Si no creyera en la educación

18 de Marzo de 2021

[Por: Diego Pereira Ríos]




Si no creyera en lo más duro

Si no creyera en el deseo

Si no creyera en lo que creo

Si no creyera en algo puro.

 

Silvio Rodríguez

 

Si no creyera en la fuerza trasformadora que persiste al interior de la educación, no podría seguir apostando a ella, aún en este complejo y difuso siglo XXI. Y no me refiero solamente al ambiente generalizado por la pandemia del Covid-19, sino a lo que sigue en un camino de ascenso que es la política sucia, que sigue privilegiando a unos pocos y abandonado a su suerte a la gran mayoría de latinoamericanos. Avanzado ya el 2021, donde en muchos países del continente ya comenzó el período lectivo, en mi país apenas comienza y la situación es de gran desazón, cansancio y falta de esperanzas, frente a un gobierno que no está cuidando de su gente. Ojo: no hablo de la clase pudiente que sigue enviando a sus hijos a colegios privados y recibiendo una formación que los llevará a reproducir el actual orden. No. Me refiero a las clases más empobrecidas, las que concurren a escuelas y liceos públicos, que muchas veces es su segunda casa en donde reciben el plato de comida, la palabra de aliento, la apuesta de maestros y profesores que dan lo mejor de sí para ayudarlos a salir adelante.

 

Si no creyera en la educación, no tendría razones para seguir insistiendo en que ella y solo ella es la puede darle a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, las herramientas necesarias para cambiar la historia. Pero no pienso en la educación como algo descarnado o un ideal. La pienso desde el esfuerzo que nos toca hacer a cada uno de nosotros los actores que nos desgastamos por dar tanto tiempo de nuestra vida y que, hoy en día, no le interesa a los que nos gobiernan. Tampoco pienso en los estudiantes en tiempo futuro: ellos son el presente. Ellos están en un presente muy duro que nos habla de hambre, de falta de atención médica, de falta de oportunidades, de falta de confianza y de lugares en donde puedan crecer de manera integral. Un presente que los condena por no ser “adultos” y por ello “no saber” tomar decisiones y ni siquiera opinar. Un presente sometido al capricho de unos pocos que solo anhelan estar en el poder sin importarle los sueños y metas que nuestros estudiantes puedan tener.

 

Si no creyera en la educación, no estaría dispuesto a ir mucho más allá de lo que el sistema educativo me pide, en donde las limitaciones son muchas y poco importa los resultados de la formación humanística. Desde mis clases de filosofía y religión, abogo por ayudar a mis estudiantes a pensar en recuperar, primero, la esperanza en sí mismos, en sus capacidades, en su poder crítico de decir las cosas tal cual como son, sin medias tintas. Intento empoderarlos para que crean en el poder transformado de una conciencia crítica que aún en la mayor de las tinieblas es capaz de arrojar luz y retomar el camino, valorando todo lo andado, para mirar siempre hacia adelante e ir por más. En filosofía, la búsqueda de la sabiduría se nos manifiesta en el deseo de alcanzar nuestros sueños, metas, anhelos. En ese deseo se hace presente lo ausente, lo deseado, y es el empuje que necesitamos para pensar filosóficamente. Los adolescentes y jóvenes tienen en sus manos el hoy del mundo y debemos ayudarlos a dar lo mejor de sí. 

 

Si no creyera en la educación, en vano serían mis desvelos en aggiornarme en todo momento, buscando esa formación continua para poder dialogar con más consciencia con adolescentes y jóvenes. Y sé muy bien que esto no basta: debemos también abrir espacios de debate, de escucha; darles la palabra para que se manifiesten. Son ellos los que muchas veces dicen lo que los adultos no nos animamos a decir acerca de la política, de la economía, de la sociedad o de la pandemia. Hoy en día son ellos los que sufren ante un sistema que ha normalizado la educación virtual: están cansados de las tareas en casa, de las clases remotas, de no estar con su grupo de clase para compartir lo propio de su edad, sus búsquedas, sus pasatiempos. En la actualidad, el sistema obliga a continuar una formación que no busca formar personas, sino simplemente esclavizarlos y destinarlos a la producción para beneficiar a las grandes empresas. Nuestros jóvenes son proclives a quedar enredados en la telaraña capitalista, de la cual somos moscas atrapadas.  

 

Si no creyera en la educación, en su poder liberador, no escribiría estas líneas. Pero ojo: debemos ser conscientes como docentes, de qué lado estamos: del sistema para repetirlo y perpetuarlo, o en su contra para intentar desvelarlo, criticarlo y colaborar en trabajar para poder cambiar la actual situación. ¿Ser arriesgado? Claro que sí. ¿Qué tiene sus dificultades? Por supuesto. Pero ¿desde dentro del sistema podemos hacer algo? Es que no hay otro camino. Primero porque no podemos salirnos de él y segundo porque solo desde dentro podemos cambiar las cosas. Si no creyera en el camino que nos han heredado en la educación, personas como Paulo Freire, José Rebellato, Iván Illich, Orlando Fals Borda, y tantos otros, no seguiría intentando cada día rebelarme contra mí mismo y la herencia recibida, para poder experimentar una reconversión interior que sea eficaz en decisiones y acciones. Si no creyera en la educación como instrumento, herramienta y arma de la liberación humana, no podría tener esperanza en cada uno de mis alumnos y alumnas.

 

Diego Pereira Ríos

 

 

*Imagen tomada de: https://pt.slideshare.net/josebolso/ivan-illich-40823177/3

 

Procesar Pago
Compartir

debugger
0
0

CONTACTO

©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.