29 de Agosto de 2021
[Por: Diego Pereira Ríos]
Querido Paul, escribo estas líneas “en caliente”, porque me quedaron muchas ganas de volver a charlar contigo. En este día donde te despedimos en la Eucaristía y te dimos el último adiós con un gran aplauso en el cementerio, soy consciente que quizá no soy de los más cercanos a vos. Pero no quiero perder la oportunidad de decirte algunas cosas que me hubiera gustado decirte en vida. Es un GRACIAS enorme desde los momentos compartidos contigo, donde tu consejo cercano, humilde, humano y cristiano, me ayudaron muchísimo. Las comparto en Amerindia que ha sido el lugar donde te he conocido y donde he crecido, y donde he aprendido a madurar la fe. Pero la historia empezó mucho antes.
Como alumno de la Facultad de Teología, en aquel lejano 2008, me hiciste gustar de la Historia de la Iglesia, aprendiendo de los Padres que comenzaban a darle forma a la teología cristiana. Tus clases de ritmo lento, pausado, con la lectura profunda y reflexionada, me ayudó en aquellos momentos de juventud a asumir la formación filosófica y teológica como parte de mi camino. En esos años te consultaba en los pasillos de la facultad y te manifestaba mi inquietud de estudiar, de formarme, para poder ser un cristiano con conciencia. Recuerdo tu humildad, tus consejos, tu cercanía como profesor que había hecho un gran camino de vida y estudios, donde invitabas a estudiar para conocer más a Dios y al pueblo. Desde tus estudios de historia, te revelabas como un profundo conocedor de la historia uruguaya y la historia de la iglesia.
Hacia el 2011 o 2012, estudiando el profesorado de filosofía en el Instituto de Profesores Artigas, que queda enfrente a la parroquia de la Aguada donde eras párroco, allí tuvimos otro encuentro, ahora de otro tenor. Allí me contaste tu gran preocupación desde siempre por la formación de los laicos universitarios, de la necesidad de ayudar a que los nuevos profesionales católicos tengamos un espacio de formación y reflexión acerca de nuestra misión en el mundo. Pero con tu tacto humano, cuando te manifesté mi cansancio de tantas horas de trabajo, con un hijo en camino y poco tiempo para estudiar, me ofreciste un salón de la parroquia para estudiar. “Cuando necesites un espacio tranquilo, venite a estudiar a la parroquia”, me dijiste. Supiste ver mi preocupación, supiste respetar mi situación y me ofreciste de lo que tenías para ayudarme. De nuevo, tu humanidad que afloraba como cuando era tu alumno.
Un años después, hacia el 2013, nos encontramos en Amerindia, en el espacio de Parroquia Universitaria, donde compartimos algunos momentos claves en mi camino. Quizá, uno de mis primeros artículos sobre teología lo publiqué en Carta OBSUR en el año 2014, revista por la cual trabajabas con mucha dedicación, y a la cual me animaste a escribir. Recuerdo haber dicho que quería formarme en Teología de la Liberación, y vos me dijiste: “Yo no sé mucho, pero de lo que pueda, te ayudo”. De nuevo tu humildad y tu disponibilidad al servicio del otro. Pero junto a ello, desde ese nuevo espacio compartido, en los años siguientes me escuchaste en mi proceso de crisis matrimonial, de mis dolores y angustias como padre, y supiste aconsejarme sabiamente. “Todo tiene su tiempo”, me decías. Era un tiempo para llorar, y así fue.
En el año 2020, año de pandemia y crisis general, comencé mi formación teológica en la UCA, luego de haber terminado el profesorado. En abril te llamé para pedirte que me regalaras el prólogo de mi segundo libro. Y en medio de tus responsabilidades –que siempre fueron muchas– te hiciste un tiempo para hacerlo. “Me cuesta mucho escribir a esta edad. Pero si quiero apoyar a que los jóvenes escriban, debo ser coherente”, me dijiste, y lo hiciste. Y lo hiciste con un detalle intelectual muy fino, sin perder de vista tu apoyo y promoción humana. Aún me rio de los “hackers” que entraron al zoom el día de la presentación en medio de tu exposición y la tranquilidad que mantuviste en todo momento. Quizá, se ese prólogo que me regalaste, sea el regalo que guardaré para siempre y que me ayudará en momentos de seguir tomando decisiones radicales en mi caminar como cristiano.
Este año, tu último mensaje al wasap, fue el 6 de julio donde te saludé por tu cumpleaños. Me respondiste que estabas bien y que aún no habías leído el artículo de Hans Küng que escribí para Carta OBSUR. Fue lo último que leí de ti. En este mes todo fue tan rápido que nadie esperaba que todo esto pasara. Yo, como muchos, esperábamos verte pronto. Gracias Paul por tu testimonio. Gracias por tus luchas que fueron las de muchos y muchas, por tu valentía que sostuvo a tantos y tantas, por tu cercanía que acompañó a tanta gente, por tu dedicación a un mundo más justo para todos, donde se respeten todas las personas sin importar color, raza, religión ni partido político. En esto también fuiste un ejemplo, trabajando por el diálogo ecuménico e interreligioso, siempre sin buscar cámara, sin buscar aparecer en titulares, pero siempre presente para dialogar, escuchar y acompañar. Gracias querido Paul.
¡Te pido que desde el cielo no permitas que nos amoldemos al tiempo presente!
* El título de este escrito hace referencia a la tesis doctoral escrita por Paul, que luego se publicó como libro con el título: “No se amolden al tiempo presente”, Ed. Doble Clic, Montevideo, 2009.
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