11 de Diciembre de 2021
[Por: Juan Quinto Regazzoni]
El modo de ser de los guaraníes, que ellos llaman ñande reko, es sobre todo un modo de ser religioso: ñande reko marangatu. Esto quiere decir que la experiencia religiosa no sólo constituye para ellos un aspecto fundamental de su cultura, sino una forma esencial de su identidad y de la conciencia de su destino. En otros términos, los guaraní de hoy no pueden ser entendidos, ni ellos mismos se entienden, si se prescinde de su experiencia religiosa”. (MELIÁ, 1991,9)
Los primeros misioneros en tierras paraguayas, Antonio Ruiz Montoya, entre otros, consideraron a los guaraníes como “ateístas” porque ellos no tenían ni templos, ni ídolos o esculturas religiosas para adorar, ni grandiosas celebraciones públicas. Quizás esa somera definición servía para librarlos de las consecuencias que recaerían sobre ellos, si se los considerase profesos de otras religiones. Eso queda muy claro en la Apología escrita por Montoya, durante las polémicas que le tocó enfrentar en su vejez. Según él, ellos jamás tuvieron ídolos, ni adoración idólatra de los que falsamente se los calumniaba; al contrario, “las naciones guaraní y Tupí han sido siempre ateístas”. (CHAMORRO 2004,123)
Entonces se pensaba que era más fácil convertir al cristianismo a aquel que no tenía religión, que al que profesaba un culto pagano. Esa suposición, impedía percibir la profunda concepción religiosa de los indígenas, ya que ni la sociedad ni los misioneros de aquellos
tiempos, tenían los conocimientos y los avances científicos que la antropología moderna nos proporciona. Es por eso que también el documento de evangelización más importante de la época, El Catecismo de Lima, solo vagamente sugiere que los indígenas divinizaban el Sol y los astros, y pedía al catequista enseñar que nada de eso era Dios.
Sin embargo, hubo también misioneros que, al observar la vida de los guaraníes, descubrieron su profunda religiosidad: “Es toda esta nación muy inclinada a religión, verdadera o falsa” apuntó el misionero y lingüista jesuita Alonso Barzana, en las últimas décadas del 1500. Ya se intuía en su estilo de vida, que ellos definían como “Ñande Reko Katu”, una espiritualidad muy próxima a la enseñanza del evangelio, que se manifestaba en los grandes principios del buen vivir (teko porã); del amor mutuo, joayhu; de la justicia ecuánime, tekojoja; del don jopói, de la economía de reciprocidad …etc.
Hoy después de los valiosos aportes de León Cadogan a mitad del siglo pasado, conocemos una de las fuentes básicas de la cosmovisión guaraní, el Ayvu Rapyta (=Fundamento de la Palabra). Allí se empieza afirmando que al origen de todo está “Nuestro
Padre Último-Primero”, que creó su divino cuerpo “de las tinieblas primigenias” (pyt? ymágui) y existía “iluminado por el reflejo de su propio corazón”, que empezó a engendrar vida, poblando el universo con entidades espirituales que animan y se manifiestan en todo hombre, animal, planta o río. (CADOGAN 2015, 24 s.)
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