“Y la Palabra se hizo carne...” (Jn 1, 14)

26 de Diciembre de 2021

[Por: Francisco Javier Burgos]




Vivimos tiempos muy difíciles: una pandemia que nos ha estrujado en la cara nuestras desigualdades, las injusticias mantenidas históricamente, la industria de la violencia y la voracidad de la bien articulada maquinaria generadora de pobreza.  Es en medio de todo esto cuando me encuentro con este trozo del evangelio como manifiesto de la resiliencia divina, de la esperanza creadora y resistente, de la solidaridad acogedora, del acompañamiento silencioso y situado en el que históricamente se da la Encarnación.

 

Sí, nuestra cotidianidad está repleta de llamadas, oportunidades, desafíos, encuentros desde y en los cuales podemos re-conocer la “tienda plantada entre nosotros”. Esa mirada a lo largo del camino de nuestra existencia que nos reta a ir más allá de lo convencional, más allá de las estructuras -culturales, eclesiales, sociopolíticas, educativas-, y que nos interpela y convida al compromiso de encarnarnos con toda integridad. Hacernos ‘nosotros’ con Aquel que ha asumido nuestra humanidad en/con la libertad, la simpleza y la fragilidad de su propia Divinidad. He ahí una manera muy creativa y dinámica de como la fuerza de Dios actúa en y desde lo pequeño y desde la periferia. Una manifestación que desconcierta nuestras expectativas de grandeza, poder y dominio. 

 

Encarnarnos en realidades donde las palabras están tan vapuleadas y cercadas por estructuras de muerte es más que necesario para que la Palabra se haga carne o, mejor dicho, para reconocer que Dios camina en y con nosotras a pesar de todas nuestras incoherencias e infidelidades; para que la Vida siga siendo en abundancia, en verdad y en gracia.  

 

Creo que nuestro reto actual consiste en afrontar esas realidades de muerte y transformarlas en espacios de vida. Quizás sea mejor decir, nuestro desafío actual está en devolver la dignidad a la vida de la gente, en hacer que brote la justicia y que la paz sea posible para nuestros pueblos, que el hambre y la miseria no sean lo “nuestro de cada día”, que nos reconozcamos en cada persona con igualdad, derechos, dignidad. En fin, que abracemos la bondad Divina con la entereza de sabernos amadas con y en compromiso, en servicio, y en la solidaridad vivida como don y gratuidad.

 

Que la Palabra encarnada siga siendo Vida en nuestra casa, pan cotidiano que anima y nutre nuestro sueño común. Que nuestro caminar juntas y juntos sea espacio de transformación, lugar de interpelación y fiesta, donde se re-crea el amor de Aquel que nos amó primero.

 

Imagen: https://champagnat.org/es/la-palabra-se-hizo-carne-y-acampo-entre-nosotros/ 

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