22 de Mayo de 2021
[Por: José Ignacio González Faus | Religión Digital]
Quien le escribe es, un católico como usted, además de presbítero y miembro de la Compañía de Jesús. Le digo esto porque no quisiera hablar con usted de ser humano a ser humano, ni siquiera de persona (supuestamente) de izquierdas a otra también (supuestamente) de izquierdas. He dejado pasar unos días de reflexión y ahora quisiera hablar de cristiano a cristiano.
1. Mis datos
Quisiera expresarle mi profundo dolor y desengaño por su postura ante esa violencia que ha vuelto a estallar entre Israel y Palestina, vetando por tres veces una declaración de la ONU que podía haber sido de gran ayuda. Y además mi decepción por los argumentos con que ha justificado esa conducta. Tras la serie de decisiones justas y valientes que Ud. había ido tomando, vuelve a actuar ahora como su predecesor en el cargo, dejándonos la sospecha y el temor de que la era Trump sigue en pie. Por lo menos en lo tocante a la política exterior.
Su único argumento ha sido que “Israel tiene derecho a defenderse”. ¡Por supuesto que lo tiene! Pero las medias verdades son a veces más falsas que las mentiras. Y usted olvida decir dos cosas.
En primer lugar, el más elemental sentido de justicia le obligaba a añadir que los palestinos también tienen derecho a defenderse: tanto de esa ocupación sistemática y violenta de los llamados “asentamientos”, como de la afirmación racista del señor Netanyahu: “Israel pertenece solo a los judíos, no a todos sus habitantes”, como del incumplimiento sistemático por parte de Israel, de todas las resoluciones de la ONU, desde 1947 hasta Oslo, que siempre han defendido la existencia de dos estados.
En segundo lugar, toda defensa debe guardar el principio de la proporcionalidad. En la jurisprudencia universal vige el principio aquel: “servato moderamine inculpatae tutelae” (guardando la moderación de una defensa justificable). Ese principio es el que ha ido llevando poco a poco a la supresión de la pena de muerte. Prescindamos ahora de que ese principio creo que es de Tomás de Aquino (1ª 2ª2.64, 7). Pero puede Ud. verlo comentado en el artículo: The jurisprudence of a justifiable defense, del historiador norteamericano Kenneth Pennington (en la Rivista internazionlae di diritto commune, 24 (2013) 27-55). En cualquier caso, más de 220 palestinos muertos en tres días (entre ellos más de 60 niños) es una defensa absolutamente desproporcionada. Israel merece ser acusado de crímenes de guerra.
Y no pretendo con esto defender la inocencia de los palestinos, ni mucho menos. Simplemente son los que más sufren: mucho más. Y en estos casos ya sabemos Usted y yo donde debe estar un cristiano, cuya fe en Dios implica la fraternidad universal: todo judío debe pensar que un palestino muerto más que un enemigo menos es un hermano caído. Y todo palestino debe pensar que un judío muerto no es un enemigo menos sino un hermano caído.
Por eso le repito: en este contexto, vetar por tres veces una resolución de Naciones Unidas (siendo EEUU el único en contra) es absolutamente injustificable. Usted sabrá cuáles son las verdaderas razones que le han movido a ello. Pero parece claro que no son las que usted ha esgrimido. Y la prueba la tiene en la respuesta hipócrita que le dio Netanyahu cuando, por fin, le pidió usted un alto el fuego: “no pararé hasta que no haya garantizado totalmente la tranquilidad de Israel”. Cualquier estadista sabe que la tranquilidad solo se garantiza de dos maneras: o a través de diálogo y pactos, o aniquilando totalmente al enemigo.
