Sólo adorarás al Señor

02 de Abril de 2021

[Por: Armando Raffo, SJ]




“Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto” (Mt. 4,10)

 

La frase citada es la respuesta de Jesús al tentador que le había dicho: “Todo esto te daré si te postras y me adoras” (Mt. 4,9) Se trata de la oferta que le hace el demonio a Jesús en el desierto después del bautismo. El contenido de la tentación propiamente dicha es, ni más ni menos, que tener la posesión y el gobierno de “todos los reinos del mundo y su gloria”. Es obvio que el nudo gordiano de la tentación tiene que ver con el “Reino” que ha de promoverse y que será, dicho sea de paso, el centro del mensaje de Jesús. Por eso el dominio le ofrece todos los reinos de la tierra siempre y cuando, claro está, que se postre y adore a Satanás. Simplificando un poco las cosas se podría decir que el demonio le dice a Jesús: “si es cierto que vienes a promover el reinado de Dios para todos los pueblos, basta que me adores y te postres ante mí.” Es claro, pues, que todo gravita en lo que podría significar postrarse y adorar al demonio y con referencia a la misión de Jesús.

 

El evangelio de Mateo presenta a Jesús como el nuevo Moisés, es decir, como quién tendría que ir más allá de los mandamientos que el propio Yahvé había comunicado a su pueblo en el Sinaí. En efecto, el pueblo judío se conformó y constituyó como tal en el momento en que recibió las tablas de la Ley como provenientes de Yahvé y, por ello, como las leyes que habrían de regir la vida del pueblo. Como toda ley tiende a subrayar los mínimos o las prohibiciones más que la promoción de la osadía y la prosecución de novedades que pudieran ser benéficas para todos.

 

No es de poca importancia, pues, que Jesús, luego de ser bautizado en el Jordán, sintiera que el mismo Dios le dijo que él era su hijo muy amado y en quién tenía su complacencia. A partir de ese momento se inaugura lo que podríamos llamar la misión pública de Jesús centrada en el anuncio del reinado de Dios.

 

La pregunta evidente sería: ¿qué significaría postrarse y adorar al demonio? La respuesta podría comenzar diciendo que postrarse y adorar al demonio implicaría atentar contra el núcleo fundamental de la propuesta de Jesús. Una pista que nos puede llevar a entender el núcleo de la tentación es un texto de González Faus en el que caracteriza lo que son las notas esenciales del reino de Dios que anuncia y promueve Jesús: El triunfo de Dios no podrá consistir más que en la consagración de la libertad del hombre, hasta la libre respuesta de éste. Y esta libertad como libertad liberada, no radicará tanto en el poder o no poder decir que no, sino en el hecho de que su sí no esté condicionado absolutamente por nada distinto del amor.”  

 

Con otros términos, podríamos decir que el reinado de Dios sólo puede promoverse desde una libertad a prueba de balas y movida, solamente, por el amor. En efecto, Dios es el que promueve y empuja esa libertad para amar. Se trata de un amor y una libertad que deberían permear y caracterizar las relaciones interpersonales y sociales a todo nivel. Es claro que la libertad no se impone y que el amor no puede apoyarse en la búsqueda del propio beneficio o conveniencia. 

 

Teniendo un poco más claro lo que significa el reinado de Dios, se puede percibir con mayor claridad qué supondría postrarse y adorar al demonio. Si vamos a la etimología de la palabra “demonio” nos encontramos con que proviene del griego y que significa “dividir” o “lo que divide”. En efecto, el demonio es el que nos divide interiormente en cuanto que mete una cuña muy particular en ese dinamismo que nos lleva hacia los demás de muy diferentes formas y que llamamos amor. El demonio es, también, quién procura cercenar nuestra libertad al promover el individualismo y el narcicismo que nos escinden de los demás. El mal espíritu es aquel que resquebraja y divide los anhelos de comunión y complementariedad que a todos nos habitan. Al escindirnos de los demás y de nosotros mismos, herimos y paralizamos aquello que nos caracteriza como seres humanos: los otros ya no son otros sino objetos a conquistar y consumir; la alteridad se desvanece del horizonte y el solipsismo está a la vuelta de la esquina.  

 

Postrarse y adorar al demonio no es, pues, un acto físico ni momentáneo, se trata de entrar por un camino que desfigura y tuerce lo más valioso y bello de toda vida humana y que tiene su asiento, como dijera Gonzáez Faus, en la libertad movida por el amor. El tentador procura destruir lo más característico y valioso de nuestro ser.  

 

Podemos decir, entonces, que la tentación no se refiere, en primera instancia, a posesiones de cosas o a normativas impuestas en el ámbito social. Todo eso ya estaba contemplado en la ley mosaica, así como que es, de una u otra manera, la característica de cualquier sistema de leyes que, como fue dicho, se refieren a mínimos en lo que a la relación de las personas y de los grupos afectados. 

 

Es evidente, pues, que la habilidad del tentador siempre se dirige a las personas en cuanto que su especialidad es mellar la libertad y torcer el amor, que son dos notas esenciales de nuestra humanidad. El Reino anunciado por Jesús se apoya o avanza por esos dos andariveles que, dicho sea de paso, no pueden correr en solitario. Ahora bien, la libertad para amar supone riesgo y apuesta, no se trata de llevar adelante algo que reporte beneficios o satisfacciones inmediatas; es como un entregarse a construir algo sin garantías de éxito. Por ese motivo, los dinamismos que más atentan contra la libertad son los que tienen su asiento en el miedo y la seguridad. En efecto, el miedo alentado por el mal espíritu es, por definición, la procura neurótica y compulsiva por asegurar la mera preservación. Por otra parte, el amor, esa energía de comunión y respeto, que tanto nombramos y alabamos en nuestros días, también se ve asediada cuando en el vuelo hacia los otros y hacia proyectos atrevidos, no somos capaces de soportar el vacío y nos entregamos a la fuerza de la gravedad. Bien dijo Simone Weil que: “Quién por un momento soporta el vacío, o bien obtiene el pan sobrenatural, o bien cae. El riesgo es terrible, y hay que correrlo…”.

 

Postrarse y adorar a Satanás supone renunciar a la libertad y perderse en el propio egoísmo. Hablamos de dos dimensiones que no son independientes; son como las dos caras de una misma moneda. Viene a tono, ahora, recordar la respuesta de Jesús al demonio: “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto.”

 

Notas

 

1 González Faus, Ignacio. La humanidad nueva. Sal Terrae, Bilbao, 1984, p-171

 

2 Weil, Simone, La gravedad y la gracia, p.62, ed. Trotta, Madrid 1994

 

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