26 de Febrero de 2021
[Por: Juan José Tamayo]
Teo-poeta de la liberación e intelectual compasivo
Pedro Casaldáliga fue “poeta de vida y palabra consustanciadas”, como le definiera el poeta y catedrático de Estética en la Universidad de Barcelona José María Valverde, y “teo-poeta de la liberación”, como lo califico yo, creo que certeramente, junto con Rubem Alves y Ernesto Cardenal. Fue esteta de la palabra encarnada, maestro del bien decir, que en él es “ser” “vivir”, y “hacer”. Su poesía no es evasiva, sino que hace pie en la realidad, está transida de indignación y de dolor por la injusticia y el hambre que sufría -y sigue sufriendo- la mayoría de la población mundial.
Analizó la realidad con los ojos de los pobres, ojos, que como él dice, “ven con otra luz”. Fue la luz que le llevó a criticar el neoliberalismo, al que calificó de “la gran blasfemia del siglo XXI”. Pero no se quedó en la crítica y la denuncia, sino que en plena era neoliberal fue “obrero de la utopía” de Otro Mundo Posible, en sintonía con la propuesta del Foro Social Mundial, que celebró precisamente siete encuentros en Brasil. Utopía de la liberación, que no consideraba un ideal irrealizable, sino la meta que puede lograrse a través del compromiso por el camino de la “esperanza contra toda esperanza”.
Fue también un profeta de ojos abiertos que despertó las conciencias adormecidas de muchos ciudadanos y ciudadanas conformistas y de cristianos y cristianas que, al decir del escritor francés Georges Bernanos, son “capaces de instalarse cómodamente bajo la cruz de Cristo”. Era un revolucionario universalista, que creía “en la Internacional de las frentes levantadas, de la voz de igual a igual y de las manos entrelazadas” y acompañó las revoluciones producidas en América Latina, incluso con su presencia física, como en el caso de la Revolución sandinista.
Casaldáliga fungió como intelectual crítico, inconformista y compasivo con las víctimas del colonialismo, el capitalismo, el patriarcado, la aporofobia y la explotación de la Tierra. Fue, sin duda, uno de los más lúcidos intelectuales de América Latina, que ofreció narrativas alternativas a los relatos oficiales del sistema, construyó espacios de con-vivencia y de diálogo simétrico en vez de campos de batalla y monólogos, desestabilizó el (des)orden establecido y revolucionó las mentes instaladas. Fue crítico de todos los poderes: político, religioso, económico, incluidos los poderes ocultos de la “Santa Sede”, hasta tener la osadía de pedir al Papa Juan Pablo II que abandonara el Vaticano y siguiera la senda del Evangelio. Se enfrentó y desnudó a los grandes sistemas de dominación con solas la palabra y la ejemplaridad de vida.
Otras de sus opciones fundamentales fue la ecología, siguiendo al ecologista Francisco de Asís. Junto a su colega y entrañable amigo Tomás Balduino, obispo de Goiás, creó la Comisión Pastoral de la Tierra en la Conferencia Episcopal Brasileña, que apoyó las luchas y reivindicaciones del Movimiento Sin Tierra (MST). Reclamó el derecho de los pueblos originarios, los primeros ecologistas, a su territorio, del que se apropiaron los terratenientes, que los explotan sin mostrar compasión alguna con la tierra ni con sus legítimos moradores. Exigió el reconocimiento de los derechos de la Madre Tierra (Pachamama), que los pueblos originarios consideran sagrada y con la que forman una comunidad eco-humana. La mejor representación simbólica de su conciencia ecológica fue la Misa de la Tierra Sin Males.
Espiritualidad contra-hegemónica
En la esfera religiosa destacó como misionero al servicio de los sectores más vulnerables de la sociedad, místico solidario con los procesos revolucionarios, contemplativo en la liberación, obispo en rebeldía e insurrección evangélica, pastor al servicio del pueblo. Vivió una espiritualidad contra-hegemónica y anti-imperial. “Cristianamente -afirma- la consigna es muy clara (y muy exigente) y Jesús de Nazaret nos la ha dado…: contra la política opresora de cualquier imperio, la política liberadora del Reino. Ese reino del dios vivo, que es de los pobres y de todos aquellos y aquellas que tienen hambre y sed de justicia. Contra la agenda del imperio, la agenda del Reino”. Predicó el Reino de Dios en lucha contra el Imperio y criticó ala Iglesia “cuando no coincide con el Reino”.
