Celebrar la Navidad hoy

18 de Diciembre de 2021

[Por: Armando Raffo, SJ]




 

“… y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.” (Lc.2, 7) A excepción del Evangelio de Marcos, que comienza con la predicación de Juan el Bautista y el bautismo de Jesús, los otros tres evangelios aluden al nacimiento de Jesús aunque de maneras diversas. Mateo se refiere al embarazo de María y señala que dio a luz un hijo a quién puso el nombre de Jesús (Mt. 1, 18-24). Juan afirma en el prólogo de su evangelio que “… la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros  y hemos contemplado su gloria…” (Jn. 1,14) Lucas, que es el evangelista que más detalles nos ofrece es, también, muy parco en sus  afirmaciones. No obstante, se esmera por recordar con cierta precisión el tiempo y el modo que ocurrió el nacimiento aludiendo, incluso, a la situación política de aquel tiempo. Afirma que Jesús nació cuando Augusto había mandado hacer un censo “en todo el mundo” y que en aquel tiempo Quirino gobernaba la Siria. También hace referencia al desplazamiento que María y José tuvieron que realizar para censarse y que fue en ese tiempo cuando nació Jesús y María lo puso en un pesebre porque no había lugar pare ellos en el albergue.  

 

Como  sabemos, los evangelios no son libros históricos tal y como se entiende en nuestros días, sino que procuran comunicar un mensaje. Por eso la palabra “evangelio” quiere decir buen mensaje o noticia: eu, buen/a,  angelos, mensaje.  Los evangelios, pues, no son ni pretender ser libros históricos aunque se apoyan en eventos históricos. Procuran comunicar una buena noticia que se expresa de distintas maneras. Los evangelios sinópticos –Mateo, Marcos y Lucas, es decir, aquellos que fueron redactados bajo una misma óptica, nacieron como complicaciones de distintas catequesis que se apoyaban eventos  específicos de la vida de Jesús, conteniendo en cada relato el núcleo del mensaje pascual.   

 

Bien podemos decir que los evangelios constituyen esfuerzos creativos para comunicar en modo narrativo y a partir de distintas circunstancias, el núcleo de la fe cristiana que se expresa, sintéticamente, en lo que se conoce como la profesión de fe de Pedro. Dicha profesión aparece como respuesta a la pregunta que Jesús hizo a sus discípulos: “Y ustedes, (…)  ¿quién dicen que soy yo?  Y Pedro responde en nombre del grupo: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo” (cfr. Mt. 16,15).

 

Pedro emerge, así, como el portavoz de lo que podríamos llamar la pequeña iglesia naciente simbolizada en los doce apóstoles. Así como doce eran las tribus de Israel que conformaban el pueblo judío que subrayaba la matriz genética del mismo y la promesa hecha a Abraham que les unía, ahora se empieza constituir la iglesia naciente que profesa a Jesús como el mesías esperado de todos los tiempos. Doce tenían que ser los pilares del nuevo pueblo de Dios que ya no se apoyaría en cuestiones raciales o geográficas, sino que, recreando la vieja promesa hecha a Abraham, se apoyaría en la luz que provenía de la vida, muerte y resurrección de Cristo.  

 

Los evangelios se fueron redactando a partir de los recuerdos que los seguidores de Jesús guardaban en sus corazones y que fueron releídos a la luz de la Pascua. En ella encontraron la luz para leer y entender la vida y el mensaje del Jesús.

 

Algo similar ocurre cuando intentamos desvelar el hilo profundo que pudo animar la vida de alguna persona querida y fallecida. Miramos retroactivamente la vida de alguien para intuir el significado profundo de sus decisiones y compromisos vitales. El final de la película permite desvelar con cierta claridad el sentido que se quiso transmitir. Obviamente, cuando eso ocurre, es más fácil entender el sentido de todas y cada una de las decisiones importantes de su vida. Se podría decir que el todo, el recorrido de toda una vida, nos permite leer la entidad escondida en cada una las partes y que estas dejan ver distintos aspectos de la riqueza que encierra una historia.

 

Teniendo en cuenta lo antes dicho, se explica, por una parte, que los relatos del nacimiento de Jesús sean tan diversos y, por otra, que el evangelio de Marcos ni siquiera lo mencione. Esa ausencia no es una limitación para comunicar el mensaje central del evangelio, sino que el redactor no consideró necesario aludir o narrar el nacimiento de Jesús para comunicar el mensaje fundamental del evangelio. Esta ausencia da pie a pensar que la narración del nacimiento de Jesús, tal y como lo describen los otros dos evangelios sinópticos y en el modo en que Juan alude al mismo, no tenía importancia en sí mismo o en cuanto dato histórico, sino como una realidad que enriquece el mensaje central de los evangelios.

 

A partir de lo antes dicho, bien podemos decir que celebrar la Navidad y adorar al niño es, últimamente, reconocer la iniciativa de la misericordia de Dios que opta por llegar a nosotros como uno de nosotros para convocarnos a optar por la vida plena que se manifestó en la vida, muerte y resurrección de Cristo. Celebrar la Navidad es agradecer a Dios que se abre camino en medio de nuestra historia para iluminarla, sin deslumbrarla ni imponerse.  Es el Dios que se allega a nosotros en la humildad de la carne, que es lo mismo que decir que se encarna como uno más, sin nada que lo distinga de cualquier otro niño, salvo la integridad de su amor. Su secreto más profundo se dejará ver en el en la entrega sin medida que caracterizó su vida y que se percibió especialmente en la manera como murió en la Cruz. Algo de ese misterio vio el centurión romano al decir: “¡Verdaderamente, este hombre era hijo de Dios!” (Mc. 15,39).

 

En la Navidad celebramos esa iniciativa divina que sin aspavientos de ningún tipo pero con la vitalidad y la energía del amor en su máxima expresión, tuvo y tiene la virtualidad de despertar y suscitar historia nueva. Esa luz que es la vida de Cristo nos deja ver el sentido de la vida. Es una luz que no encandila ni enceguece;  es la luz que ilumina el anhelo que late en el fondo de nuestros corazones. 

 

Cuando en tiempo de Navidad adoramos al niño no hacemos otra cosa que agradecer la iniciativa y el modo divino de espolear nuestros deseos más profundos tanto a nivel personal como colectivo. La encarnación del Hijo vino a despertar lo más hermoso que llevamos en nuestros corazones. Ahora bien, importa recalcar que su modo de estimular lo más hermoso de nuestras vida no es anulando nuestra libertad ni nuestra fe. A partir de la encarnación del Hijo, ya no hay lugar para manifestaciones celestiales que se impongan por su poder aplastante o que despertara el temor servil que atrofia la libertad. El nacimiento de Jesús es la expresión más contundente y fiable de lo que de forma bella canta Silvio Rodríguez: “… solo el amor convierte en milagro el barro”.

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