Naufragios y resurrecciones

20 de Febrero de 2021

[Por: Rosa Ramos]




Navegantes antiguos tenían una frase gloriosa:

“Navegar es preciso; vivir no es preciso”

… No cuento gozar mi vida; ni en gozarla pienso…

Sólo quiero tornarla de toda la humanidad; pese a que para eso

tenga que perderla como mía…

Fernando Pessoa

 

Una reflexión para empezar la cuaresma.

 

Todos sabemos de naufragios. Sabemos de girar a la deriva antes o después de un naufragio, antes de que nosotros -o partes nuestras- lleguemos a la arena para ser rescatados o devueltos por nuevos oleajes al mar y expulsados otra vez. Hasta creemos haber aumentado el océano con nuestras lágrimas al partirse nuestra barca-vida en medio de fuertes tormentas.

 

Naufragios de grandes barcos de pasajeros o mercancías, de pequeñas embarcaciones pesqueras, de pateras miserables repletas de seres humanos zarandeados por el oleaje y el miedo, tan aferrados al madero como a la esperanza. A propósito de estos naufragios terriblemente vergonzosos para la humanidad del siglo XXI, Khaled Hosseini escribió e ilustró un breve cuento: Súplica a la mar. Allí en primera persona le da voz a un padre que sube a la patera con su hijo pequeño contándole -haciendo memoria o haciéndosela a sí mismo- cómo era la ciudad que dejaban atrás y la vida antes de la guerra. El libro está dedicado al niño sirio de cuatro años descubierto muerto boca abajo en costas de Turquía en 2015 y a las miles de personas que pierden la vida mientras intentan alcanzar la tierra prometida.

 

Si hemos sido afortunados y no hemos vivido esos naufragios, no estamos a salvo. También existen otros naufragios en tierra firme de los que todos podemos dar cuenta. Nos da vuelta la barca una enfermedad, un accidente, un fracaso, la muerte de un ser querido que era fuente de sentido en ese momento, en fin, son tantas las formas en que puede naufragar un proyecto de vida, incluso la vida misma puede hacerse añicos. Los naufragios además golpean o arrastran otras muchas vidas y cambian muchas historias.

 

En este “tiempo sin tiempo” de la pandemia, que ya lleva un año entre nosotros pero cuyo fin  es incierto, ¡cuántos naufragios han sucedido! Naufragios humanos: dos millones trescientos mil muertos, con lo que implica la pérdida de esas vidas únicas y el sufrimiento para las familias; naufragios económicos, que afectan a casi todos pero fundamentalmente a los países ya pobres; naufragios sociales y políticos como consecuencia. Y aún están por verse otros.

 

Sin embargo, quiero hablar de resurrecciones y de ellas solamente podemos decir algo analógica y especulativamente. Ya San Pablo lo intentó a su manera con las categorías disponibles; desde entonces muchos teólogos lo han hecho con las de su tiempo, hasta el presente, por ejemplo Andrés Torres Queiruga. Aquí lo haré con un lenguaje metafórico y tomando prestadas palabras del encuentro fecundo de dos amigos: Marisa y Pablo.

 

Marisa ama los azulejos coloniales, esos de hermosos dibujos azules sobre blanco. Vaya a saber por qué la seducen tanto, pero el caso es que ella tiene ojos para descubrir aún hoy algunos fragmentos en nuestras costas después de tormentas o cambios en las mareas. Según me cuenta, eran frecuentes los naufragios de los barcos que transportaban mercaderías y artículos para la construcción de las primeras mansiones en el siglo XIX, entre ellos grandes cargas de azulejos. Ellos también parecen amarla y esperarla en la arena, pues en las caminatas con la familia por Jaureguiberry es ella siempre la que con su radar interior los descubre semienterrados. Los recoge feliz, los limpia, los contempla, los lleva a su casa y coloca amorosamente en un sitio especial para seguir imaginando historias, además de recrear mental y afectivamente el cuadrado del que sólo ha encontrado un ángulo, o una partecita. ¿Cuál era el destino de este, qué casa, qué aljibe, qué fuente, qué patio o qué amplia cocina lo esperaba? ¿Dónde estarán los otros fragmentos, dónde se habrán dispersado los azulejos del mismo diseño? -se pregunta, rumia, sueña.

 

Marisa atesora trozos de azulejos y teje historias. Quizá es su forma de reconstruir su propia vida sacudida por muchas turbulencias marinas, recoger  amorosamente los fragmentos de sus naufragios y darle nueva forma, nuevo hogar, también un tiempo y una historia nuevas.

 

Un día quiere hacerle un regalo especial a Pablo, un amigo que ha sido su sostén o tabla de salvación en una de esas tempestades que parecen querer enredar todos los vientos enfurecidos sobre su fragilidad. ¿Qué regalarle que sea muy mío y muy significativo? Para esta pregunta la respuesta sale diáfana de su alma: un fragmento de mis azulejos.

 

Pablo recibe a una Marisa emocionada con el extraño regalo que le lleva y se emociona a su vez, porque él también ama los azulejos y tiene varios que ha rescatado a punto de ser tirados. 

 

Además del trozo escogido de azulejo para regalarle, ella lleva una pregunta que es una hipótesis: ¿No puede explicarse así la resurrección: que algo que se rompe y pierde su destino original, acabe en otra orilla-destino y sea recogido con amor por alguien para vivir en un sitio escogido y no perderse jamás?

 

Pablo recoge la hipótesis y se la devuelve con su propio lenguaje: Claro que sí, así es, la vida fue soñada para un destino feliz, pero es limitada y llega lo indisponible, lo que no manejamos: la muerte que irrumpe rompiendo proyectos y sueños, que nos arroja de la vida y de los que amamos. Sí, resucitar será como despertarnos en una arena tibia y dorada donde Dios nos recoge en sus manos como en una cuna, nos pone en su corazón; allí viviremos para siempre alcanzando el destino original que Él había soñado para todas sus creaturas amadas.

 

 

¡Gracias Marisa y Pablo por sus azulejos y reflexiones! Es tiempo de vientos violentos, los  naufragios están a la orden del día, aquí y allá: naufragios colectivos, martirios cruentos que arrebatan vidas en un instante, o lentos de respiradores y soledad, otros del hambre y la infamia diaria; y también naufragios íntimos, personales que, obviamente, no se dan al margen de la única Historia-cronos donde es posible el kairós. El naufragio y la destrucción no tienen la última palabra y Dios tiene amigos colaboradores que anticipan ya su abrazo amoroso y resucitador. Navegar es necesario, valientemente; no es quizá tiempo de gozar la vida, sino de tornarla de toda la humanidad, como deseaba el poeta portugués. Navegamos con la mirada en la Pascua, en esa orilla de arena tibia y dorada donde la fidelidad de Dios recoge y acuna cada fragmento sin perder ninguno.

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