2. Reflexión humana
Todo esto invita a unas reflexiones más amplias sobre la situación de Oriente Medio. El mundo está viendo hoy cómo la atrocidad espantosa del Holocausto nazi, es utilizada por el Likud como un manto defensivo victimista, que le libera de cualquier consideración moral a la hora de autoafirmarse. Quizás el gran daño que hizo el monstruo de Hitler al pueblo judío no fue solo el criminal exterminio de seis millones de judíos, sino la creación de un judaísmo-nazi, por aquel principio clásico de que “el oprimido tiende a liberarse muchas veces imitando al opresor” (Paulo Freire).
Desde el trágico asesinato de Isaac Rabin (premio Nobel de la paz), los últimos gobernantes del Likud merecen ser reconocidos como nazis judíos y temo que, otra vez, vayamos a darnos cuenta de eso cuando ya sea demasiado tarde (como nos ocurrió con Hitler). Cuando uno sabe que Likud en hebreo significa consolidación, no deja de pensar que Hitler buscaba también “consolidar” la pureza de la raza aria, contra “el judío intempestivamente liberal” que “no cesa de hablar de la igualdad de todos los hombres sin diferencias de raza ni color” (como escribió en Mein Kampf).
Sé de sobra que por afirmar esto se me colgará el sambenito de “antisemita”. Prescindamos de la apropiación indebida del calificativo, porque tan semitas son los árabes como los judíos y podría ser que también sean antisemitas los políticos del Likud. Podría contarle también que, por allá por los años sesenta del siglo pasado, canté con fervor la canción de un cantautor español de lengua catalana (Raimon) que decía así: “cantaremos la vida, cantaremos nuestra vida de pueblo que no quiere morir…” mientras un coro repetía como estribillo: “Israel, Israel…”. Eso al menos plantearía la pregunta de por qué he cambiado y por qué pienso que Israel se está convirtiendo hoy en un pueblo que no quiere dejar de matar, y Palestina es el pueblo que no quiere morir.
Pero este recuerdo personal puede ser secundario. Más serio resulta preguntar: ¿era antisemita el profeta judío Jeremías, al que acusaban de “pasarse a los caldeos”? ¿Era antisemita Isaías cuando ponía en labios de Dios estas palabras: “el buey conoce a su amo y mi pueblo no me conoce a Mí”, o: “esperé justicia y he aquí asesinatos; esperé derecho y he ahí lamentos”? ¿Era antisemita el sacerdote Ezequiel cuando escribe: “son gente de rostro endurecido y corazón empedernido”? Estos tres profetas son hoy una de las glorias de Israel. ¿Qué es entonces ser antisemita?
3. Reflexión cristiana
Y esto nos lleva a otra reflexión todavía más seria. Sin duda alguna, no hay pueblo en la historia de la humanidad que haya producido figuras más serias y de más categoría que el pueblo judío, tan pequeño por otra parte (Einstein, Freud, K. Marx, N. Bohr, Etty Hillesum, Bob Dylan, Elie Wiesel, Maimónides, B. Spinoza, Stanley Kubrick, Spielberg, Modigliani...). Mi admiración por ese pueblo no ha decaído. Pero, a la vez, pocos pueblos han cometido pecados tan serios como ese pueblo judío: “hizo lo que el Señor reprueba imitando a su padre y a su madre”, repite cansinamente el libro bíblico de los reyes. Y quiero citar también la propagación de la usura. La usura es algo muy distinto de la legítima compensación que puede recibir un prestatario por el riesgo que correo las posibilidades de invertir a las que renuncia. En la usura se trata de enriquecerse solo con el dinero, aprovechando la debilidad o la necesidad del otro. Por eso es radicalmente rechazada tanto por Aristóteles como por el Islam y por la misma Biblia (entre otros varios textos: Ex 22,25 y Ez 18,13): la usura convierte al dinero de un “dios” que crea de la nada. Mucho antes de que nacieran los antisemitismos racistas del s. XX, Marx escribió que “el dios del judío es la letra de cambio”…
Pero atención: esta ambigüedad no es exclusiva de Israel: en ella el pueblo judío es símbolo y paradigma de nuestra condición humana. Piense Usted, señor Presidente, en la ambigüedad de su querido pueblo, desde aquella maravilla inicial del “sueño americano” (que tanto ha aportado a la humanidad) a los desastres del llamado “destino manifiesto”, con el que EEUU pretende hoy no quedar sujeto al Tribunal Penal Internacional y justificó antaño la guerra contra los indios y la anexión de medio México.
