02 de Abril de 2021
[Por: Rosa Ramos]
“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo”, así resume el cuarto Evangelio la hondura e incondicionalidad del amor de Dios por nosotros. El mismo evangelista afirma que Jesús “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo”; de este modo introduce en la última cena esa conmovedora escena: el lavatorio de los pies de los discípulos.
Esta vez no comenzamos con versos, los dejamos para el final, pues quiero compartirles un poema entero de una poetisa cubana. Ella logra plasmar en versos qué es el amor, el amor que nos gusta y que todos disfrutamos, para decirnos poco después que ese no es completo, que aún falta, que el verdadero el amor es el que duele, ese que es entrega total. Jesús muriendo en la cruz, sin magia para bajarse y sin retractarse, es el paradigma del amor revelándonos el corazón de Dios.
Estamos en pleno Triduo Santo, en una Semana muy especial para los cristianos y que la estamos viviendo en circunstancias muy dramáticas, en plena pandemia del covid, en algunos casos en la primera gran ola, en otros ya la cuarta; en unos países controlada, en otros agravada por malas decisiones que cuestan tantas vidas. En este contexto celebramos el Triduo este 2021, en un tiempo de dolores, de soledades, de impotencias, también de mezquindades, pero precisamente en estos tiempos es cuando la esperanza no puede faltar a la cita. Claro que no una ilusión vana o engañosa de que “todo estará bien” por arte de magia.
¿Cómo mantener una auténtica esperanza, cuando todo parece oscuridad? Quizá viviendo estos días con los ojos puestos en el maestro y profeta de Nazaret, en su cruz, ensanchando el corazón para abarcar a la humanidad, desde donde nos toque estar. También en actitud solícita y solidaria: entregándonos en gestos concretos, en escucha atenta, en palabras de consuelo o en silencios que acompañan, sosteniendo a unos, levantando a otros, rezando con y por todos.
Si logramos “estar”, “permanecer”, unidos como sarmientos a la vid, al pie de la cruz de Jesús y de los crucificados de hoy, podremos sí esperar la Resurrección, cantar “Aleluya” y dejar sonar las campanas, pues desde ese “estar con Él”, desde la fe sabremos interpretar en el cronos el Kairós, la vida que despunta ya aquí en la cotidianidad. La vía dolorosa en la que estamos inmersos puede convertirse en vía luminosa, si permanecemos con los ojos bien abiertos en la noche, dispuestos porfiadamente a ver despuntar la aurora que se nos regala una vez más.
El Triduo Santo puede ser meramente ritual, devocional, desencarnado de la historia concreta, o puede ser una oportunidad para crecer en la verdad, en esa de Dios amándonos hasta el extremo. Oportunidad para acoger ese amor entregado y enraizar nuestra vida en el apasionamiento del Hijo por el reino de Dios, así como en su pasión y cruz -el costo pagado-. Celebrar el Misterio Pascual en suma puede ser asumir su Encarnación, esa plena humanidad que lo hace hermano nuestro, compañero de camino, y también maestro: “camino, verdad y vida”.
Sin más los dejo con este poema para rezar de Dulce María Loynaz (Cuba, 1902-1997):
Amor
Amar la gracia delicada
del cisne azul y de la rosa rosa;
amar la luz del alba
y la de las estrellas que se abren
y la de las sonrisas que se alargan...
Amar la plenitud del árbol,
amar la música del agua
y la dulzura de la fruta
y la dulzura de las almas dulces...
Amar lo amable, no es amor:
Amor es ponerse de almohada
para el cansancio de cada día;
es ponerse de sol vivo
en el ansia de la semilla ciega
que perdió el rumbo de la luz,
aprisionada por su tierra,
vencida por su misma tierra...
Amor es desenredar marañas
de caminos en la tiniebla:
¡Amor es ser camino y ser escala!
Amor es este amar lo que nos duele,
lo que nos sangra bien adentro...
Es entrarse en la entraña de la noche
y adivinarle la estrella en germen...
¡La esperanza de la estrella!...
Amor es amar desde la raíz negra.
Amor es perdonar;
y lo que es más que perdonar,
es comprender...
Amor es apretarse a la cruz,
y clavarse a la cruz,
y morir y resucitar...
¡Amar es resucitar!
Dispuestos a aprender a amar, para en todo amar y servir, nos podemos desear unos a otros: ¡Felices Pascuas de Resurrección!
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