncia un punto de inflexión que determina el advenimiento de una novedad radical y definitiva. El diálogo de Jesús con Moisés y Elías aparecen señalando a Jesús como el culmen del proceso revelador del Padre. Él es la luz del mundo al punto de prometer que quién a la luz ella le siga, no andará en tinieblas.  

 

Qué fue exactamente lo que ocurrió en el monte, no lo sabemos, pero sí es claro que fue una experiencia importante para Jesús y también para sus discípulos. Parece claro que Jesús estaría rezando sobre su misión y las consecuencias que ya se dibujaban en el horizonte. Sin lugar a dudas, Jesús, buscaba una confirmación del Padre, con respecto al camino emprendido y las consecuencias que ya podían vislumbrarse. Cuando ello empieza a desvelarse, la luz va ganando terreno hasta convertirse en un momento especialmente luminoso. Todo resplandecía, todo era luz. Aquel encuentro con el Padre fue definitivo para confirmar su misión. La luz permite ver; la luz ilumina el camino a seguir. Los discípulos, por su parte, que estaban llenos de miedo cayeron con sus rostros en tierra. No obstante, oyeron la voz del Padre que les decía que Jesús era el Hijo amado y que ellos debían escucharle. 

 

Los apóstoles allí presentes, experimentaron algo así como Rudolf Otto describió al referirse a las experiencias religiosas como “fascinantes y tremendas”. Se trata del temor que estremece pero que también ilumina. No obstante, cabe decir que aquellos apóstoles, además de estar ante algo fascinante y tremendo, sintieron miedo. Cuando Jesús tocándolos les dice: “Levántense, no tengan miedo”, muy probablemente alude al miedo de saber que las cosas se iban a complicar. 

 

Desde cualquier lado que se lo mire, todo fue muy hondo y estremecedor. Jesús confirmando y procesando su entrega, por un lado, y los discípulos, aunque estremecidos,  percibiendo  en aquel amigo, compañero y líder, la luz del sentido verdadero para la vida;  sintieron que la divinidad se esbozaba como luz, como claridad respecto del  sentido de la vida humana. 

 

Así mismo, aquel “escúchenlo” significó para los discípulos la confirmación de Jesús como palabra del Padre. Ya no había que tener miedo, se inauguraba el tiempo de la fidelidad en medio de las dificultades y oscuridades, pasara lo que pasara. 

 

Imagen: https://rezarconlosiconos.com/images/luz/la%20transfiguracion.jpg

 

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