Jesús y el joven

11 de Junio de 2021

[Por: Armando Raffo, sj]




“Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres … se fue triste, porque era muy rico” (Mt.19,22)

 

Siempre que leemos el pasaje del joven rico nos focalizamos en aquello que limitó su libertad.  Aquel joven no fue capaz de vender sus bienes para dárselos a los pobres y después seguir a Jesús. El texto, en su simplicidad esconde, sin embargo, una riqueza digna de ser destacada. Es claro que el apego del joven a los muchos bienes que tenía ahogó el deseo de seguir a Jesús, al menos, en aquel momento. Importa resaltar que aquel joven se fue triste; ello quiere decir que aquel encuentro no fue un simple evento de los tantos que ocurren a diario, sino de los que produjeron algo y no menor en aquel joven. Cabe notar que el texto paralelo del evangelio de Marcos afirma que Jesús miró con cariño a aquella persona mientras le invitaba a dar todo a los pobres y seguirlo. Aunque el texto es un poco esquemático, podemos afirmar que hubo un encuentro en el buen sentido de la palabra; es decir, que no fue un evento cualquiera sino de esos que movilizan el corazón y la cabeza. Es difícil imaginar que aquella mirada no haya dejado huella en el corazón del joven. 

 

Por otra parte, importa subrayar que Jesús le invita a ser perfecto; es decir, que no le impone una nueva condición para conseguir algo, sino que, en el fondo, le invita a llevar a cabo el deseo que latía en su corazón. Cabe notar que el texto está precedido por una frase de Jesús en condicional: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás una riqueza en el cielo.” (v21) Podríamos parafrasear el texto diciendo: “Si quieres llevar a cabo el deseo que late en tu corazón de alcanzar vida sin término, vende todo ...”. Jesús percibe un deseo hermoso y procura alentarlo de forma realista y madura. Seguir aquel deseo suponía algunos costos que, en aquel momento, el joven no podía o no quería asumir.

 

El texto no dice nada sobre la relación que tenía Jesús con aquel joven. Podemos presumir que habría oído hablar del maestro y que le fue a ver. Todo indica que el joven estaba inquieto y buscando una vida más plena. También es claro que cumplía los mandamientos y que sentía que le hacía falta algo más: ¿Qué más me falta? La respuesta de Jesús es tan sencilla como clara: “si quieres ser perfecto -lo que sería decir, si quieres llevar a cabo tú deseo-, vende lo que tienes y dáselo a los pobres…”. Jesús percibió en aquel joven, algo más que una mera inquietud intelectual; muy probablemente notó un deseo más hondo y entrañablemente humano. 

 

Volviendo al desarrollo del encuentro, cabe recordar que cuando el joven preguntó qué cosa buena debía hacer para tener vida eterna, Jesús, después de recordarle que sólo Dios es bueno, le indica que debía cumplir los mandamientos. El joven, manifiesta que los cumplía y, al mismo tiempo, confiesa, en forma algo velada, una insatisfacción en su alma al preguntar: ¿qué más me falta?  Quizás sea ese el momento en que Jesús vislumbra un deseo hondo en aquel joven y le hace aquella propuesta radical.

 

Aquel joven estaba manifestando un deseo que le habitaba pero que se derrumba cuando toma noticia de los costos que tendría para darle cauce. Los deseos no son como hongos después de la lluvia; los deseos crecen enredados y tironeados por otros muchos dinamismos personales y culturales y, siempre, asediados y perseguidos por el “status quo”. Ese dinamismo, profundamente humano y complejo que llamamos deseo, está hecho de esa extraña mezcla entre riqueza y pobreza, como un tener algo y a la vez no tenerlo. Desear algo supone una energía que me pone en camino hacia aquello que aún no tengo. Es una combinación fecunda entre riqueza y pobreza. 

 

Jesús percibe la vida de ese dinamismo en el corazón del joven y le ayuda a tomar conciencia de lo que le agita: “¿Por qué me preguntas acerca de lo que es bueno?” Después de afirmar que sólo Dios es bueno, le recuerda lo que todo judío sabía de memoria: que había que cumplir los mandamientos. No sabemos si para excusarse o porque no era un judío, el joven le pregunta cuáles eran esos mandamientos. Después que Jesús se los recuerda, el joven dice que ya los cumplía y, al mismo tiempo, revela una insatisfacción en su alma. Por eso pregunta: ¿qué más me falta?  Ese es el momento en que Jesús percibe el despunte de un deseo hermoso en el corazón de aquel joven y le invita a darle cauce: “Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza en el cielo. Luego ven y sígueme.” (v.21) 

 

El texto afirma que el joven “se fue triste, porque era muy rico”. Cabe notar que Jesús no le dice lo que tiene que hacer ni le impone nada, sino que le muestra el camino para llevar a cabo su propio deseo. 

 

A nadie se le oculta que aquel joven más que apegarse a los bienes en sí mismos, tenía una falta de libertad respecto de todo lo que ellos representaban. Bien podemos intuir, también, que detrás de las posesiones que poseía, se esconden, además del bienestar, ciertas seguridades para él y su familia, una buena reputación frente a sus congéneres y, lo que quizás era más importante para aquella gente, la riqueza como un signo de bendición, como un premio a los justos, a los que eran bien vistos a los ojos de Dios. Desde esa perspectiva, se puede intuir que la propuesta de Jesús, que suponía vivir pobremente, entrañaba un conflicto teológico del que no estaban exentos los mismos discípulos de Jesús. Eso se evidencia cuando después del encuentro con el joven, Jesús afirma: “Les aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de Dios.” (v.23) Los discípulos llenos de sorpresa se preguntan: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” (v.25).

 

La sorpresa deja ver que la teología predominante consideraba que la bienaventuranza económica era un signo de la “justicia” en que vivían los así bendecidos. Desde ese punto de vista, se puede entender que aquel joven no pudiera entender que la pobreza y el desprendimiento material, constituyeran la antesala para seguir a Jesús. Como ya fue dicho, esa premisa se daba de bruces con la teología predominante. Probablemente, ese fue el punto de inflexión, o la excusa, ¡vaya uno a saber!, para que el joven, entre otras cosas, no entendiera que debía ser pobre para seguir a Jesús.     

 

Aunque los evangelios no nos dicen nada más de aquel joven, no sería extraño pensar que su inquietud no acabara con aquel encuentro. Además, no debemos olvidar que el joven se fue triste. Desconocemos el camino que aquella tristeza desencadenó en su joven corazón. La tristeza es un sentimiento del que todos buscamos salir, pero es, también, un signo que merece ser interpretado. Se trata de un sentimiento que necesariamente remite a otras realidades y que nos ponen en movimiento. 

 

¿Por qué no pensar que aquel joven supo leer el significado profundo de aquella tristeza y pudo haber decidido dejar todo para seguir a Jesús? No tenemos otra noticia sobre aquel joven. Cualquier exegeta argumentaría que de haber sido así, los evangelistas habrían aprovechado la notoria conversión para exaltarla y difundirla. De todos modos, no sería una locura pensar que aquella tristeza pudiera haber evolucionado en el corazón de aquel joven, al punto de vislumbrar la vitalidad y la belleza de la Buena Nueva de Jesús. Ese descubrimiento podría haber llegado a tal punto que se tradujera en una humildad que le llevara a pasar desapercibido. 

 

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