Padres y madres de la iglesia Latinoamericana
Casaldáliga siguió la senda de los obispos que José Comblin llama “Padres de la Iglesia de América Latina”, que pusieron en práctica el Pacto de las Catacumbas firmado por cuarenta obispos en la catacumba de Santa Domitila de Roma en noviembre de 1965 durante la cuarta sesión del Concilio Vaticano II, al que luego se adhirieron más de quinientos. Optaron por una Iglesia pobre y de los pobres, denunciaron las dictaduras, fueron perseguidos, pusieron en riesgo sus vidas y algunos fueron asesinados convirtiéndose en mártires, como monseñor Romero, José Gerardi, Angelelli… Fueron sometidos a procesos judiciales, vigilancia policial, investigaciones inquisitoriales por parte de las Congregaciones del Vaticano, sufrieron condenas e incluso fueron destituidos de sus funciones episcopales.
Al final del libro me pregunto si ha habido y sigue habiendo “Madres de la Iglesia de Amerindia” y respondo afirmativamente, si bien no son reconocidas como tales. La falta de reconocimiento es la mejor prueba de la pervivencia del patriarcado incluso en el cristianismo liberador.
“Mis causas son más importantes que mi vida”
Pedro Casaldáliga afirmó en reiteradas ocasiones: “Mis que sus causas son más importantes que mi vida”. Y así fue. En el libro dedico un capítulo extenso a dichas causas entre las que destaco cinco que considero las más importantes:
- la causa de las comunidades afrodescendientes, indígenas y campesinas, sometidas al colonialismo, racismo y capitalismo salvaje. Su Misa de la Tierra Sin Males es la mejor expresión de su solidaridad e identificación con los pueblos indígenas. Su Misa de los Quilombos constituye el mejor reconocimiento de la dignidad de los pueblos afrodescendientes sometidos a esclavitud desde siglos y todavía hoy, de la defensa de su identidad cultural y religiosa y de sus territorios
- La causa de las mujeres discriminadas por ser mujeres, por ser pobres, por pertenecer a las clases populares, culturas y etnias originarias, despreciadas y sometidas a violencia por el patriarcado político y religioso hasta llegar a los feminicidios, y por practicar espiritualidades y religiones que no se corresponden con las llamadas “grandes religiones”. Hizo suya la causa de las mujeres campesinas, indígenas, negras, prostitutas, cuya marginación social denunció.
- La causa de la Tierra, considerada sagrada por las comunidades indígenas, sujeto de derechos y no venal.
- La causa del diálogo interreligioso, intercultural, e interétnico. No impuso su fe, ni afirmó que la religión cristiana fuera la única verdadera, sino que respetó y compartió las cosmovisiones, espiritualidades y sabidurías de las comunidades originarias, dialogó con ellas sin arrogancia ni complejo de superioridad y sin establecer jerarquías, al tiempo que reconoció a sus deidades.
- La causa de los mártires, empezando por el protomártir del cristianismo Jesús de Nazaret y siguiendo por el padre Joâo Bosco, asesinado en su presencia por la policía, monseñor Romero, arzobispo profético de San Salvador, a quien declaró santo en el memorable poema “San Romero de América, Pastor y Mártir Nuestro”, y por el martirio colectivo de los “indios crucificados”, sobre el que escribió un dramático y denunciante artículo en la Revista Internacional de Teología Concilium en 1983.
Casaldáliga es uno de los símbolos más luminosos del cristianismo liberador en pleno auge de los movimientos religiosos fundamentalistas que están cambiando el mapa religioso y político de América Latina. Se ha convertido en faro iluminador en la oscuridad del presente y en pleno protagonismo de la extrema derecha política a nivel local y global, que está cambiando el mapa político y constituye una amenaza para la democracia. Sus textos, apoyados en la autenticidad de su vida son, a mi juicio, la mejor respuesta a dicho giro político ultraderechista y constituyen la base para la propuesta de una alternativa de una democracia radical, es decir, participativa, de base y en todos los ámbitos: ético, político, económico, social, laboral, cultural, educativo, ecológico, etc.
Ignacio Ellacuría dijo: “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”. Yo me atrevo a afirmar: “Con Pedro Casaldáliga ‘el Dios de todos los nombres’ pasó por Brasil”.
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