Dando un paso más, la ambigüedad de ese pueblo, tan grande y tan pecador, parece reflejar de una manera laica lo que la misma Biblia proclama de manera creyente: Israel es, a la vez, el pueblo escogido por Dios y el pueblo infiel a Dios, como se percibe en los textos bíblicos antes citados o en varias oraciones del libro de los salmos, y en los mismos libros históricos de la Biblia que no se cansan de repetir de la inmensa mayoría de sus monarcas: “fue infiel al Señor y no cumplió la voluntad de Dios”. Exactamente lo mismo podría repetirse hoy del señor Benjamín Netanyahu y de muchos de sus predecesores. Pero ¡atención!: a pesar de eso, grandes judíos que parecen haber roto con el judaísmo (y subrayo lo de “parecen”), afirman tranquila y taxativamente: “la salvación viene de los judíos” (Jesús de Nazaret); y que “de ellos son las promesas, y Dios no se vuelve atrás de lo que ha prometido” (Pablo de Tarso). Y ambas frases están precisamente en los textos fundacionales cristianos.
Con estas reflexiones parece que hemos salido de la política y entrado en la teología. Pero la misma teología nos permite volver a la política: a lo largo de todo el texto bíblico se afirma que, por infiel que sea el pueblo, hay siempre una minoría fiel, llamada “resto de Israel”, de la que Dios se vale para perdonar y salvar a su pueblo. Y ese resto de Israel sigue existiendo hoy: no tiene voz, nadie habla de ellos, pero queda una minoría de israelitas tan contraria a la política actual de su pueblo y del señor Netanyahu, como puedo haberme mostrado yo en estas líneas: escritores como David Grossman o Norman Finkelstein, soldados que se jugaron el futuro y la profesión o por no matar a un hermano palestino, hijos o nietos de inmigrantes que declaran: mis abuelos vinieron aquí para vivir en paz y fraternidad, no en guerra y hostilidad. ¿Son también estos antisemitas?
Por esto debo terminar diciéndole, de cristiano a cristiano: querido señor Biden: su actitud ante la actual situación árabe-israelí no obedece a ningún criterio ético y a ningún valor cristiano. A qué criterios o a qué fallos pueda deberse, es algo que le toca examinar a usted. Yo como europeo, me siento obligado a indicar a esta Europa tibia que Israel debería ser excluido de todas las competiciones europeas en las que participa (de eurovisión o de baloncesto, -por bueno que sea el Maccabi Tel Aviv-…): no ya porque geográficamente Israel pertenece a Asia, sino simplemente porque no puede participar en competiciones europeas un país que practica una política tan intrínsecamente antieuropea.
Comprendo que Europa se resista a ello porque todos arrastramos todavía la mala conciencia de que la Shoah nació en un país europeo. Pero hay maneras dejar bien claro que esa decisión no se tomaría contra un país, sino contra determinadas políticas criminales de cualquier país. En fin de cuentas, la admisión a esa participación quiso ser un gesto de amistad y como una petición de perdón que traspasaba los límites elementales de la situación geográfica. Yo mismo no dejo de temer que escribir cosas como esta me cueste alguna venganza bien planificada. Pero pienso que, cuando la covid acaba de ponernos delante nuestra inmensa fragilidad, tiene mucho más sentido que tratemos de vivir unos con otros en vez de unos contra otros.
Un saludo fraterno señor Presidente.
(N. B. Concluida el 20 de mayo. La tarde de ese día se firmó el alto el fuego. Demasiado tarde…).
Imagen: https://www.antsj.org/antillas/2020/08/04/
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