Sentidos y corazón embotados

21 de Enero de 2021

[Por: Armando Raffo]




“Porque se ha embotado el corazón de este pueblo…”  (Hch. 28,27)

 

Los últimos 12 capítulos de los 28 que tiene el libro de los Hechos de los Apóstoles están dedicados a las misiones de Pablo en diferentes lugares que hoy conocemos como el Asia Menor y una parte de Italia. Cabe notar que lo que para nuestros días se trataría de traslados a lugares relativamente cercanos, para los medios de aquella época, se trataba de lugares muy distantes. Es por todos conocido que Pablo se distinguió por su celo misionero entre los paganos y, también, por los esfuerzos que hizo, en ese sentido, entre los propios judíos. Su deseo profundo y persistente de llevar el Evangelio a todos los seres humanos tiene su última explicación en aquel encuentro que tuvo con Cristo camino de Damasco y en las catequesis que recibió de la comunidad cristiana de aquel lugar.

 

Al final del libro de los Hechos de los Apóstoles nos encontramos con Pablo en Roma procurando evangelizar a sus hermanos judíos. Cabe notar que se encontraba bajo un régimen de prisión un tanto particular; se encontraba “… en una casa particular con un soldado que le custodiaba.” (28,16) Esa condición no fue obstáculo para que siguiera evangelizando en toda oportunidad que se le presentara. En ese contexto, el texto nos dice que Pablo se dirigió a los judíos de Roma y que logró convencer a algunos mientras que otros se mantuvieron reticentes. Como en un último esfuerzo, Pablo alude a Isaías 6, 9-10 cuando dijo: “Escucharán bien pero no entenderán, mirarán bien pero no verán. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos se han cerrado; no sea que vean con sus ojos, y con sus oídos oigan, y con su corazón entiendan y se conviertan y yo los cure.” (Hch. 28,26-27)

 

Si uno atiende al texto en su pura objetividad, bien se podría decir que tan mal no le había ido a San Pablo ya que unos versículos antes, más concretamente en el 24, se nota que unos creían en las palabras de Pablo y que otros no. Pablo parece ver el vaso medio vacío y no medio lleno a ojos más optimistas. Bien podría pensarse que la desazón de Pablo podría explicarse por los esfuerzos y la entrega que había realizado a lo largo de los años. El testimonio y la entrega de Pablo bien podían esperar resultados más positivos. Quizás le asistía aquella máxima que dice: ¡Cuánto más se entrega, mejores resultados se esperan! Es como una ley de vida: a mayor entrega, mejores resultados serían esperables. De hecho, en otros lugares, esa ley se había verificado y con creces. Pero lo importante para nosotros y en nuestros días es la explicación que Pablo ofrece para dar cuenta del pseudo fracaso que le tocó asistir. 

 

Bien podemos suponer que Pablo se preguntara a sí mismo y con cierto desconcierto: ¿cómo podría ser que sus hermanos judíos no percibieran en su anuncio querigmático el cumplimiento de las promesas de Dios? ¡Cómo no habían sido tocados por la belleza de la vida y muerte de Jesús de Nazaret tal y como había sido anunciada por el profeta Isaías!La razón que ofrece es contundente: se ha embotado su corazónporque sus oídos se han endurecido y sus ojos se han cerrado. De tal manera que ya no ven, no oyen ni entienden.  

