Desde el amor un llamado a la humildad

04 de Setiembre de 2021

[Por: Armando Raffo]




“Te aconsejo que compres… un colirio para que te eches en los ojos y recobres la vista.” (Ap. 3, 18)

 

El libro del Apocalipsis que se adjudica al apóstol Juan, luego de anunciar su procedencia divina y el objetivo que se propone el texto, comienza con las cartas que envía de parte de Jesucristo, el alfa y el omega, a las siete iglesias sobre lo que ha visto y sobre lo que va a suceder (cfr. Ap. 1,17-19). Cabe notar que sólo dos de las siete iglesias se ven exentas de críticas o reprendas importantes: Esmirna y Filadelfia y que sólo una no recibe alabanza alguna. Las cartas señalan que Jesús continúa presente como juez invitándolas a convertirse y a fortalecer su compromiso con el proyecto de Dios. Si recordamos que el siete es un número bíblico que pretende aludir a la totalidad, bien podemos pensar que pretenden alcanzar, de una manera o de otra, a todas las iglesias.

 

Cabe notar que, como se dijo, salvo en un caso, todas las cartas comienzan con un elogio sobre las virtudes de esas comunidades y en cinco de ellas subraya algún defecto a ser corregido. Un ejemplo claro es la carta a la iglesia de Éfeso. Allí, después de elogiar los trabajos y la paciencia que la caracterizaba, señala un defecto: “Pero debo decir en tu contra que has perdido tu amor de antes. Date cuenta, pues, de dónde has caído; arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera” (2,4-5).

 

La carta a Laodicea es la séptima y se caracteriza por ostentar una característica diferente a las otras. Ésta es la única que no comienza con algún elogio sino que comienza y continúa reprendiendo. En efecto, la carta a Laodicea es una reprimenda toda ella aunque acaba con una buena noticia: “Yo reprendo y corrijo a los que amo. Sé pues ferviente y arrepiéntete. Ten en cuenta que estoy a la puerta y voy a llamar; y si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos los dos.” (3,19-20)  

 

La reprimenda mayor que hace Juan a esa iglesia es la ceguera en que ha caído. La acusa de ser tibia y de creerse rica. Pero el problema más importante que la aqueja es la visión distorsionada que tenía sobre sí misma. La Iglesia se consideraba rica y autosuficiente;  ello la llevó a ser incapaz de ver la realidad en que se encontraba. Por eso es tan importante el consejo que se le indica para mejorar: que compre un colirio para recobrar la vista. 

 

Cabe notar que la carta subraya que Jesús ama a la comunidad de Laodicea y que la invita a convertirse porque el Señor está a la puerta llamando. Aquella comunidad no oía ese llamado ni percibía el amor con que Dios se acercaba a ella. Esa incapacidad para percibir el amor con que Dios golpeaba a su puerta, radicaba en que estaba llena de sí y tenía una mirada distorsionada sobre sí misma. No podía oír el llamado tan amoroso como discreto del Señor. 

 

La carta indica que hacía falta un colirio para recobrar la vista. Pero, ¿qué representaría el colirio?, ¿a qué se refiere esa imagen? El colirio es lo que permite ver bien, es un líquido que limpia y sana la retina para mejorar la visión. Podemos intuir que el colirio alude a la humildad, a dejarse corregir por los otros, a no ser autosuficientes. Jesús está golpeando a la puerta y la comunidad de Laodicea no lo oye porque está encerrada en sí misma, en su prestigio, etc. 

 

Como sabemos, la palabra humildad viene del latín “humilitas” que deriva de la palabra humus que quiere decir tierra. La humildad es procurar andar en la verdad, como diría Santa Teresa.

 

Importa notar en este momento que el saludo general a las siete iglesias destaca que es Jesús el que: “nos ama y nos ha purificado con su sangre de nuestros pecados, al que ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes…” (1,5-6) De nuevo nos encontramos con el amor por delante; un amor que nos liberó por su sangre, es decir, por su entrega. 

 

La autosuficiencia nos impide percibir ese amor que llama a la puerta para compartir el pan y festejar el encuentro. El colirio es la humildad; es el amor a la verdad pase lo que pase y cueste lo que cueste. Una pasión que debería empujarnos hacia la verdad que nos desafía a crecer y cambiar. La autosuficiencia cierra y enceguece, la humildad nos impele a vernos como somos, a pisar la tierra que nos sustenta. Si falta ese amor a la propia verdad, el peligro de procurar escondernos tras máscaras está a la mano. Más aún, ese dinamismo puede llevar a que las personas o grupos se identifiquen con la máscara que algún día se colocaron para ocultar su verdadero rostro. Cuando se llega a ese punto es muy difícil retroceder. La carta deja ver que sólo el amor puede derretir esa máscara. Por eso el texto se encarga de decir que él, el Señor, reprende y corrige a los que ama (cfr. 3,19).

 

El texto exhorta a aquella comunidad diciendo: “Sé, pues, ferviente y arrepiéntete. Ten en cuenta que estoy a la puerta y llamo.” (4,19) Y llama para compartir, para cenar juntos. Podemos intuir en esa invitación una reminiscencia de la cena pascual: “hagan esto en recuerdo mío”. De esa forma, Jesús en labios de Juan, apela al recuerdo de la última cena como la expresión más acabada del amor de Dios por cada uno de nosotros. Para ello hay que oír lo que viene de afuera, percibir su voz y abrir la puerta. El Señor llama y respeta, el Señor llega a nuestra puerta de muy diversas maneras pero nunca imponiéndose. El colirio de la humildad es el que nos dispone a la verdad, es el que nos permite levantar el velo que oculta la realidad. Ahora bien, también es cierto que la fuerza o la disposición para quedar al descubierto o de aceptar la verdad propia, no viene de la mera voluntad, sino que se alimenta del amor que se asoma destrabando miedos y falsas seguridades. 

 

La humildad es el colirio que nos abre a la verdad; ahora bien, también es cierto que la puerta para alcanzar esa humildad es el amor y nunca la violencia. La carta a la Iglesia de Laodicea que aparentemente es la más dura porque no elogia nada sino que reprende y corrige, es la que más y mejor expresa la pedagogía del amor de Dios para con nosotros. Se trata del amor que golpea a la puerta y llama para celebrar el encuentro y la vida que depara la verdad. 

 

En ese sentido cabe señalar que el texto dice que si Laodicea abre la puerta, el Señor entrará en su casa y cenarán juntos. Se trata de dos imágenes que aluden a la intimidad; la casa y la cena. Descubrir el amor que nos rodea y nos alcanza de distintas maneras, es la llave para abrirnos a la humildad, a la verdad. Y la verdad es el mejor camino para abrirnos a esa presencia que hace nuevas todas las cosas (cfr. Ap.21, 5).

 

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