En recuerdo agradecido a Luis Carlos Bernal

02 de Octubre de 2021

[Por: Armando Raffo, SJ]




El 21 de junio del corriente año falleció Luis Carlos Bernal, sacerdote dominico que dedicó gran parte de su vida al servicio de la Iglesia y del pueblo uruguayo. Sus aportes en distintos ámbitos y de diverso tipo, alimentaron la vida cristiana de muchas personas, entre las que me encuentro. De sus muchos escritos, encontré una frase que me pareció muy iluminadora para entender o, al menos, intuir, como se hace presente el Espíritu Santo en nuestras vidas. Esa frase dice así: “Dentro de nosotros hay alguien que actúa en nosotros, que está en nuestra vida para que construyamos dignamente nuestra propia y pequeña historia.”

 

Ese “alguien” al que se refiere Bernal indica al Espíritu Santo que, en muchas ocasiones, es adjetivado en la Biblia como “paráclito”, “defensor”, y que San Pablo en la carta a los romanos dice que “se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.” (Ro. 8,16) 

 

A nadie se le oculta que afirmar, sin más, que “alguien actúa en nosotros…” puede sonar a algún tipo de esquizofrenia. No es este un caso ni nada que se le parezca; antes al contrario su vida se caracterizó por su penetrante lucidez y su capacidad para relacionarse con los otros con hondura y generosidad. Para comprender algo de esa afirmación ayuda recordar aquello de que nacemos siendo muchos pero morimos siendo solo uno. Esto quiere decir que crecemos en relación y, por decirlo de manera sencilla, que somos habitados por otros que nos han sido y son significativos para contribuir a nuestra identidad. No somos mónadas aisladas y autosuficientes; somos el fruto de muchas relaciones. Ahora bien, cuando Bernal afirma que alguien actúa en nosotros, da a entender, por una parte, que el “yo” no es algo cerrado e impermeable, sino que se trata de una construcción en la que los otros tienen un lugar importante y, por otra parte, que Dios tiene un lugar especial en ese proceso. Bernal descubre en los otros y en la historia a ese “Otro” que percibe en la fe actuando para que construyamos dignamente nuestra historia.    

 

Si recordamos que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento se refieren al ser humano como un ser complejo, es decir como en tres dimensiones: cuerpo, alma y espíritu (Cfr. 1Tes. 5,23), encontramos alguna luz para intuir cómo es que el Espíritu Santo se une a nuestro espíritu y qué es lo que realmente hace. 

Aunque todo esfuerzo por definir qué se entiende por persona suele quedar corto, podemos decir que el ser humano está conformado por tres dimensiones o aspectos de la persona: a) una dimensión que se refiere a la materia con vida que nos sustenta; b) la dimensión psicológico-afectiva que se descubre en nuestras formas de relacionarnos con los otros y con nosotros mismos y, c) la dimensión espiritual, más relacionada al sentido que descubrimos y damos a la vida.

 

En la tradición judeo-cristiana, ese alguien del que habla Bernal es el Espíritu Santo quién, entre otras cosas, tiene la función de fortalecernos para dar testimonio de nuestra filiación divina. El Espíritu Santo se “une” a la dimensión espiritual a la que se refería Pablo para reconocernos como hijos de Dios y todo lo que ello significa. El Espíritu Santo ilumina y fortalece para que vivamos dignamente y con sentido. Se trata, entonces, de responder con lucidez y compromiso a las distintas demandas y solicitaciones que la sociedad en general, y los otros, en particular, van presentando.

 

Bernal entendió que Aquel que actúa en nosotros ilumina el camino a seguir y alienta la necesaria fidelidad para construir y desarrollar sociedades más justas y fraternas. Además de señalar la dimensión histórica de nuestras vidas alude al Espíritu como el que nos empuja a vivir dignamente. Esa dignidad, aunque está en todo ser humano en cuanto creado a imagen y semejanza de  Dios, está como una semilla que ha de crecer o expresarse. Con otras palabras podríamos decir que hay en nosotros una dignidad incoada que ha de crecer y desarrollarse en la historia y que es en ese espacio dónde actúa el Espíritu Santo.  

 

Importa, pues, aclarar qué entendemos por dignidad o, dignamente.  La etimología de la palabra puede ofrecer alguna luz. “Dignidad”, tiene raíz indoeuropea “dek” que significa acción de tomar o aceptación de algo que sería merecido y reconocido. La dignidad está también relacionada con la responsabilidad y cabe recordar que tiene que ver con la capacidad de responder con las propias opciones y actos a las demandas que la vida vaya presentando. Responsable es el que responde.

 

El Espíritu (la Ruah) está presente al comienzo de la Biblia en el segundo versículo del Génesis y aparece como “el viento de Dios que aleteaba por encima de las aguas.” (Gn. 1,2) A partir de ese momento Dios comienza a poner orden en el caos original para culminar su tarea creando al ser humano a su imagen y semejanza. (v.27) Aquel viento de Dios que está en el principio y participa de la creación entera, culmina con la creación del ser humano a quién se le encomienda la creación. Sintetizando, podríamos decir que al “Principio” estaba el Espíritu participando de la creación que culmina con el ser humano, quién, a su vez, tiene la tarea de multiplicarse y de ordenar todo según el deseo de Dios.

 

Es claro, pues, que el Espíritu coopera con el ser humano a fin de que cumpla con la misión encomendada desde el principio. Ahora bien, no por acaso y pocos versículos después, la Biblia relata “la caída” o el pecado original. De esa forma sitúa la creación tal y como la conocemos, es decir, una creación que, aunque marcada radicalmente por el pecado original, está abierta, en y a través del ser humano, al Espíritu que puede hacer nuevas todas las cosas.

 

Un relato similar encontramos al comienzo del Nuevo Testamento cuando Lucas narra la Anunciación. Cuando María pregunta al ángel cómo podría ser que ella diera a luz un hijo  siendo que ella no tenía relación con varón alguno, el texto afirma que el Espíritu haría lo necesario para ello. El texto afirma que “El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que va a nacer será santo y le llamarán Hijo de Dios.” (Lc.1, 35)

 

Pareciera que nos encontramos ante una nueva creación que ocurre mediante la intervención del Espíritu Santo. Se trata de la luz y el entusiasmo para que advenga la “Nueva Creación” que ha de promover al hombre nuevo, que no es otra cosa que el ser humano guiado y renovado por el Espíritu.  

 

Con mucha razón y profundidad Bernal aludió a que “alguien” actúa en nosotros para que construyamos nuestra historia dignamente, con responsabilidad. La mirada atenta y orante de Bernal le permitió percibir que construir la vida con dignidad no era, meramente, un logro suyo, sino que últimamente se apoyaba en el Espíritu de Dios que se allega a nosotros de mil maneras, aunque siempre invitándonos a responder a los desafíos que la historia va presentando. Bernal procuró, honestamente, vivir a la altura de los nuevos desafíos que la cultura iba presentando y siempre respondiendo con profundidad y generosidad. Agradecemos a Dios porque su vida y su misión constituyen uno de esos caminos por los que se acerca el Espíritu para alentarnos a vivir dignamente como hijos de Dios. 

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