Hoy cuenta más un banquero que el buen padre Julio Lancellotti

23 de Febrero de 2021

[Por: Leonardo Boff | Texto en español y portugués]




La cultura dominante, hoy mundializada, se estructura alrededor de la voluntad de poder, que se traduce en voluntad de dominación de la naturaleza, del otro, de los pueblos y de los mercados. Esa lógica continuamente crea tensiones, conflictos y guerras. Y provocó la irrupción de la Covid-19 que encontró en un presidente “un Trump de las cavernas”, que la consideró una “gripecita” y así se desentendió de atender al pueblo, presenciando sin ninguna empatía la muerte de más de 240.000 víctimas, para escándalo nacional e internacional.

De los 3.400 años de historia de la humanidad que podemos datar, nos dice el historiador Georg Weber, 3.166 fueron de guerra. Los restantes 234 no fueron ciertamente de paz sino de preparación para otra guerra. 

Prácticamente las fiestas nacionales de todos los países, sus héroes así como los monumentos de sus plazas, están relacionados con hechos de guerra. Los medios de comunicación llevan al paroxismo la magnificación de todo tipo de violencia, bien simbolizada en el programa nocturno de una de las televisiones con el título Tela Quente (pantalla caliente). Y para vejamen general, nuestro presidente defiende la tortura de los tiempos de la dictadura militar y exalta a torturadores sanguinarios. 

En los distintos países, el militar, el banquero y el especulador valen más que el poeta, el filósofo y el santo. Cuenta más el rico empresario de la Fiesp que el pobre hombre de Dios que cuida de la gente de la calle y sólo por eso está siempre amenazado de muerte: el padre Julio Lancellotti. En los procesos de socialización formal e informal, la cultura de la violencia no crea mediaciones para una cultura de la paz, del diálogo y de la fraternidad universal. 

Esta situación suscita siempre de nuevo la pregunta que de forma dramática Albert Einstein plantea a Sigmund Freud en 1932: ¿Es posible superar o controlar la violencia? Freud, realista, responde: “Es imposible controlar directamente el instinto de muerte (thánatos). Sin embargo, se puede actuar por vías indirectas. Todo lo que hace surgir lazos emocionales entre los seres humanos actúa contra la guerra. Todo lo que civiliza, trabaja contra la guerra”. Pero concluye con resignación: “hambrientos, pensamos en el molino que muele tan despacio que podemos morir de hambre antes de recibir la harina” (Obras completas III, 3, 215). 

Sin entrar en detalles, diríamos que detrás de la violencia funcionan fuertes estructuras que rompen los posibles lazos de fraternidad. Si no las controlamos, se hace verdad lo que Thomas Hobbes sustenta en su Leviatán (1561): el ser humano es lobo para otro ser humano. 

La primera estructura es el caos, siempre presente en el proceso cosmogénico y antropogénico. Todos somos hijos e hijas del caos primordial, de aquella inmensa explosión silenciosa, el big bang ocurrida hace unos 13.700 millones de años. La expansión y la evolución del universo son una forma de crear orden (cosmos) en este caos y no permitir que sea sólo caótico, sino que sea también generativo. Él genera nuevos cuerpos celestes, galaxias, estrellas y agujeros negros. Incluso así, caos y cosmos (nuevos órdenes) acompañan siempre la evolución del universo. Él actúa también en el ser humano, haciendo que sea simultáneamente amoroso y violento, luz y sombra. 

Esta estructura de caos ha producido cerca de cinco extinciones masivas  de seres vivos, ocurridas hace millones de años. En la última, hace cerca de 67 millones de años, perecieron todos los dinosaurios. Posiblemente la propia inteligencia también nos ha sido dada para limitar la acción destructiva del caos y potenciar su acción generadora de nuevos órdenes. 

En segundo lugar, somos herederos de la cultura patriarcal que instauró, hace más de diez mil años, la dominación del hombre sobre la mujer y creó las instituciones asentadas sobre el uso legítimo de la violencia por el Estado, más presente en el ejército, en la guerra, en las clases, en el proyecto de la tecnociencia puesta al servicio de los procesos de producción que implican una depredación sistemática de la naturaleza y una deshumana injusticia social. 

En tercer lugar, esa cultura patriarcal usó la represión, el miedo, el terror y la guerra como forma de resolver los conflictos. Sobre esta vasta base se formó la cultura del capital, explotando la fuerza de trabajo humano y devastando la naturaleza. Su objetivo es el lucro y no la vida, su lógica es la competición y no la cooperación, el individualismo y no la interdependencia entre todos. Su dinámica excluyente origina desigualdades, injusticias, violencias que eliminan miles, millones de vidas humanas. La irrupción de la Covid-19 ha impuesto a todos una pausa en esa voracidad, pues todo ha tenido que parar, la producción y la circulación de los seres humanos, sujetos al confinamiento social. Limó los dientes al lobo pero no le quitó la ferocidad. Los especuladores han acumulado fortunas fantásticas agravando la desigualdad social. 

