09 de Marzo de 2021
[Por: Olga Consuelo Vélez]
Hace poco un amigo muy querido me dio un consejo: “me gustan tus escritos, pero sería mejor no escribir tan seguido sobre la mujer porque la gente te va a encasillar en ese tema y, de pronto, algunos van a dejar de leerte”. Por supuesto mi amigo lo hizo desde la mejor buena voluntad y, en el fondo, tiene razón, porque comprometerse con una causa trae muchos problemas. En realidad, molestas a los que no quieren cambiar o a los que no ven la necesidad de cambiar y corres el riesgo de perder algunas oportunidades que esas personas podrían ofrecerte. Pero, al mismo tiempo, sabiendo que vas a contrariar a algunos (o a muchos), las realidades que nos llaman al compromiso despiertan en nosotros una sensibilidad que no se puede dejar de lado. Se comienzan a ver las cosas con otros ojos y descubres lo que para muchos pasa desapercibido. Creo que la experiencia podría compararse, de alguna manera, con lo que dijeron Pedro y Juan cuando fueron llevados ante el Sanedrín para que dejaran de predicar en nombre de Jesús. Su respuesta fue contundente: “no podemos dejar de hablar lo que hemos visto y oído” (Hc 4, 20) y, yo diría lo mismo: no puedo dejar de hablar de aquello que a diario constato como subordinación, maltrato, exclusión y violencia contra las mujeres, contrario a los derechos humanos y muy contrario al plan de Dios sobre la humanidad…
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