¿Tengo que pedir perdón?

27 de Noviembre de 2021

[Por: Eduardo de la Serna]




Hablando con una amiga muy querida, me contaba las cosas que dice la hija, adolescente, de su marido. Cosas no muy diferentes de las que dicen también muchos jóvenes de este lado del Atlántico. Individualismo a full, sin siquiera pensar en las pequeñas comunidades que nos configuran un poco, la familia, la escuela, el barrio… Un individualismo que, con solo mirarlo, corroe de raíz todo. Y al decir todo, quiero decir eso: ¡todo! Un “yo” tan omnipotente que no da cabida en ningún momento a un “tú” … mucho menos a un “nosotros”. Rechazo a los migrantes, a los impuestos (¡una adolescente!) … sin duda que ni ella ni los como ella han vivido lo que padecieron sus abuelos, ni siquiera sus padres… No padecieron la guerra civil y el hambre, el frío, el miedo real, allá; la dictadura, la desaparición, la explosión de un país en estas tierras… todo alentado por miedos ficticios (el migrante, el estado, y hasta el comunismo [sic]). Miedos que me recuerdan los infantiles a la oscuridad o a personajes de ficción (el cuco/coco, el hombre de la bolsa… y más tarde, una camioneta blanca). Lo grave es el miedo, que engendra luego todo lo demás, y que es provocado por un ser abominable, perverso y terrible: ¡¡¡el/la otro/a!!! Se trata de un enemigo que pone en riesgo y hace peligrar todo, aunque yo no tenga nada (resulta muy patético el rechazo a “los negros” por parte de otros que a su vez serán tratados de tales en cualquier otro ambiente).  Otro que debo despreciar, al que debo odiar y desear su desaparición, al menos de mi vista y de mi ambiente

 

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