02 de Agosto de 2021
[Por: Víctor Codina, SJ]
Los santos de la Iglesia tienen una doble misión, son intercesores nuestros y son un ejemplo de vida cristiana.
Pero la vida de S. Ignacio de ordinario se presenta de una forma tan gloriosa y triunfalista que queda muy lejos de todos nosotros.
Se presenta a Ignacio como un estratega genial que pone su milicia al servicio del Papa contra Lutero. El himno de San Ignacio es un ejemplo claro: ”Fundador sois Ignacio y General, de la Compañía real, que Jesús con su nombre distinguió”…
Ignacio, en realidad, fue un místico y no tuvo una vida fácil. Este año celebramos los 500 años de su herida en Pamplona, una herida que le llevó a la conversión al Señor. Pero toda la vida de Ignacio está llena de heridas, Ignacio fue una persona muy vulnerable.
Iñigo no conoció a su madre, fue criado por una nodriza de un caserío vecino. A Ignacio le faltó el cariño materno.
Los Loyola eran muchos hermanos y su economía era muy débil. Ignacio no fue enviado a estudiar, sino a trabajar a la corte de los Reyes Católicos, en Arévalo y Nájera, donde llevó una vida muy mundana, con sueños de honor y gloria.
Su religiosidad era la religiosidad popular de su tiempo. Antes de la defensa de Pamplona se confesó con un compañero suyo, tenía miedo a la muerte.
La herida de la pierna le rompió no solo los huesos, sino toda su ambición de caballero y de gloria. Estaba hundido.
Convaleciente en Loyola, se convierte a Dios al leer una vida de Cristo y vidas de santos, decide cambiar de vida y viajar a Jerusalén.
De camino a Jerusalén, en Manresa recibe muchas gracias e iluminaciones del Señor, pero sufre muchos escrúpulos de los pecados de su vida pasada e incluso siente la tentación del suicidio.
Viaja finalmente a Jerusalén y quería permanecer en Palestina, pero la autoridad eclesiástica no se lo permite. Regresa a Barcelona muy confundido, sin saber qué hacer; comienza a estudiar para poder “ayudar a las ánimas”.
Tiene conflictos con la inquisición y es encarcelado como sospechoso en Alcalá y Salamanca.
El primer grupo de compañeros le abandona, solamente en París Ignacio encuentra un grupo de “amigos en el Señor”, núcleo de la futura Compañía de Jesús.
Todo el grupo de compañeros querían ir a trabajar a Jerusalén, pero no pueden viajar por la guerra con los turcos y deciden ponerse en manos del Papa Paulo III, quien aprueba la Compañía al servicio de sus misiones.
Pasan los años, la Compañía crece y se extiende por Europa, Asia África y luego por América, parece un tiempo tranquilo para Ignacio.
Pero el Cardenal Caraffa, con quien Ignacio había tenido muchos conflictos en Venecia y Roma, es elegido Papa. Cuando Ignacio oye la noticia de que el nuevo Papa Paulo IV es Caraffa, se le estremecen todos sus huesos.
Comienza entonces la noche oscura de Ignacio, la noche oscura del hombre activo y apostólico: la Compañía está al servicio del Papa, pero el Papa Paulo IV puede deshacer la Compañía.
Antes de morir, Ignacio pide a su secretario Polanco que vaya al Vaticano para pedir la bendición del Papa. Ignacio muere bajo la bendición de su enemigo personal Caraffa. El último acto de Ignacio fue un acto de fe, obediencia eclesial y confianza en Dios.
Luego de la muerte de Ignacio, el Papa dirá que Ignacio había sido un tirano y cambiará cosas esenciales de la Compañía, como la introducción del rezo en el coro.
Esta Íñigo, pobre y cojo, que peregrina por toda Europa solo y a pie, que busca continuamente la voluntad de Dios y cuando parece que ya la ha encontrado, vive una noche oscura, puede ser un ejemplo cercano para nosotros hoy.
Hoy nosotros también nos sentimos vulnerables y con muchas heridas: heridas personales y familiares, heridas políticas, heridas en la Iglesia, heridas en el mundo, las heridas de la pandemia.
Este Ignacio vulnerable puede ser un ejemplo de lucha, de conversión al Señor, de confianza en Dios en momentos difíciles, de no tener miedo, a pesar de las dificultades, de trabajar junto con otros para un mundo más justo y fraternal.
Ignacio puede ser, finalmente, un modelo de amor a Jesús y de dejarse conducir por el Espíritu, sin saber adónde nos llevará, siempre con serenidad, paz y gozo.
Que este Íñigo-Ignacio, pobre y vulnerable, místico y alegre, interceda por nosotros hoy. Amén.
Víctor Codina sj, 31 de julio de 2021.
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