Todas estas fuerzas se articulan estructuralmente para consolidar la cultura de la dominación y de la violencia, actitudes contrarias a cualquier tipo de fraternidad. Ellas nos deshumanizan a todos, haciéndonos, según dice la encíclica del Papa Francisco Fratelli tutti, no hermanos y hermanas sino solo socios de intereses personales o corporativos (cf. nºs 12;101). No basta estar a favor de la paz. Tenemos que estar contra la guerra, y en Brasil denunciar la ausencia de un proyecto oficial para detener la Covid-19, que ha hecho a su principal responsable, el jefe de la nación, “un gendarme de la burguesía”, que no cuida las vidas de su pueblo ni muestra empatía con las familias y personas que han perdido seres queridos, como si se hubiese hecho una lobotomía. 

A esta cultura de la violencia hay que oponer la cultura de la paz. Al mundo de los socios tenemos que hacer valer el mundo de los hermanos y hermanas. Ésta es una propuesta innovadora, un verdadero nuevo paradigma civilizatorio del Papa Francisco en la Fratelli tutti: un modo de habitar la Casa Común como frater hermano y hermana, en la cual prevalece una fraternidad sin fronteras entre los humanos y también con los demás seres de la naturaleza de la cual es parte, en contraposición al paradigma de la modernidad asentado sobre el dominus, el ser humano como amo y señor de la naturaleza y no parte de ella. 

Tal propuesta es imperativa, porque las fuerzas de destrucción ya han roto durante siglos el contrato natural con la Tierra y la naturaleza y por todas partes amenazan con romper el contrato social mínimo por la ascensión de la derecha y de la extrema derecha que no respetan las leyes ni la Constitución creando un Estado pos-democrático y sin ley (R.R. Casara). Esta propuesta papal es imperativa porque el potencial destructivo, en términos de armas de destrucción masiva ya montado, más el calentamiento global pueden poner en peligro toda la biosfera e imposibilitar la continuidad del proyecto humano. O limitamos la violencia y hacemos prevalecer el proyecto de la fraternidad universal, del amor social y de la paz perenne, como lo proclama de forma entre angustiada y esperanzada el actual Pontífice, o conoceremos, al límite, un camino que no tiene vuelta atrás. A nuestra generación le toca tomar esta decisión.

*      *       * 

A cultura dominante, hoje mundializada, se estrutura ao redor da vontade de poder que se traduz por vontade de dominação da natureza, do outro, dos povos e dos mercados. Essa  lógica cria continuamente tensões, conflitos e guerras. E provocou a intrusão do Covid-19 que encontrou num presidente” um Trump dos grotões” que a considerou uma “gripezinha” e assim se dispensou de cuidar do povo, assistindo sem qualquer empatia à morte de mais de 240 mil vítimas, para escândalo nacional e internacional.

 

Dos 3.400 anos de história  da humanidade,  que podemos datar, diz-nos o historiador Georg Weber, 3.166 foram de guerra. Os restantes 234 não foram certamente de paz mas de preparação para outra guerra.

 

Praticamente em todos os países as festas nacionais, seus heróis e os monumentos das praças são ligados a feitos de guerra. Os meios de comunicação levam ao paroxismo a magnificação de todo tipo de violência, bem simbolizado no programa noturno de uma das televisões sob o título “Tela Quente”. E para vexame geral nosso presidente defende a tortura dos tempos da ditadura militar e exalta torturadores sanguinários.

 

Nos vários países, o militar, o banqueiro e o especulador valem mais do que o poeta, o filósofo e o santo. Conta mais o rico empresário da Fiesp do que o pobre homem de Deus, que cuida da população de rua e, só por isso, sempre ameaçado de morte: o padre Júlio Lancellotti. Nos processos de socialização formal e informal, a cultura da violência não cria mediações para uma cultura da paz, do diálogo e da fraternidade universal.

 

Esta situação faz suscitar sempre de novo a pergunta que, de forma dramática, Albert Einstein colocou a Sigmund Freud nos idos de 1932: é possível superar ou controlar a violência? Freud, realisticamente, responde: “É impossível aos homens controlar diretamente o instinto de morte (thánatos). Pode, entretanto, percorrer vias indiretas. Tudo o que faz surguir laços emotivos entre os seres humanos age contra a guerra. Tudo o que civiliza, trabalha contra a guerra”. Mas conclui com uma forma resignada: “esfaimados pensamos no moinho que tão lentamente mói que poderemos morrer de fome antes de receber a farinha”( Obras completas III:3, 215).

