Lo irrevocable es la dignidad y el encuentro

19 de Octubre de 2021

[Por: Armando Raffo, SJ]




“Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: ¿Puede el marido repudiar a la mujer?” (Mc. 10,2)

 

El famoso texto conocido como la posibilidad del divorcio consignado en el libro del Deuteronomio y que era decidido y llevado a cabo por los varones, afirma que: “Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no acaba de caerle bien, porque descubre en ella algo que le desagrada, le escribirá un acta de divorcio, se la pondrá en su mano y la despedirá de su casa.” (Dt.. 24,1), Como es evidente, el varón, sin tener que dar explicaciones podía, por medio de un mero certificado, divorciarse de la mujer o, mejor dicho, desprenderse de ella. Por eso mismo, la pregunta que le hacen los fariseos a Jesús evidencia su intención verdadera, que no era otra que tenderle una trampa porque sabían que no iba a convalidar esa posibilidad. Si Jesús contradecía la ley establecida en el Deuteronomio, sería acusado de blasfemo y condenado con facilidad. Evidentemente, todo parece indicar que los fariseos sospechaban que Jesús no estaría de acuerdo con tal posibilidad y, menos la del repudio de la mujer por cualquier cosa que desagradara al marido. 

 

¿Por qué preguntarle por algo que, supuestamente, ya estaría laudado? Es claro que Jesús no cae en la trampa y que aprovecha la pregunta para desvelar algo que sí es esencial para la relación entre el hombre y la mujer, por no decir entre los seres humanos en general. Jesús no se deja embretar por la pregunta que no es otra cosa que una encerrona para desacreditarlo ante el pueblo. Jesús aprovecha la pregunta para resaltar otra dimensión de la vida humana más determinante y  profunda referente a la relación entre los seres humanos en general. 

 

La pregunta de los fariseos refleja, además de un legalismo obsesivo, un machismo que tenía raíces tan largas como hondas. Por eso mismo, es especialmente interesante ver la reacción de Jesús a la pregunta de ellos. Podríamos definir su respuesta como una exégesis que acaba colocando los textos aludidos en un horizonte más amplio y profundo. Jesús acaba dándoles una buena lección de teología. Comienza respondiendo con otra pregunta: “¿Qué les mandó a ustedes Moisés?” Ellos responden apelando al dictado del Deuteronomio que consagraba el repudio a la mujer por cualquier motivo. Jesús les recuerda que el precepto aludido tuvo lugar a causa de la terquedad del pueblo, como de una concesión no debida, y que tendría algún tipo de explicación en situaciones históricas específicas. De esa forma le quita autoridad al precepto, mostrándolo como una excepción dada en determinado momento y lo dice en forma tan sucinta como clara: “Teniendo en cuenta la dureza de su corazón escribió para ustedes este precepto.” (v.5) Pero además, y quizás, lo más importante es que, además de revelar aquella norma como proviniendo de un origen espurio y, por lo tanto, inválido, da una pista clara para entender qué era lo que realmente estaba en juego en aquella discusión. La respuesta de Jesús va al fondo cuando les dice: “Pero en el principio de la creación, Dios los creó hombre y mujer” (v.6).

 

Sin decir “agua va”, Jesús resalta la misma dignidad del hombre y la mujer al señalar la complementariedad que les ha de caracterizar. Jesús va a responder a los fariseos realizando una exégesis profunda que le permitirá ir mucho más allá de lo que pudo haber significado la posibilidad abierta por Moisés, mucho tiempo atrás y debida a circunstancias específicas que, curiosamente, seguía vigente.  

 

Es claro que Jesús no apunta a discutir la posibilidad o no del divorcio en sí mismo, sino a desvelar algo mucho más profundo y determinante para la vida humana. Jesús apela a la igualdad y a la complementariedad radical entre el varón y la mujer. Desde esa perspectiva, la afirmación de Jesús fue revolucionaria. Sin ningún tipo de dudas, señala que el varón y la mujer son iguales en dignidad y radicalmente complementarios. Además, saca el problema del foco jurídico para dejar a la luz algo mucho más importante y esencial sobre la relación entre el varón y la mujer. Por eso, Jesús se remite al principio de la creación con el propósito de recordar la intención primigenia del creador. 

 

¡Cómo no recordar en este momento que el libro del Génesis no pretende contar relatos históricos de lo que pudo suceder en los inicios, sino que es el libro de los principios que rigen siempre!, es decir, de los dinamismos que siempre generan vida y también de los que generan muerte. No en vano, el libro del Génesis cuenta con dos relatos de creación que subrayan, de distinta manera, que el ser humano es relacional. “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de dios lo creó macho y hembra los creó.” (Gn.1, 27) A su vez, el relato más primitivo sostiene que Yahvé se dijo a sí mismo: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada… formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: <Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne.>” (vv.18-23)

 

Es evidente, pues, que la diferencia no significa una llamado a la dominación o a la destrucción; la diferencia invita a la complementariedad y al encuentro que despierta el amor verdadero. El encuentro desvela la novedad que importa y la vida que el mismo Dios nos invita a perseguir. Desde esa perspectiva, el desafío no es desunir sino unir; el desafío es atreverse a ir hacia el otro para descubrir que la relación nos sostiene en la dignidad ya otorgada en el acto creador. Desde ésta perspectiva, no es cierto lo que dijo Sartre sobre la convivencia en sociedad cuando sostuvo que “el infierno son los otros”. A ello llegó reflexionando sobre la libertad y, por supuesto, realzando el límite que  supone el otro para la propia expansión. Así como el límite puede marcar distancia, el terreno del otro, también puede ser entendido como el punto o el lugar del encuentro.

 

De esa forma, Jesús recuerda que el Padre nos invita a buscar el encuentro con los otros, con los diferentes, como algo central para toda vida; más aún, apelando a los comienzos, a los principios, indica que ese dinamismo no caduca, que rige y que ha de estar por encima de otros criterios relativos a las relaciones humanas. Eso es lo indisoluble, a eso no podemos renunciar.

 

¡Qué buena lección dio Jesús a los fariseos que sintiéndose mejores que otros les hizo ver además de su ignorancia la falta de sabiduría para interpretar la Palabra de Dios. Cómo no iban a saber que acatar al pie de la letra la Ley instaurada por Moisés en un momento particular y cediendo a debilidades del momento, no fueron capaces de apoyarse en lo más esencial de la fe judía: “amarás al Señor tu Dios, con toda tu alma y con todo tu espíritu y al prójimo como a ti mismo”. De esa manera, lo que Jesús establece como absoluto es el cuidado amoroso y respetuoso de las relaciones que van desde los mundos íntimos a todo el planeta. Bien podemos decir que según Jesús, la vida pasa por ahí, que pasa por crecer con los otros y con todos los otros. 

 

Cuando Jesús apela al principio de la creación, nos invita a descubrir aquello que da vida, aquello que nos sostiene y nos impulsa a crecer. Somos relación; somos con otros y desde los otros. Ese es el punto absoluto. A eso no se puede renunciar si se pretende vivir con la dignidad a la que hemos sido llamados desde el comienzo. Renunciar al encuentro y a la complementariedad entre los seres humanos es renunciar a la misma vida que siempre llega convocada por los otros.

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