“Levántate y vete; tu fe te ha salvado”

18 de Setiembre de 2021

[Por: Armando Raffo, SJ]




El pasaje del evangelio de Lucas 17, 11-19 conocido como “Los diez leprosos”, relata que cuando Jesús estaba en los límites entre Galilea y Samaria y se acercaba a un pueblo, le salieron al encuentro diez leprosos que a los gritos le decían que tenga compasión de ellos. 

 

Quizás sea bueno recordar que los leprosos no podían entrar a los poblados para no contagiar;  estaban obligados a vivir en las afueras de los mismos y a sostenerse de lo que los habitantes del lugar y los transeúntes quisieran darles para que pudieran alimentarse. Es normal que los cristianos pensemos que aquellos leprosos cuando pedían compasión, se estarían refiriendo a algo espiritual. La palabra compasión referida a Jesús remite a un universo más espiritual que a la raíz de la palabra que significa algo mucho más amplio: “sentir con” o “padecer con”. Si bien es cierto que la mirada desde nuestro horizonte cultural y a la luz de la fe, puede iluminar aquel acontecimiento como haciendo referencia a un anhelo estrictamente espiritual y trascendente, lo más probable, a nivel histórico, sea que pidieran alimento o cualquier cosa que aliviara sus padecimientos. Ese era el modus operandi de los leprosos; vivían agrupados fuera de los poblados para poder subsistir. Vivían a merced de la caridad de los habitantes de los pueblos y de los transeúntes.   

 

Cabe notar que los padecimientos de los leprosos no se limitaban a la dimensión física, es decir, a los padecimientos propios de sus enfermedades. Además de sufrir por la lepra, se veían aislados de la sociedad y, para colmo de males, se sentían culpables dado que la teología imperante sostenía que los males y las desgracias respondían, últimamente, a algún pecado cometido. En efecto, el libro del profeta Ezequiel trae un par de capítulos enteros explicando lo que podríamos llamar la ley de la retribución: “… pero si el justo se aparta de su justicia y comete el mal, imitando todas las abominaciones que comete el malvado, ¿creen que vivirá? No, no quedará memoria de ninguna de las obras justas que había practicado.” (Ez. 18, 24) “Pero si el malvado se aparta del mal que ha cometido y practica el derecho y la justicia, conservará su vida.”(v.27)

 

El resorte último de esa forma de pensar sigue vivo entre nosotros aunque no con el ropaje teológico de aquella época. La tendencia a percibir a los individuos como los exclusivos responsables de su suerte en la vida, está muy arraigada. Se tiende a pensar que aquel que logró determinados objetivos es digno de alabanza y que aquellos que no lo consiguen merecen el desprecio y la reprobación. Lo peor es que, en el fondo no hay atenuantes de ningún tipo. La responsabilidad es del sujeto. Si a una persona le “va bien en la vida” tendemos a alabarla por lo conseguido y, si le va mal, pensamos lo contrario. Con una facilidad asombrosa, perdemos de vista las circunstancias específicas en que las personas crecen y se desarrollan, así como las condiciones sociológicas y económicas en que se desempeñan. Tanto en la época de Jesús como en la nuestra, se percibe la presencia escondida y vigente de esa tendencia a vincular las desgracias padecidas a alguna transgresión a la ley, así como la abundancia y la felicidad al cumplimiento de la misma.

  

Como se vio en la referencia al libro de Ezequiel, la teología de aquella época sostenía que la desgracia, sea cual fuere, constituía algún tipo de castigo por alguna transgresión a la Ley y que la bonanza respondía a la fidelidad y la observancia estricta a dicha ley. Es claro, pues, que aquellos hombres, además de cargar con esa enfermedad y todo lo que suponía de marginación, aislamiento y sufrimiento físico, cargaban con una culpabilidad que, en definitiva, los hacía pensar que eran merecedores de sus desgracias.

 

La lectura desde la fe, o desde categorías dogmáticas, puede desatender  matices o dimensiones del relato en el plano estrictamente histórico. Si bien es cierto que el texto, como tantos otros, alimenta la reflexión teológica que puede desembocar en verdades o afirmaciones dogmáticas, también lo es que contiene otras dimensiones y mensajes que alimentan la vida espiritual desde su encarnadura histórica. 

 

Si procuramos rastrear el evento histórico que subyace al breve relato, bien podemos pensar, como se dijo, que aquellos leprosos pedían ayudas materiales para sostenerse ya que vivían de las dádivas de los pueblerinos y transeúntes. Importa recordar que en aquella época se consideraba leproso a cualquiera que tuviese alguna enfermedad seria de la piel contagiosa y, en la mayoría de los casos, incurable. Hoy sabemos que la lepra no se curaba ni que había forma de detener su avance, pero sí que había curaciones de otras enfermedades de la piel que eran catalogados como lepra. Ello explica que, en algunos casos, se verificaran curaciones. Cuando alguno consideraba que estaba curado, debía presentarse a algún sacerdote para que, después de revisado y realizado el ritual correspondiente, le diera el certificado que avalaba su sanidad y que le permitía volver a integrarse a la sociedad. Los capítulos 13 y 14 del Levítico relatan con minuciosidad todo ese proceso. 

