El asombro provocado por Jesús

15 de Mayo de 2021

[Por: Armando Raffo, SJ]




¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? (Lc. 7,19)

 

Los discípulos de Juan bautista habían sido testigos de los signos que Jesús había realizado en medio del pueblo y que habían despertado un asombro muy particular en ellos. Por ese motivo, fueron rápidamente a compartir lo vivido con el propio Juan, puesto que ellos mismos sabían que aquellos signos tenían algo que ver con el Mesías tan esperado. Juan, ni corto ni perezoso, y sabiendo que sus propios discípulos habían vivido algo especial, intuye que se abría camino la esperanza en su propio corazón. Muy probablemente, y por ese motivo, es que envía a sus discípulos a preguntar directamente si era Jesús el que había de venir o si, todavía, había que esperar a otro.

 

El relato, tal y como se refleja en el texto evangélico, parece describir un proceso sencillo y como respetando una línea ascendente que desembocaría en la confesión de Jesús como el Mesías tan esperado por el pueblo.  Como bien podemos imaginar, dicho proceso, que habría de desembocar en la confesión dicha, fue más complicado y sinuoso de lo que a primera vista reflejan los evangelios. Bien sabemos que éstos no pretenden relatar una historia o una sucesión de acontecimientos. Los evangelios pretenden comunicar una buena noticia: “eu angelos”, que se apoyó en hechos interpretados o leídos desde la fe.

 

Lo que importa resaltar es que el proceso que van desarrollando aquellas personas en un momento histórico muy convulsionado del pueblo judío, fue más complejo de lo que a primera vista se percibe. En ese sentido, no debemos olvidar que Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán. Ello quiere decir que Jesús se sumó al movimiento que lideraba el bautista y que, en determinado momento, tomó distancia de él para anunciar la buena noticia que abrigaba en su corazón. También es de notar que hubo discípulos del bautista que se unieron al grupo de Jesús. Es el caso de Andrés, el hermano de Simón Pedro, que era “uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús.” (Jn.1,40) 

 

En ese contexto de sintonías y distancias entre Juan y Jesús se va perfilando como clave la pregunta por la identidad profunda de Jesús. El evangelio de Mateo nos dice que esa pregunta la formula Juan estando en la cárcel (Mt. 11,3). Más allá de las circunstancias históricas, ambos evangelios, el de Lucas y el de Mateo, subrayan un mismo tipo de acontecimientos como los que estarían develando la identidad profunda de Jesús. En ambos casos notamos que Jesús no ofrece una proclama sobre su identidad a través de conceptos abstractos o apelando a un linaje que podría sustentar sus afirmaciones. Jesús alude a los signos que estaban ocurriendo a través de su persona y de lo que su palabra despertaba en la gente del pueblo: “Los ciegos ven, lo cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva. ¡Y dichoso aquel a quien yo no le sirva de escándalo!” (Lc.7,22-23) 

 

Es evidente que Jesús apela a la novedad que emergía en medio de ellos a través de su vida y de sus palabras. En el fondo, despertaba el asombro ante la bondad y la belleza que sus palabras y modos de proceder manifestaban. En efecto, el asombro es una de las dimensiones que desvelan una nota o un rasgo esencial del ser humano. La capacidad de asombro normalmente se despierta cuando se produce alguna disrupción del normal curso de los acontecimientos que generan esperanza. El asombro ocurre ante algo inesperado o que desvela posibilidades insospechadas. Tiene que ver con lo nuevo, con aquello que despierta esperanza y abre futuro. El asombro nos descoloca en sentido positivo porque nos lleva a mirar con atención los sucesos que entrañan algo fuera de lo común y que son, al mismo tiempo, entrañablemente humanos. El asombro nos inclina a preguntarnos por la propia identidad, por el sentido de la vida y de cuanto acontece. 

 

Las palabras y el actuar de Jesús despiertan entre sus paisanos ese asombro ante la novedad entrañablemente humana que se abre paso en medio en medio de ellos. Su libertad y su compromiso despiertan ese asombro ante una vida nueva que emerge y por las posibilidades que se van abriendo como futuro de bendición. Jesús alude a la vida que se abre paso en medio de tantos dolores y oscuridades y lo hace con acciones y palabras que, invocándose las unas a las otras, abren horizontes de esperanza.  

 

La respuesta de Jesús a los discípulos de Juan no es una teoría o una definición abstracta de su persona; Jesús responde mostrando los brotes de vida nueva que se abrían camino de la mano de su compromiso con los más pobres y postergados. Esa vida que se abre paso de la mano de Jesús es la que produce el asombro de sus paisanos. De esa forma, Jesús despierta la esperanza al desencadenar procesos profundamente humanos que abren al misterio de la trascendencia. El asombro ante la vida y el compromiso de Jesús fue el despertador de la esperanza del pueblo que estaba como adormecida y acallada por la falta de profetas.   

 

El gran peligro que corre la humanidad en estos tiempos es la atrofia de su capacidad de asombro. Estamos tan bombardeados y acostumbrados a las novedades tecnológicas y virtuales que nuestra capacidad de asombro parece estrecharse. Si el asombro se queda en las novedades que llaman la atención en distintos campos de la ciencia y de la tecnología, caeríamos en una especie de admiración respecto de nuestras posibilidades a la hora de manipular la realidad. Se trataría, entonces, de un tipo de narcicismo colectivo. Sería como un regodearnos ante todo lo que el ser humano puede hacer con la realidad de la mano de las ciencias y la tecnología. En ese caso, no se trataría del asombro al que alude el evangelio. Jesús apela a la vida humana que se abre camino de la mano de su palabra y de su vida. El asombro que causa Jesús entre sus paisanos no tiene su apoyo en la mera manipulación de la realidad, sino que se despierta ante la belleza del amor que se percibe como un don, como algo que se ofrece sin medida y se reconoce en la persona de Jesús. En efecto, el asombro que despierta Jesús nada tiene que ver con una especie de regodeo ante las posibilidades que el ser humano posee para manipular la realidad, sino de la dignidad humana que se deja ver cuando nos abrimos al amor de Dios. 

 

El asombro que provoca Jesús con su vida y con sus palabras tiene que ver con la dignidad del ser humano y con su capacidad de ser con otros y para otros. El cristiano sabe que el amor no se produce ni se fabrica, sino que se recibe y se comunica. El asombro, pues, tiene su asidero en la capacidad de reconocer una grandeza que nos excede y que es un regalo. Se trataría como de percibir una buena noticia que descubre nuevos horizontes respecto de nuestras posibilidades para crecer en humanidad y como humanidad. 

 

La respuesta a la pregunta de Juan el bautista por la identidad de Jesús podría ser respondida de la siguiente manera: “Yo soy el que soy; la palabra-parábola de Dios que puede alentar y encender una humanidad nueva”.

 

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