Jesús desata, unifica, humaniza

07 de Agosto de 2021

[Por: Armando Raffo, SJ]




¿Cómo puede uno entrar en la casa de alguien fuerte y saquear su ajuar, si antes no lo maniata? (Mt. 12, 29) Esta frase es la conclusión que extrae Jesús sobre los pensamientos de los fariseos a partir de una curación que él había hecho: “…le llevaron un endemoniado ciego y mudo. Jesús lo curó, de suerte que el mudo hablaba y veía.” (v.22) En efecto, el relato comienza en el versículo 22 del capítulo 12 de Mateo cuando le presentaron al endemoniado. El texto dice que Jesús lo curó y que los presentes quedaron atónitos al ver lo sucedido y que se preguntaban si Jesús no sería el Hijo de David. Ante esa reacción del pueblo los fariseos dijeron que Jesús expulsaba los demonios con el poder de Beelzebul, el príncipe de los demonios. 

 

Jesús responde a la invectiva farisea arguyendo que es imposible que subsista un reino dividido contra sí mismo. En efecto, ¡cómo sería posible que un demonio, por más que fuese considerado el príncipe de ellos, ataque a otro demonio! Jesús lo dice muy claramente: “Si Satanás expulsa a Satanás, quedará dividido contra sí mismo; ¿cómo podrá entonces subsistir su reino?”  (v.26) El principio responde al sentido común. Si el mal, el demonio, atentara contra sí mismo, pronto se acabaría su influjo en las personas y las sociedades. 

 

Si miramos bien, estamos ante un hecho insólito. Aquellos fariseos se niegan a aceptar la evidencia y caen en una contradicción flagrante al decir que Jesús expulsaba los demonios por el poder de Beelzebul. Cuando alguien se niega a ver o a aceptar el bien que cualquier persona realiza, se explica, fundamentalmente, por dos motivos: uno más vinculado a dinamismos psicológicos que se traducen en necedad o falta de libertad para cambiar los propios puntos de vista y, otro, que puede deberse a la ideologización extrema que más que ver la realidad tiende a proyectar lo que desea ver. 

 

Nuestro caso parecer responder a la segunda opción más que a la primera. Aquellos fariseos no podían asumir que Jesús estuviese sanando a un endemoniado ciego y mudo. No podían ver en ello signos del Reino esperado. Atendiendo al género literario de los evangelios, bien podemos pensar que la historia pretende aludir a una situación vivencial más que a una realidad estrictamente física. La mudez y la ceguera bien podrían estar aludiendo a una incomunicación profunda que vivía aquella persona, o de alguien que ya no podía ver nada acerca del sentido de su vida ni tenía palabra propia para compartir. El encuentro con Jesús humaniza a aquella persona que estaba tan dividida interiormente que no podía ver nada que lo ilusionara, ni poner palabras a algún sueño o futuro que pudiera esperanzarlo.  

 

Jesús afirma que para saquear una casa es necesario maniatar al dueño. Obviamente, estaba metaforizando algo que pretende aludir a lo que puede ocurrir a las personas en el ámbito de su libertad. Cuando las personas pierden la libertad interior ya no ven otra cosa que no sea su problema ni pueden nombrar lo que les pasa. En nuestro caso, se trataría de una persona tan escindida en sí misma que no podría ver ni hablar de otra cosa más que de sí misma. El encierro y la tendencia autorreferente son claras consecuencias de escisiones interiores. Toda vez que la persona se encuentra así dividida y encerrada en sí misma, se encuentra maniatada al punto de quedar a merced de cualquier ladrón, que es lo mismo que quedar a merced de cualquier oferta de felicidad rápida, barata y sin esfuerzo personal. De allí a caer en grados profundos de despersonalización hay un paso fácil de dar. Las personas, pues, ya no tienen palabra propia ni puntos de vista que puedan apreciar otra cosa que no sea su propio ego. Esa persona estaría ciega y muda. 

 

Bien podemos colegir que la ceguera y la mudez son el fruto de un demonio o de los demonios que tenían poseído y maniatado a quién Jesús liberó. Cabe recordar que la palabra demonio, viene del griego “daimon” que quiere decir “dividir”. Una persona endemoniada es una persona dividida, sin la unidad interior que toda persona precisa alcanzar  para relacionarse con la realidad, los demás y tener una palabra propia. Esas dos notas son las que Jesús le devuelve a aquella persona y muestra, de esa manera, que se trata de un signo del Reino de Dios que anunciaba. 

 

Ahora bien, la frase de Jesús que encabeza esta reflexión afirma que el mal espíritu, el demonio, puede entrar al interior de las personas, siempre y cuando antes, alguien las haya maniatado. Con otros términos, podemos asumir que el mal espíritu hace de las suyas cuando alguien se encuentra con pocas o nulas posibilidades para asumir su libertad y de decidir por sí mismo. Se trataría de alguien sin iniciativa, incapaz de ver un horizonte para su vida y sin palabra propia. ¿A qué se refiere Jesús con ese término? Bien se puede pensar que las ataduras a las que se refiere aluden a la cultura que imperaba en aquel tiempo. No podemos olvidar que el pueblo judío estaba dominado por los romanos y que el modo que los judíos habían encontrado para cuidar y defender su identidad  era el cumplimiento de la Ley en forma estricta y sin discernimiento. Obligaciones minuciosas que eran incumplibles para la mayoría de la gente y que, en muchos casos, cargaban con notables culpabilidades amén de sentirse menos y desdichados.

 

La cultura de aquel entonces notablemente marcada por la opresión romana y la interpretación que se hacía de la Ley y los profetas, encorsetaba a las personas al punto de desdibujar sus  libertades. Maniatadas de esa forma, las personas estaban a merced de quienes quisieran saquear y dominarlas. Esas personas perdían su forma de mirar y su propia palabra. 

 

Jesús libera al endemoniado devolviéndole la vista y la palabra. Tal fue la sorpresa de sus congéneres que se preguntaban si Jesús no sería el Hijo de David tan esperado. Cuando destrabó la lengua y la vista de aquel hombre estaba diluyendo el miedo que lo dividía; estaba liberándolo del demonio y, de esa forma anunciaba el advenimiento del Reino de Dios que anunciaba: “… si yo expulso los demonios por el poder del Espíritu de Dios, señal de que ha llegado a ustedes el Reino de Dios.” (v.28)

 

Poder percibir al mismo Dios entreverado en los procesos de sanación y humanización es una gracia notable. Más aún, bien podemos afirmar que es en ese tipo de procesos dónde alcanzamos a ver o intuir la presencia de Dios actuando en medio de nuestra historia. Nunca debemos olvidar que Dios nos creó a su imagen y semejanza. Esto quiere decir que el ámbito que refleja la semejanza con Dios, esto es decir, el ámbito de la libertad, del amor y del sentido que todo ser humano está llamado a dar a su vida, es el más apropiado para vislumbrar a Dios que se acercó, se acerca y se acercará, suscitando la novedad del Reino de Dios tal y como la anunció Jesús. 

 

Imagen: https://parroquiadefatimamiraflores.blogspot.com/2019/03/poder-de-expulsar-demonios-lc-11-14-23.html

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