 

Retomando el texto evangélico, bien podríamos decir que Jesús responde al pedido de los leprosos con un martes siete o con una respuesta desubicada. Los leprosos le pidieron ayuda y él les dice: “Vayan y preséntense a los sacerdotes” (v.14). Aquellos que pedían comida tuvieron como respuesta una indicación un tanto extraña. Pero, lo más sorprendente es que atienden la palabra de Jesús y se ponen en marcha. El relato continúa diciendo que aquellos hombres quedaron limpios en el camino. El mensaje es obvio: aquellos que se dejaron guiar por Jesús se fueron curando en el camino. Por algún motivo que desconocemos, aquellos hombres confiaron en Jesús. Cuando les dijo que fueran a presentarse a los sacerdotes, les estaba invitando a confiar en su palabra. No contamos con más detalles pero lo cierto es que confiaron en Jesús.

 

El relato continúa resaltando que sólo uno volvió “alabando a Dios en alta voz y postrándose con el rostro en tierra a los pies de Jesús para agradecerle”. Así mismo, el relato se apresura a de decir que el que había vuelto era un samaritano. (vv. 16-17)  ¡Cómo no recordar en este contexto aquel encuentro de Jesús con la samaritana  junto al pozo de Jacob cuando ella le dice: “ Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer de Samaria?”! (Jn. 4,9) El detalle no es menor porque deja ver la enemistad que había entre los judíos y los samaritanos. Tan es así que hasta el mismo Jesús le pregunta al samaritano curado y agradecido: “¿No ha habido quién volviera a dar gloria a Dios, sino este extranjero? Y añadió, levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (v.18)

 

¿Cómo interpretar ese comentario de Jesús? Podemos pensar que estaría dejando al descubierto una queja sobre los galileos y judíos que estaban en aquel grupo de leprosos. Es probable, también, que la idea que tenían los judíos sobre la expectativa mesiánica les inhibiera para ver en la sencillez de Jesús alguna referencia a Dios. El acento apocalíptico de la época llevaba a que los judíos esperaran una intervención divina tan ampulosa como violenta. Evidentemente, no les era fácil percibir en aquel humilde maestro la presencia de Dios. Desde otro punto de vista, es probable que el samaritano, no tan afectado por aquella forma de esperar la venida del mesías, estuviera más abierto a percibir algo divino en Jesús. No es descabellado pensar que las notas específicas de la fe los samaritanos le abrieran a descubrir algo especial en aquel hombre que no miró procedencias ni razas a la hora de hacer el bien. Sea como fuere, aquel hombre tuvo la luz y la libertad para descubrir o vislumbrar en la persona del maestro galileo, algo que reflejaba el misterio del mismo Dios.. 

 

Por algún motivo que desconocemos, Jesús despierta la confianza en aquel grupo de personas que ya no esperaban nada de la vida. Los leprosos, marcados por el sufrimiento, la vergüenza y el desprecio, confiaron en la palabra de Jesús y se pusieron en camino. Poco a poco fueron viendo cómo sus cuerpos y sus esperanzas cobraban salud y vigor. A partir del encuentro con Jesús fueron viendo cómo todo aquello que los apartaba de los demás se iba esfumando, que la esperanza ganaba terreno en sus vidas y que el encuentro con los suyos era posible.

 

Todos los leprosos se pusieron en marcha; todos quedaron curados, pero sólo uno volvió a agradecer. ¿Cómo explicar esa diferencia? Como se dijo, no es descabellado pensar que el samaritano muy probablemente no tendría la idea de un Dios que habría de irrumpir con violencia para rescatar al pueblo judío. Como su expectativa era otra, muy probablemente, estaría mejor preparado para percibir algo divino en aquel sencillo maestro procedente de galilea. 

 

Otras notas del relato pueden ayudarnos a descubrir las circunstancias que dilataron las pupilas del samaritano. Jesús no hizo acepción de personas; orientó a todos, incluso a aquellos que no eran judíos, que no eran de su grupo ni de su forma de entender la vida. Jesús no pregunta nada ni exige nada; simplemente se encuentra con aquel grupo de leprosos y les orienta con su palabra. 

 

La pregunta: ¿No quedaron limpios los diez?, refleja cierta desilusión de Jesús. No sabemos cuál fue el proceso de aquellos que no volvieron, pero sí es claro que no percibieron que detrás de aquel maestro sencillo y pobre algo mayor se asomaba. Quizás la alegría de verse curados fue tan grande que se dirigieron sin ningún tipo de miramientos hacia los suyos, hacia sus hogares, hacia aquellos que no veían desde hacía mucho tiempo. Toda esa alegría, sin embargo, no puede ocultar cierta miopía de los nueve. Probablemente no tuvieron la luz y la memoria para relacionar su salud con la palabra del maestro galileo. El apuro y la ansiedad por ir al encuentro de los suyos les inhibió, al menos en aquel momento, para percibir la hondura de lo que había ocurrido. También es cierto que los dolores persistentes y las angustias hondas tienden a reducir el horizonte de las expectativas.     

 

Muchas imágenes de Dios que circulan entre nosotros acaban inhibiendo o eclipsando el rastro de la presencia divina que se abre y manifiesta en la vida y las actitudes de Jesús. Muchos apuros y urgencias pueden desconectarnos de nosotros mismos, de los otros y de Dios. El vértigo que caracteriza a nuestra sociedad puede ser uno de los mayores obstáculos para abordar la pregunta por el sentido de la vida y para percibir el reflejo divino en todo lo que es gratuito y profundamente humano. 

 

 

Imagen: https://www.etsy.com/es/listing/535888482/la-curacion-de-los-diez-leprosos-pintado 

Procesar Pago
Compartir

debugger
0
0

CONTACTO

©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.