Las motivaciones por las que actuamos

11 de Diciembre de 2021

[Por: Armando Raffo, SJ]




“… y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” El pasaje del evangelio de Mateo (6, 1-4) conocido como “La limosna en secreto” no es tan claro y rotundo como a primera vista parece. La sentencia de fondo parece ser que no hay que hacer el bien, como dar limosna, para “quedar bien”, sino por pura convicción personal o, en todo caso, por buscar la recompensa que sólo Dios puede dar. Utiliza varios términos que pueden ser equívocos en nuestros días como, por ejemplo, el “practicar la justicia delante de los hombres” o “que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha.” Más aún, quién desoyera esos consejos acabaría perdiendo la recompensa que sólo Dios puede dar. Todo parece indicar que hay una diferencia esencial entre la recompensa de los hombres y la de Dios.  

 

Parece claro que el punto de inflexión se encuentra, no en la recompensa en sí misma, sino en el tipo de recompensa. En el fondo se trataría de buscar la recompensa de Dios y no la que pudieran ofrecer los hombres. Ello nos obliga a tratar de entender la diferencia entre una recompensa y otra. ¿Por qué la recompensa del aprecio o la alabanza de los hombres podría ser nociva y la de Dios buena? 

 

El texto carga las tintas a la hora de calificar la malicia de buscar la recompensa de los hombres porque ello supondría caer en la hipocresía. Podríamos decir que la justicia de los hombres sería tildada, en nuestros días, de una propensión a vivir de apariencias o de procurar la aprobación de los otros a través de las acciones consideradas “buenas” en determinado contexto social. Sin embargo, esa pulsión reflejaría, en primer lugar, un deseo de ser parte de una sociedad, de estar integrado a un grupo humano, como una tendencia  natural y saludable de procurar crecer con otros. En segundo lugar o por otro lado, podría representar cierta pérdida de libertad al no actuar desde las propias convicciones, sino al golpe de lo que otros estimen positivo o encomiable.

 

Habida cuenta de lo dicho anteriormente, bien podemos pensar que Jesús se refiere a ese dinamismo hondo que nos lleva a buscar el reconocimiento de los demás aunque sin el discernimiento debido. Ese dinamismo puede desembocar en una pérdida de libertad considerable. Procurar ser aceptado por el rebaño, e incluso destacarse dentro de él, reflejaría un dinamismo algo compulsivo de la persona por descansar en la seguridad y el refugio que la aceptación de los otros pudiera brindar. Sin embargo, ello acabaría mellando la libertad y la iniciativa de las personas. 

 

Si tenemos en cuenta que la sociedad de la época de Jesús era muy estratificada y regida por la Ley, bien podemos suponer que el cumplimiento de Ley significaba la inclusión en la sociedad. La justicia del Antiguo Testamento era entendida como la necesidad de observar los preceptos divinos en forma integral. 

 

Cuando Jesús advierte sobre el peligro de “practicar su justicia delante de los hombres” no se refiere al cumplimiento de la Ley sin más, sino al peligro que entrañaría hacerlo “delante de los hombres” y para ser vistos. Teniendo en cuenta lo dicho, cobra especial relevancia el consejo de Jesús: “Así que, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas… con el fin de ser honrados por los hombres,…”. 

 

Por ese motivo Jesús subraya la importancia de dar limosna en secreto, sin que la mano izquierda sepa lo que hace la derecha. Jesús apela, pues, a la honestidad y a la convicción personal con respecto al cumplimiento de la Ley. 

Cabe notar que en aquellos tiempos practicar la justicia conforme a la Ley era considerada  una fuente de méritos y de prosperidad. Detrás de aquel “practicar la justicia delante de los hombres” se escondían otros intereses que nada tenían que ver con la intención profunda de la Ley divina. Uno de los intereses que les movía a practicar la justicia –como por ejemplo, dar limosna- era ser aceptados por los escribas y los fariseos que, más que una clase social definida, constituían grupos que permeaban las diversas capas del mundo judío.  

 

La diferencia no está, pues, en practicar la justicia sin más, sino en el motivo profundo que la mueve. Practicar la justicia bíblica ante los hombres y para agradarlos conlleva una grave pérdida de libertad. Sin embargo, practicar la justicia bíblica ante Dios, que ve en lo secreto, es fuente de libertad. ¿En qué consistiría la diferencia de practicar la justicia ante los hombres o ante Dios? Ella residiría en que mientras que cuando buscamos el reconocimiento y la aprobación, es decir, el beneficio colateral en el cumplimiento de la ley, acabamos conculcando nuestra libertad, mientras que dar limosna ante Dios, sin aspavientos –sin que la mano izquierda sepa lo que hace la derecha- alimenta la libertad. Ante Dios sabemos que no tenemos que cumplir con nada para ser reconocidos o acogidos; Dios que ve en lo secreto, es decir, que conoce nuestro interior, nuestro deseo de amar  y ser amados, nuestro deseo de hacer el bien como nuestros más recónditos egoísmos, no pide nada a cambio, sólo ofrece el respaldo de su amor para despertar y alentar nuestra libertad.

 

Cabe notar que Mateo después de hablar de la limosna en secreto se refiere a la oración y al  ayuno en secreto. El comentario sobre esas tres dimensiones de la vida –limosna, oración y ayuno- acaba de la misma forma: “… y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.”   La recompensa de Dios no es un premio a la buena conducta, es una oferta previa, está dada de antemano; su secreto es que nos ama incondicionalmente; esa es la verdadera fuente de la libertad a la que nos invita Jesús. La recompensa es la libertad de los hijos de Dios que tiene su punto de apoyo en la roca del amor de Dios que se manifestó en Cristo. “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la persecución? … Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor d Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Ro. 8,35-39).

 

Citas

 

 Echegaray, Hugo, La práctica de Jesús, ed. CEP. Lima 1981, p.113.

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