23 de Mayo de 2021
[Por: Juan José Tamayo]
Seguro que recuerdan cómo comienza el Manifiesto Comunista: “Un fantasma recorre Europa: el comunismo. Contra este fantasma se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizones alemanes”. Lo redactaron en 1848, en pleno periodo revolucionario, Marx y Engels, quienes de ese hecho sacaron dos consecuencias: la primera, “que el comunismo se halla ya reconocido como una potencia por todas las potencias europeas”; la segunda, “que ya es hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones”.
Hace diez años el fantasma que surgió fueron l@s Indignad@, un movimiento que comenzó en la madrileña Puerta del Sol, tomó la antorcha de la utopía alter-globalizadora de “Otro Mundo Posible”, recorrió con ella el planeta entero y lo llenó de luz. Fue el movimiento de una nueva Ilustración decolonial y más global que la eurocéntrica del siglo XVIII y que apunta a un cambio civilizatorio como condición necesaria para la supervivencia de la humanidad y del planeta.
Pero no, no era un fantasma, sino una realidad que recorrió las plazas y las calles de todo el planeta: de Tahrir a la Puerta del Sol, de Alaska a Hong Kong, de Santiago de Chile a Wall Street, de Israel al Vaticano, de Taksim y Gezi, de Estambul, a las ciudades brasileñas de Sâo Paulo, Río de Janeiro y Porto Alegre.
Contra l@s Indignad@s se confabularon en laica alianza los globalizadores neoliberales, los economistas del sistema, las organizaciones internacionales que velaban por la ortodoxia económica, la mayoría de los Estados y de los Gobiernos, quienes, a decir verdad, al principio, reaccionaron con desdén, luego con cautela, esperando hasta dónde podían llegar, y después con miedo a la posible desestabilización. Y siempre con las Fuerzas de Orden Público, e incluso los aparatos militares, prestos a intervenir y reprimir violentamente a quienes osaren cuestionar las órdenes sagradas del neoliberalismo y a quienes desafiaran la razón de Estado y denunciaran la irracionalidad de sus políticas económicas.
La población los acogió con simpatía y apoyó sus movilizaciones y reivindicaciones. Dos ejemplos. La mayoría de la ciudadanía estadounidense se sintió mejor representada por los Okupa de Wall Street que por los congresistas. Según una encuesta de The New York Times, el 25% de la ciudadanía estaba a favor de los Okupa WS y el 46% creía que sus reivindicaciones se correspondían con las de la mayoría de la población. En España, el 73% de la ciudadanía, ubicada en las diferentes opciones políticas, reconocía que l@s Indignad@s no eran rebeldes sin causa, sino que tenían razón y razones.
Movimiento global, revolucionario y anticapitalista
El mundo de los Indignados se caracterizó por la pluralidad a todos los niveles: de edades: niños y niñas, jóvenes, personas adultas, personas mayores; de colectivos participantes: feministas, ecologistas, pacifistas, sindicalistas, movimientos vecinales; de acciones: contra los desahucios, contra los recortes en la enseñanza, en sanidad, en los servicios sociales, etc.
Fue un movimiento global, como demostraron las manifestaciones del 15-O (octubre de 2011) en más de novecientas cincuenta ciudades del mundo: Madrid, Barcelona, Tokio, Sidney, Auckland, Kuala Lumpur. Atenas, Buenos Aires, Santiago, Los Ángeles, Sâo Paulo, Berlín, París, Roma, Oslo, Jerusalén, Tel Aviv, Lisboa, Bruselas, etc., con varios millones de ciudadanos y ciudadanas ocupando los parques, las calles y las plazas, convertidas en parlamentos y asambleas populares.
La globalización neoliberal había dado lugar al malestar global, a una alter- globalización, la de la Indignación. Eduardo Galeano, Noam Chomsky, Naomi Klein y otr@s intelectuales firmaron una declaración de apoyo al 15-O (15 de Octubre 2011), en la que pedían un cambio global, una democracia global, un gobierno global del pueblo y para el pueblo, y un cambio de régimen global, que consiste, según Vandana Shiva, en reemplazar el G-8 por el G-7.000.000.000 de los habitantes del planeta.
Reclamaban un cambio igualmente en las instituciones internacionales no democráticas para que actuaran con el consentimiento del pueblo y, en caso de incumplimiento, sean derrocadas. Exigían el derecho a dirigir sus vidas: salud, vivienda, trabajo, ocio, educación, que estaban controladas por el mercado. El documento terminaba con una llamada a “globalizar la plaza de Tahrir y la Puerta del Sol”.
El video que invitaba a participar en las manifestaciones del 15-O comenzaba de esta guisa: “Disculpen las molestias. Esto es una revolución”. Una de las expresiones más repetidas en las marchas fue “no somos mercancías en manos de políticos y banqueros”.
Efectivamente, ya no era solo que los gobiernos estuvieran postrados de hinojos ante los mercados y los poderes financieros y económicos, sino que, como afirmaba lúcidamente José Luis Sampedro, vivimos en una sociedad de mercado donde todo tiene su precio sin considerar su valor. Y ahí radica precisamente la necedad: en confundir valor y precio, como recordara Antonio Machado.
El sistema capitalista convierte todo en mercancía, dijo Marx y dijo bien, incluso a las personas. Un ejemplo de mercantilización es la corrupción, generalizada en la vida política y económica. Porque, ¿qué es la corrupción sino un acto de compraventa en el que unas personas aceptan ser vendidas a otras, prestas a comprarlas por unos favores económicos?
El carácter anticapitalista de l@s Indignad@s quedó patente en los propios gestos cargadas de profundo significado desestabilizador del sistema. Tres ejemplos. Los manifestantes del 15-O de Madrid, cerca de medio millón, prorrumpieron en una sonada pitada polifónica a su paso por la sede del Banco de España y pidieron la dimisión del Gobernador. Más de cinco mil Indignados se concentraron ese mismo día y a la misma hora frente al edificio del Banco Central Europeo en Frankfurt. En tono a mil personas fueron en dirección a la Bolsa de Londres.
El movimiento de los Indignados fue democrático precisamente por ser anticapitalista, desde la convicción de que no es posible la democracia si gobiernan los mercados. Donde hay tiranía de los mercados, no puede haber democracia. Ambos sistemas son incompatibles. Los mercados destruyen el tejido social y los cauces democráticos.
Las razones por las que nos movilizamos hace diez años siguen siendo hoy válidas, y las revueltas de entonces las considero necesarias para la supervivencia de dos terceras partes de la humanidad sometidas a la tiranía necrófila del neoliberalismo y para la supervivencia del planeta, sometido a la mayor depredación de la historia por mor del modelo de desarrollo científico técnico de la modernidad, depredador de la naturaleza, nuestra casa común.
Por eso la indignación debe llevarnos a reaccionar y a traducirla en rebeldía contra el desorden mundial que ha creado el capitalismo en alianza con el patriarcado, el colonialismo, el racismo, los fundamentalismos, el imperialismo y el supremacismo. Rebeldía y resistencia que hoy debemos practicar especialmente contra los discursos de odio que desembocan con frecuencia en prácticas violentas contra las personas y los colectivos migrantes y refugiados, el movimiento LGTBI, el feminismo, la educación afectivo-sexual, el matrimonio igualitario, la eutanasia, la interrupción voluntaria del embarazo, etc.
Imagen: https://www.elconfidencial.com/espana/2021-05-15/la-gran-decepcion_3076812/
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