La palabra: verdad y buena noticia

22 de Enero de 2021

[Por: Diego Pereira Ríos]




Estamos en una época donde la palabra ha perdido valor e importancia. Vivimos saturados de información, y las palabras se dicen, se escuchan, van y vienen, entran en nosotros y salen. ¿Qué queda? Poco sabemos. Es tan impactante la velocidad de las palabras que leemos y escuchamos que no siempre logramos retenerlas. Pero en este proceso debemos aprender a captar ciertas palabras que son fundamentales en la construcción de cada uno de nosotros como personas, y de la sociedad. En este texto intento reflexionar acerca de algunas ideas  que tienen que ver con el valor de la palabra, humana y divina, sin separación, que marca una forma de ser para el cristiano, y que constituye los fundamentos de la revelación cristiana. 

 

La palabra, entendida como logos, nos remonta al helenismo, del cual quiero recuperar la imagen propuesta de Heráclito: el arjé, como principio creador de la realidad existente, como ley universal que lo envuelve todo: el fuego. El fuego, como materialidad del logos tiene la capacidad de crear como de destruir, pero siempre con un poder transformador. La riqueza de la palabra como logosgriego que indica creación de novedades, también es asumida por el judaísmo y por ello el mismo libro del Génesis, en el capítulo 1, presenta el acto creador de Dios en la dinámica palabra-obra: “dijo Dios - y se hizo”, “dijo Dios - y existió”. Es la palabra de Dios quien dice y hace, manifestando parte del ser de Dios como creador en la Creación y por eso es una buena palabra. Digo parte, pues habrá que esperar que llegue Jesús para manifestarse la palabra de Dios en plenitud. Por mientras, el dabar hebreo nos hace conscientes del valor de la palabra que sale de la boca de Dios hacia toda la Creación, como deseo palpable en lo creado.

         

Por eso, cuando el ser humano se olvida de este acto amoroso donde Dios muestra el amor que tiene por su Creación, aparecen los profetas de Israel que revelan la palabra de Dios que habla de cerca a su pueblo, en su lenguaje. Dios se revela al ser humano en lenguaje humano para que sean acercados los distintos, respetando sus diferencias, pero revelándose accesible. El Dios creador y todopoderoso, ser transcendente por antonomasia, se acerca al ser humano: creatura limitada y perdidiza, por ello llegará el momento de que la Palabra se acerque más todavía.

 

En este sentido las palabras de Jesús en el evangelio de Lucas tienen una actualidad importante. Allí Jesús dice: “He venido a traer fuego a la tierra, y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo!”(Lc 12, 49). Por un lado en esta afirmación de Jesús la palabra se muestra como fuego que enciende y lleva a arder, como lo ha demostrado a lo largo de la historia. La expresión de Jesús, revela el poder, no sólo de su palabra, sino de su mismo ser: es fuego que quema, y que se expresa también desde la palabra. Un fuego abrasador que destruye realidades para construir algo nuevo, como ya lo había expresado el profeta Jeremías: “¿No es mi palabra fuego-oráculo del Señor- o martillo que tritura la piedra?” (Jer 23, 19). 

 

En este sentido es que Juan presenta el prólogo: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1, 1), indicando el lugar de la palabra en la historia de la Salvación: está primero en Dios y desde Dios viene al ser humano. Hay una prioridad no sólo temporal, que explicaría la dicha del ser humano de recibir un mensaje desde el pasado que lo impulsa al futuro, sino que también hay una diferencia ontológica: Dios mismo al decir y hacer, también viene y se da al ser humano, desde su mismo interior. Jesús es para nosotros la palabra hecha carne que, retomando la cita de Lucas 12, 49, tiene el deseo de hacer arder el mundo trayéndonos la misma palabra de Dios encarnada. No solo significa que la palabra viene, sino que está y hace. La palabra no sólo quiere encender el fuego sino que es el fuego mismo que quema por dentro. Es algo superior a la experiencia del profeta Jeremías a quien el Señor le tocó la boca para que hable en su nombre (Jer 1, 9) al pueblo de Dios; ahora es Dios mismo que habla por medio de su propia boca y se hace uno más del pueblo. 

 

En este sentido, si seguimos la línea propuesta también con Heidegger de que “el lenguaje es la casa del ser”, si la palabra revela algo propio del ser Dios, Dios se revela dentro de un esquema lógico no accesible al ser humano pues se revela en Jesús: Dios hecho carne. Si bien Juan nos aclara que la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 14), también nos dirá que Dios es Espíritu (Jn, 4, 24a) con lo que pudiera llegar a hacernos perder un poquito. Pero considero que es una oportunidad de percibir que no podemos aprehender a Dios como un simple objeto de conocimiento, como un simple concepto lingüístico, sino que nos revela la superioridad ontológica de Dios respecto al ser del hombre. 

 

Es importante retener hasta aquí que, aquello revelado por Dios en Jesús, su Hijo hecho carne, que una vez muerto fue vivificado por el Espíritu de Dios (1 Pe 3, 18), se nos revela como una constante a lo largo de la historia humana, o sea, la realidad histórica. Somos parte de esa historia que, por un lado fue real, y que por otro, es una realidad histórica que debe ser reconocida y asumida, pero también reflexionada y actualizada. Aquellos mismos que no reconocieron en Jesús al Hijo de Dios, el Verbo divino; que manifestó su palabra como palabra de liberación de las cadenas que oprimían al ser humano de la época, también somos nosotros hoy. Aún seguimos negando su presencia, cada vez que no interpretamos la palabra de Dios de manera pertinente. La pertinencia tiene que ver con el cambio en la realidad en la cual vemos las consecuencias históricas de una interpretación del mensaje de Dios tomado como verdad absoluta. En el fondo, sin una clave interpretativa del mensaje, la palabra lejos de ser verdad, puede devenir en mala noticia. 

 

El teólogo alemán Karl Ranher proponía una lectura de la palabra en clave hermenéutica, fundamental para estos tiempos: la mujer y el hombre son la manifestación de la presencia de Dios, y con ello –al ver la realidad- debemos darnos cuenta de que no estamos viviendo acorde a lo que podemos interpretar del mensaje de Dios. Dice Sobrino que la revelación es la autodonaciónde Dios mismo donde nos comunica su propia realidad, su ser que es amor; y Juan indica que quien permanece en el amor permanece en Dios (Jn 4, 15), por ello quien ama se siente correspondido, y quien corresponde permanece amando a pesar del tiempo e incluso el espacio. 

 

Por eso, permanencia implica intercambio libre de realidades. ¿Qué quiero decir? Que si el hombre (varón) quiere seguir correspondiendo al amor de Dios y permanecer en él, debe recuperar el amor que debe tener por la humanidad, pero sobre todo hacia la mujer. No sólo porque fue creado en igualdad de dignidad ante Dios, sino por algo mucho más simple, pero no por eso menos complejo de aceptar: el hombre (varón) no sería quien es, si una mujer no le diera lugar en su mismo ser mujer. Esto que para mí es tan obvio y verdadero, no lo es para la gran mayoría de la humanidad. 

 

 

*Imagen tomada de https://habitandolamagia.wixsite.com/inicio/post/la-palabra

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