 

Es obvio que tanto el oído como la vista hacen referencia a lo exterior, a aquello que proviene de fuera. Se trata de ver algo y de oír algo que es pronunciado por alguien. Son como dos vías importantes a través de las cuales nos llegan noticias del exterior que habrían de resonar en el interior caracterizando y configurando, de alguna manera, al propio corazón. Más aún, podemos decir que el ser humano está hecho de tal manera que ciertas cosas que llegan a través de nuestros sentidos, deberían mover y, en alguna manera, configurar nuestros corazones. A primera vista, San Pablo estaría denunciando que los sentidos mencionados estarían embotados a tal punto que no tendrían posibilidad de mover los corazones. También podemos postular lo contrario, que el corazón embotado es el que cierra los oídos y los ojos al punto de impedir la conversión. Podríamos llegar a percibir como una especie de ida y vuelta entre los sentidos y el corazón que, en lugar de airear y humanizar, pueda funcionar como un círculo vicioso que terminaría aislando y cosificando a las personas. Una buena pregunta sería, también, pensar qué cosas entran por los sentidos que pueden ir embotando el corazón. Así mismo, importa notar que un corazón embotado está casi incapacitado para recibir noticias o propuestas del exterior. En algún momento ese dinamismo se convierte en un círculo vicioso difícil de destrabar. Algo de eso percibió San Pablo con aquel grupo de judíos en Roma. 

 

Bien sostuvo la filosofía que el conocimiento es un proceso que se inicia en los sentidos. Ahora bien, ese proceso no se refiere únicamente al conocimiento intelectivo, incluye también a los valores, la estética y los deseos profundos. 

 

Si atendemos a lo que ofrece la cultura dominante en los medios de comunicación y en las redes sociales, nos encontraremos con que todo se orienta a fortalecer el Narciso que todos llevamos dentro. Byung-Chul Han, filósofo coreano formado en Alemania, señala en “La Agonía del Eros” que la presencia del otro está siendo erosionada por el narcicismo excesivo que la cultura actual promueve en forma descarada. Afirma que se promueve la “erosión del otro”que eso es lo que mata al “eros” como el dios del amor. Todas las propagandas van direccionadas a fortalecer el ego al punto de inclinarnos a mirarnos a nosotros mismos y nunca a los otros. Ese dinamismo llega a tal punto que, cuando miramos a los otros, lo hacemos en cuanto objetos de consumo. 

 

Todos conocemos la historia de Narciso como aquel que estaba tan enamorado de su propio reflejo en el agua de un estanque y que atraído por su propia imagen se ahogó. El estar ensimismados, vueltos hacia nuestras necesidades y apetencias, nos inhibe de ver al otro y a los otros. Paradójicamente, alimentamos un agujero negro que acaba tragándose todo lo que aparentemente podría saciar nuestra sed de reconocimiento para acabar sumiéndonos en una soledad ansiosa y desoladora. La insaciable búsqueda de una especie de consistencia personal de tipo prometeica y de una pronunciada personalidad que en algún punto nos ponga por encima de los demás, acaba sumiéndonos en la más triste soledad. El mensaje de la cultura dominante es claro: eres alguien si te cuidas a ti mismo y buscas la forma de sobresalir por encima de los demás. 

La forma de lograr ese estatus es cultivar tu ego en al área que te sea más fácil o que esté a la mano. Los ámbitos pueden ser de muy diverso tipo y tamaño, pero lo importante es sobresalir en algo y cifrar la propia identidad en eso.  A nadie se le oculta que ese mirarse a uno mismo en forma casi obsesiva es el mejor camino para caer en depresiones de diverso tipo. Además, se va fraguando la incapacidad de oír y ver algo que, en circunstancias normales, debería estimularnos a salir de nosotros mismos y exponernos al encuentro con los otros. Esos otros que, dicho sea de paso, son como mensajeros del Otro que siempre sale a nuestro encuentro envuelto en amores y suscitando preguntas éticas. 

 

El Evangelio de Lucas nos dice que Jesús conmovido ante una mujer que había perdido a su hijo le dijo: “No llores. Y acercándose tocó el féretro… <Joven, a ti te digo: Levántate>. El muerto se incorporó y se puso a hablar y él se lo dio a su madre. … todos glorificaban a Dios”(7,13-16) El mensaje es claro; la compasión, la capacidad de sentir con el otro y de salir de uno mismo es lo que despierta la vida que nos lleva a glorificar a Dios. 

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