03 de Agosto de 2021
[Por: Tania Ávila]
Cuando hablamos de territorio, la idea más frecuente es pensar en la posesión de la tierra. Sin embargo, sentipensar el territorio es hacer memoria del conjunto de la vida que habita nuestras tierras. Es la presencia de nuestros ancestros con sus propias sabidurías y dolores, es la presencia de la naturaleza con sus cambios y movimientos de vida. Hablar de territorio es escuchar a los ríos narrar historias de ayer, arrullos de nuestra infancia; es escuchar las urgencias de nuestro presente y los desafíos del futuro… En ese sentido, no es posible separar la espiritualidad del territorio, pues todo él es un camino espiritual andado y desandado por nuestros ancestros. Y nosotros, ¿estamos andando por estos senderos de espiritualidad? ¿Pedimos permiso para entrar en el monte? ¿Todavía les hablamos a las plantas antes de tomar sus frutos o su madera…? ¿Estamos atentos al canto de los pájaros y al canto del río que nos cuentan cómo será el nuevo día? ¿Nos tomamos el tiempo para contemplar la luna y las estrellas que, jugando con las copas de los árboles, nos muestran los ritmos de la casa común que habitamos?...
Hoy nuestras tierras están siendo violentadas, en nuestra presencia, por las petroleras y empresas extractivistas que no reconocen (o no quieren reconocer) que la Amazonía es un bioma. No aceptan que en ella late la vida y prefieren verla como un objeto, una despensa de donde sacar todo lo que quieren sin escuchar los gritos de dolor de la madre tierra y de sus diversos habitantes. Nosotros también somos tierra… somos territorio; y cuando violentan el territorio, también violentan nuestro cuerpo-territorio… Todo está interconectado… Si la tierra se hace estéril por la extracción de petróleo, nuestra alimentación se hace deficiente; si el agua se contamina, el agua que nos hidrata nos contamina; si el aire que respiramos tiene agrotóxicos, también nuestros pulmones… Lo que le pasa al territorio le pasa a nuestros cuerpos… y nuestra espiritualidad va quedando sin aliento…
¿Cómo restaurar… curar… nuestra espiritualidad? Escuchando las voces del territorio, voces hechas cantos, mitos, bromas, dichos… Volver al idioma propio es como dejarse acariciar por las voces de nuestros ancestros… es dejarse animar a cuidar mi propio cuerpo-territorio que me lleva a cuidar el territorio. Escuchar los idiomas de origen es volver a conectarse con los sueños comunes de diversas generaciones… Volver al idioma es anidar en el corazón nueva esperanza y asumir nuestra propia voz que no permite ser acallada… es volver a cantar devolviendo el aliento a la espiritualidad que nos sustenta como personas y como pueblos… es cantar con la casa común que nos acoge…
Al mismo tiempo, volver al idioma es un ejercicio de reciprocidad donde los mayores, que enseñan el idioma a los más jóvenes, aprenden los idiomas que los jóvenes hablan… El territorio se fortalece cuando el diálogo entre generaciones se hace fuerte, haciendo que la espiritualidad eche raíces en el cuerpo-territorio de cada persona, conectándose con el territorio pueblo.
Pero… en este momento de la historia tenemos un desafío muy potente. El sistema económico y social globalizado nos dice que hay que ‘desarrollarse’ y que tener dinero es lo más importante. Sin embargo, el dinero podría ser una fuente de corrupción y, al mismo tiempo, sin él, la pobreza se agudiza… es un tema-situación compleja.
Les propongo la imagen de la barca. Podría ayudarnos a replantearnos cómo podría ser un ‘desarrollo’ que garantice la vida digna de esta generación, de las generaciones futuras y de la naturaleza… la casa común. Cuando subimos a una barca, necesitamos un equilibrio en nuestro cuerpo en contacto con la barca para no caernos. Este arte de equilibrarnos podría ser un camino para equilibrar nuestra economía, de modo que cuide nuestro cuerpo-territorio sin dañar el territorio, y cuidando las relaciones en la comunidad. Quizá así, se podría desterrar a la pobreza y vivir con sobriedad… con el equilibrio comunitario de las personas que van en la barca navegando en el río… encarnando, así, una espiritualidad de la comunión que nos libera.
Tania Ávila Meneses.
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