01 de Mayo de 2021
[Por: Víctor Codina, SJ]
1.Un hombre justo
José aparece en el evangelio de Mateo como el eslabón final de la genealogía de Jesús, el Mesías: “Jacob fue el padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, el Mesías” (Mt 1,16). A través de José, Jesús entronca con la descendencia de David, José une el Antiguo y el Nuevo Testamento (Patris corde,1).
De José se dice, un poco después, que era “un hombre justo” (Mt 1,19), es decir un hombre honrado y bueno, dispuesto a deshacer en secreto su compromiso matrimonial con María para que ella no sea difamada y que luego acepta a María como esposa en su casa, reconociendo que ha concebido por obra del Espíritu y asume la misión de ser el padre legal de Jesús (Mt 1,20-21). José cuida de María y de Jesús, es su fiel custodio, su defensa y protector. José asume la paternidad de Jesús, se abre al Misterio y a la misión que ha recibido en la historia de salvación. Él es quien pone al niño el nombre de Jesús, pues él salvará al pueblo de sus pecados (Mt 1,21).
José es el prototipo de tantas personas comunes, buenas y sencillas, hombres y mujeres, que nunca aparecen en los Medios de comunicación social, muchos creyentes, que viven desconocidos, en silencio, cumpliendo sus deberes familiares y sociales, se sacrifican por sus hijos, los cuidan cuando están enfermos, luchan por la vida, sin perder la esperanza, esperando un mañana mejor. A veces, para salvar la familia, emigran a otros países, arriesgando la vida en el viaje y soportan luego vivir como extraños y sin papeles en los países ricos.
Son personas justas, como José, es decir, con una relación positiva y abierta con Dios, con los demás y con toda la creación. Son los que en las bienaventuranzas son llamados los pobres en el espíritu y con espíritu (Mt 5, 3), a los que Francisco llama los santos “de la puerta de al lado” (EG 7), que desean “vivir bien”, es decir, no aspiran a tener poder ni riquezas, ni a vivir “siempre mejor” a costa de los demás y de la creación, sino que desean vivir en armonía con Dios, las personas y la naturaleza. De estas personas, que constituyen la mayor parte de la humanidad, José es modelo y prototipo.
2. José de Nazaret
Mateo dice que José, luego del exilio, se fue con su familia a Nazaret, pues los profetas habían anunciado que Jesús sería llamado el nazareno (Mt 2,23).
Nazaret era un pueblo pobre y sencillo de Galilea, del cual el Antiguo Testamento nunca habla: casas junto a la roca, poca gente, agricultura y pastoreo, algunos iban a trabajar a lugares más poblados como Séforis o Cafarnaum. En las excavaciones que se han hecho de la Nazaret del siglo I, no se han encontrado calles adoquinadas, ni monumentos, ni grandes edificios, ni frascos de perfume, solamente había ruedas de piedra para moler trigo o aceituna.
En el evangelio de Juan, cuando Felipe le dice a Natanael que han encontrado a aquel de quien escribieron Moisés y los profetas, Jesús, el hijo de José, el de Nazaret, Natanael pregunta si de Nazaret puede salir algo bueno (Jn 1,45-46; 7,52). Esta era la fama de Nazaret.
En Nazaret vive la sagrada familia, allí Jesús pasa 30 años, siguiendo el oficio de su padre, carpintero, Jesús es el hijo del carpintero (Mt 13,55). En Nazaret aprendió Jesús a trabajar, de mano de José. El oficio de carpintero en Nazaret no era de trabajos de ebanistería, sino una mezcla de albañil y trabajador de chapuzas, en un ambiente campesino. Por esto Jesús, el carpintero, hijo de José, habla de edificios que se comienzan y no se terminan, de la casa edificada sobre la roca o sobre arena, pero también habla de semillas, de viña, de trigo, de ovejas y pastores, de gallinas y zorros, de lirios y pájaros.
Nazaret, tanto para José como para Jesús, no es solo un lugar geográfico, sino un lugar teológico, es decir un lugar donde se manifiesta el designio de Dios de actuar con su Espíritu no desde el poder y la riqueza, sino desde abajo, desde los pobres y víctimas de la historia. Desde Nazaret, se comprende mejor la realidad del mundo, desde aquí Jesús ira soñando su proyecto del Reino de Dios, un Reino que es diferente de los reinos de este mundo, diferente de Roma y diferente de la aristocracia religiosa de los sacerdotes y escribas de Jerusalén.
Por esto, Jesús será siempre, hasta la cruz, Jesús de Nazaret (Jn 19,19); José es también un hombre nazareno, es José de Nazaret, patrón y modelo de la gente sencilla, de la vida cotidiana, de los trabajadores manuales, del mundo obrero, de los que trabajan para llevar el pan a casa, de los que luchan por la justicia, de los que creen que otro mundo es posible, de los que buscan, a veces sin saberlo, el Reino de Dios.
3.De abbá a Abbá
Jesús, según los cuatro evangelios es el hijo de José (Lc 4,22; Jn,6, 42; Mt 13,55; Mc 6,3). José cuidó con cariño a María y a Jesús, no sabemos si le enseñó a leer, lo cierto es que tanto María como José le enseñaron a orar al Dios de Israel, a amar a Dios, el Dios de bondad y ternura.
La psicología religiosa nos dice que es decisiva la experiencia de los padres de cara a la imagen de Dios de sus hijos. Las personas que han tenido padres abusivos, poco amables, duros, que han maltratado a su mujer, borrachos, etc. difícilmente podrán tener una imagen de un Dios padre bueno, misericordioso, tierno y perdonador. Y al revés, unos padres generosos y bondadosos posibilitan que sus hijos e hijas tengan a una imagen positiva de Dios.
Como dice Francisco, Jesús amó a José con corazón de padre (Patris corde Introducción) La primera palabra de Jesús niño a su padre José, sin duda debió ser la palabra aramea abbá, papá, papaíto, una palabra llena de familiaridad y ternura, confianza y amor.
Abbá es la palabra que Jesús usará para hablar de su Padre del cielo. Cuando a los doce años se quede tres días en el templo, dice a sus padres que tenía que estar en casa de su Padre (Lc 2,49), de su Abbá, respuesta que sus padres no comprendieron (Lc 2,50). Jesús partirá de esta experiencia paterna hacia José para abrirse lentamente al misterio insondable del Padre, del cual es el Hijo unigénito y predilecto ,el Dios Padre de quien nace toda paternidad en el cielo y en la tierra (Ef 3,15), paternidad de la cual José es una imagen fiel.
En la angustiosa oración del huerto de Getsemaní, Jesús volverá a llamar a Dios, Abbá (Mc,14,36), la misma palabra que debió usar para llamar padre a José. Abbá es también la palabra que los cristianos usamos para llamar al Padre, movidos por el Espíritu (Gal 4,6).
En una sociedad machista, patriarcal y violenta, un mundo muchas veces angustiado, que ha perdido su rumbo, cuando nos sentimos huérfanos y náufragos en plena tormenta, podemos llamar a Dios Abbá, repitiendo las mismas palabras confiadas con las que Jesús se dirigió a su padre José.
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Acabemos con la oración final de Patris corde a San José:
“muéstrate padre también para nosotros y guíanos por el camino de la vida”.
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