 

Sem detalhar a questão, diríamos que por detrás da violência funcionam fortes estruturas que rompem os possíveis laços de fraternidade. Se não as controlarmos, se torna verdade o que Thomas Hobbes sustenta em seu Levitã (1561): o ser humano é lobo para o outro ser humano.

 

A primeira estrutura é o caos sempre presente no processo cosmogênico e antropogênico. Somos todos filhos e filhas do caos primordial, daquela  imensa explosão silenciosa, o big bang que ocorreu há 13,7 bilhões de anos. A expansão e a evolução do universo constituem  uma forma de criar ordem (cosmos) neste caos e não permitir que seja só caótico mas que seja também generativo. Ele gera novos corpos celestes, galáxias, estrelas e buracos negros. Mesmo assim o caos  e o cosmos (novas ordens) sempre acompanham  evolução do universo. Ele atua também no ser humano, fazendo que seja simultaneamente amoroso e violento, luz e sombra.

 

Essa estrutura de caos produziu cerca de cinco grandes dizimações em massa de seres vivos, ocorridas há milhões de anos. Na última, há cerca de 67 milhões de anos,  pereceram todos os dinossauros. Possivelmente a própria  inteligência também nos foi dada para limitar  a ação destrutiva do caos e potencializarmos sua ação generativa de novas ordens.

 

Em segundo lugar, somos herdeiros da cultura patriarcal que instaurou,há mais de dez séculos, a dominação do homem sobre a mulher e criou as instituições assentadas sobre o uso legítimo da violência pelo Estado, mas presente no  exército, na guerra, nas classes, no projeto da tecno-ciência posto a serviço  dos processos de produção que implicam uma  sistemática depredação da natureza e uma desumana injustiça social.

 

Em terceiro lugar, essa cultura patriarcal usou da repressão, do medo, do terror e da guerra como forma de resolução dos conflitos. Sobre esta vasta base se formou a cultura do capital, explorando a força do trabalho humano e devastando a natureza. Seu objetivo é o lucro e não a vida,  sua lógica é a competição e não a cooperação,o individualismo e não a interdependência entre todos. Sua dinâmica excludente origina desigualdades, injustiças, violências que ceifam milhares e até milhões de vidas humanas. A intrusão do Covid-19 impôs a todos uma pausa nessa voracidade pois tudo teve que parar, a produção e a circulação dos seres humanos, sujeitos ao confinamento social. Limou os dentes do lobo mas não lhe tirou a ferocidade. Os especuladores acumulassem fortunas fantásticas agravando a desigualdade social.

 

Todas estas forças se articulam estruturalmente para consolidar a cultura da dominação e da violência, atitudes contrárias a qualquer tipo de fraternidade. Elas nos desumanizam a todos, fazendo-nos no dizer da encíclica do Papa Francisco Fratelli tutti, não mais irmãos e irmãs mas apenas sócios ao redor de interesses pessoais ou corporativos (cf.n.12;101). Não basta sermos a favor da paz. Temos que ser contra a guerra e no Brasil denunciar a ausência de um projeto oficial para deter o Covid-19, tornando o seu principal responsável, o chefe da nação “um gendarme da burguesia”, que não cuida das vidas de seu povo e não mostra empatia para com as famílias e pessoas que perderam entes queridos, como se tivesse feito uma lobotomia.

 

À essa cultura da violência há que se opor a cultura da paz. Ao mundo dos sócios temos que fazer valer o mundo dos irmãos e das irmãs. Esta é proposta inovadora,um verdadeiro novo  paradigma civilizacional do Papa Francisco na encíclica Fratelli tutti: um modo de habitar a Casa Comum, como frater irmão e irmã, na qual vigora uma fraternidade sem fronteiras entre os humanos e também com os demais seres da natureza da qual é parte, em contraposição ao paradigma da modernidade  assentado sobre  o dominus, o ser humano como senhor e dono da natureza e não parte dela.

 

Tal proposta é imperativa, porque as forças de destruição já por séculos romperam o contrato natural com a Terra e a natureza e  estão ameaçando, por todas as partes, quebrar o contrato social mínimo pela ascensão da direita e da extrema direita que não respeita as leis e a Constituição criando um Estado pós-democrático e sem lei (R.R. Casara).  É imperativa esta proposta papal porque  o potencial destrutivo, em termos de armas de destruição em massa já montado, mais o aquecimento global podem ameaçar toda a biosfera e impossibilitar a continuidade do projeto humano. Ou limitamos a violência e fazemos prevalecer o projeto da fraternidade universal, do amor social e da  paz perene, como o proclama de forma entre angustiada e esperançada o atual Pontífice, ou conheceremos, no limite, um caminho sem retorno.A decisão cabe à nossa geração.

 

Leonardo Boff é teólogo e retraduziu do latim medieval a Imitação de Cristo com um acréscimo sobre o Seguimento de Jesus, Vozes 2018.

 

 

Imagem: VidaNuevaDigital.com

 

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