Sostenidos en la gratuidad

04 de Setiembre de 2021

[Por: Rosa Ramos]




Tu risa me hace libre, 

me pone alas, 

soledades me quita, 

cárcel me arranca.

Miguel Hernández.

 

El poeta Miguel Hernández, autor de estos versos, estaba preso, estaba enfermo, su vida “entreverada” de luces y sombras, como la de la mayoría de los humanos, iba llegando a su fin con apenas treinta y un años. Su mujer lo visitó en la cárcel con el pequeño hijo de ambos con ocho meses y cinco dientes, cinco azahares, como cinco jazmines adolescentes. A esta altura, casi nos cabe la duda acerca de si la visita pudo ser real, o, si el escritor a partir de una carta recibida imaginó el encuentro y concibió ese bellísimo poema Nanas de la cebolla. 

 

Conmovedor poema, que retrata a una mujer morena envuelta en luna que se desgrana hilo a hilo sobre la cuna del niño. Esa mujer, Josefina Manresa, criaba sola a un hijo -como tantas, ayer y hoy- con el agravante del hambre en tiempos de guerra y del dolor de haber perdido el primer hijo. En la cuna del hambre mi niño estaba, con sangre de cebolla se amamantaba; la madre aún alimentándose de cebolla y hambre amamanta amorosamente a su bebé con sus pechos de luna. No obstante el arte sabe descubrir la luz, la belleza y la promesa de futuro en ese cuadro oscuro.  Para el poeta enfermo y preso, ese niño con su sola presencia, o con la sola imaginación de su risa de diminutos dientes, lo hace libre y feliz.

 

La risa de los niños sigue poniendo alas, quitando soledades, ayudando a soñar y a agradecer la fidelidad de la vida, la fidelidad de Dios, cuyo Espíritu va animándonos y enseñándonos a mirar con ojos limpios, capaces de ver lo nuevo, lo bello, lo auténtico, que porfiadamente emerge como pequeños brotes. Aquí recuerdo la parábola del reino exclusiva de Marcos: "El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo." (Mc.4, 26-27)

 

La historia de salvación que es una, esta nuestra, entreverada, que gestamos animados por Dios, continúa en medio del dolor y las oscuridades. En estos tiempos con pandemia de virus y de guerras, con terremotos, de incendios e inundaciones en un planeta que no cesamos de agobiar, sin embargo, siguen tejiéndose historias de amores, de solidaridades, de esperanza contra toda esperanza. En todo tiempo, “Dios no se deja vencer en generosidad”, y además de los niños que siguen naciendo, hay gestos niños, hay alegría niña, hay creatividad niña, por doquier que nos colocan alas para ensayar nuevos vuelos. 

 

La vida, la gente, los gestos generosos, la alegría por la vida de los otros, me sigue asombrando, maravillando, poniendo alas, haciéndome libre y confiada. Sigo experimentando tanta belleza y bondad, tanta “bendición” que en estos días he reflexionado-rezado, algo que quiero compartir, y tiene que ver con dónde colocamos nuestro tesoro.  

 

Algunos acumulan dinero y para asegurarlo buscan paraísos fiscales, allí lo colocan, depositan su confianza y se sienten seguros, por aquello de “allí donde está tu tesoro, está tu corazón” (Mt. 6, 21); entonces, para ellos: a salvo el dinero, sereno el corazón. 

 

Quizá olviden lo que ha dicho Jesús: “la vida de uno no está asegurada por sus bienes”, antes de contar una parábola sobre un hombre que tras la gran cosecha decide derribar sus graneros y construir otros mayores. (Lc, 12, 15-21). Hoy es mucho más sencillo que entonces guardar y asegurar los bienes, basta un movimiento desde la computadora, y ya se puede decir “alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe y banquetea.”  Quizá, igual que entonces, olvidamos que esos “graneros” no nos aseguran la vida, el amor, la paz, y, como aquel hombre podemos también hoy ser llamados “necios”, tontos. (Lc. 12, 20)

 

No deja de ser interesante que en la parábola de quien apuesta a agrandar sus graneros, no aparecen otros; pareciera que no hay familia o no se cuenta con ella, ni amigos para celebrar la excelente cosecha, habla consigo mismo, planificando asegurarse el futuro también solitario.

 

En cambio, otras personas colocan sus tesoros en sitios más audaces, no en Bancos ni en ciertos países para evadir impuestos, depositan sus tesoros en el corazón de otras personas, tan frágiles y vulnerables como ellas. Sin embargo, tengo para mí, que esa audacia es más lúcida, más evangélica y generadora de más alegría y auténtica felicidad. 

 

Cuando colocamos nuestro tesoro en otras personas, vivimos ya el reinado de Dios incoado, haciendo una apuesta extraña y maravillosamente confiada. ¿A qué tesoro me refiero? ¡Al más grande! ¿Qué mayor tesoro que la vida misma, el amor, los sueños, las esperanzas? Pues cuando ese tesoro lo sembramos en el corazón de otros se construye una alianza –como la de la semilla y la tierra-, una complicidad, que en realidad es una fidelidad que crece y produce frutos abundantes, al punto de asombrarnos. El hombre de la parábola veía aquel milagro emergiendo de la tierra y no podía menos que asombrarse y agradecer.

 

A diferencia de quienes en su ceguera colocan su seguridad en bienes, que se sostienen en cálculos de intereses y réditos, quienes confían su tesoro mayor en otros no viven seguros, viven abiertos a la sorpresa siempre nueva que los auténticos encuentros les proporcionan. 

 

Algunas veces la sorpresa es negativa, en las relaciones a veces se pierde, pero generalmente estas personas viven maravilladas de la abundancia de los frutos. Podría decirse que se cumple aquella promesa de Jesús de recibir el ciento por uno, que ningún Banco otorga, sólo el corazón humano. Puede ser el de un hijo, una pareja, un familiar, personas que vamos encontrando en la vida y se convierten en amigos-hermanos. Pues como dice el Eclesiástico 6, 14: “Un amigo fiel es un refugio seguro, quien lo encuentra, ha encontrado un tesoro”

 

Dicho de otro modo: quienes colocan su fe y su amor en otros -le confían su vida con toda su grandeza y fragilidad- viven sostenidos en la gratuidad. Todo lo viven como don, como regalo inmerecido, que dilata el corazón, que pone alas. Gozan de una paz extraña duerman o velen, vivan en la abundancia o con apenas el pan cotidiano, que es apreciado inmensamente.  

 

Vivir sostenidos en la gratuidad es experimentar en todo la Gracia, es sorprenderse ante la Presencia del Dios invisible en mil gestos visibles, en la risa de todos los que amamos. Es también experimentar la mayor libertad, que lleva a trascender todo dolor y promete porvenir aún en medio de la oscuridad y de la muerte acechando. Quizá por eso Miguel Hernández contemplando -o imaginando- a su hijo desde la cárcel pudo escribir:  

 

… Es tu risa la espada
más victoriosa
vencedor de las flores
y las alondras
rival del sol.

Porvenir de mis huesos
y de mi amor…

 

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