12 de Enero de 2021
[Por: Diego Pereira Ríos]
La crisis causada por el Covid-19 ha puesto el universo “patas arriba” rompiendo los esquemas de las lógicas acostumbradas a un progreso continuo del sistema. Podemos afirmar que hubo un cierto colapso mundial en la economía, pero ha afirmado lo que ya hacía: unos se hicieron más ricos y el número de pobres sigue creciendo. Este brusco cambio de ritmo, hay algunas variantes históricas que se mantienen y se reafirman a la hora de pensar nuestra fe: el sufrimiento y los pobres.
En medio de toda esta marea capitalista, el grito de los pobres se vuelve a escuchar con más fuerza, pues son los directamente afectados. Ante el problema de la globalización estamos sufriendo también la expansión mundial de la pobreza sistemática. Ante ello los ricos del planeta continúan inmunes al sufrimiento humano. Como afirma Sobrino: “La civilización de la riqueza produce modos primarios de pensar y sentir, que configuran estructuras culturales e ideológicas, que contaminan el aire que respira el espíritu de los humanos”. No se trata solamente de una negación de la crisis como muestra de la realidad, sino de una afirmación de la intencionalidad que domina esta mentalidad neoliberal.
Desde los años 60´ la teología de la liberación ha insistido en una nueva manera de estar-en-el-mundo que implica un cambio de lugar ante la lógica de la normalidad aceptada. Incluso cuando hoy se habla de la “nueva normalidad”, detrás de esta idea se esconde el discurso y la insistencia en volver al modo de vida que estábamos llevando antes de la pandemia. Lo primero en abrir sus puertas a la sociedad han sido los shoppings center y centros comerciales. Esto es una muestra, no sólo de lo que la prioridad de la economía para los gobiernos, sino que es también lo que se aloja en la conciencia de nuestras sociedades: la necesidad imperante del consumismo.
Esta otra manera de estar-en-el-mundo no tiene que ver solamente con un posicionamiento ideológico y una mirada crítica ante la realidad, sino que implica también una opción fundamental. La situación de injusticia en la cual viven millones de hermanos y hermanas sometidos a la opresión de un sistema que los descarta por no aceptarlos como fieles seguidores del sistema, nos obliga a denunciar esta situación. El mercado sigue siendo “diosificado” e intenta por todos los medios captar fieles que lo promuevan, y muchos son los seducidos. Como dice Hinkelammert: “para la teología del mercado, el mercado (o el dinero o el capital) es el ser supremo para el ser humano”, pero lejos de ser una opción libre, posee una lógica de obligatoriedad. En este juego no sólo entran las empresas, sino que también las universidades que generan carreras universitarias que preparan “sujetos-productos” para el mercado laboral. No les interesa formar personas que cambien el mundo, sino que simplemente lo reproduzcan bajo sus términos.
Por eso, para los cristianos en Latinoamérica, el cambio de lugar es un imperativo. Esta opción implica estar existencialmente del lado de los pobres y excluidos, de los desalojados del círculo vivencial en el cual nos movemos. Sin duda, no necesitamos salir de la ciudad para tener contacto con la pobreza, pues la pobreza está en todos lados, pero es en las periferias donde podemos hacer experiencia del verdadero sufrimiento al que están sometidos. Esta opción por los pobres es una condición sine qua non podremos ser verdaderos seguidores de Jesús de Nazaret y que tiene dos presupuestos: el primero, que la salvación es colectiva, pues nadie se salva solo; y que la salvación es histórica, pues es en la historia donde Dios se acerca al ser humano. Y cuando referimos a salvación decimos liberación: liberación de todas aquellas situaciones injustas que no permiten que muchos de nuestros prójimos puedan desarrollarse al modo que Dios desea para ellos. Esto hace que en todo cristiano sea necesaria una revisión de su comprensión y experiencia de Dios, que va más allá de categorías y conceptos teológicos, sino que pasa por la experiencia del encuentro con quien sufre y nos transforma.
Necesitamos de la inteligencia de la fe para descubrir en la realidad los signos de los tiempos que nos ayuden a anunciar el Dios de la vida y denunciar con fuerte voz la muerte injusta y defender a las víctimas. La opción por los pobres es fruto de una experiencia vital que nos lleva a cambiar el modo de relacionarnos y que, sobre todo, nos acerca a una mejor comprensión del mundo de los pobres y del mismo Dios. Esto es, según Codina, “fruto de la unción del Espíritu que nos hace descubrir en los demás una presencia sagrada”, y no un simple voluntarismo protagónico.
Debemos construir comunidades de fe donde pongamos la vida en común, los bienes en común, las cualidades personales al servicio de la comunidad. Dice Boff que la Santísima Trinidad es la mejor comunidad, pues como ejemplo de convivencia “cada persona divina se afirma afirmando a otra Persona y entregándose totalmente a ella. Las Personas son distintas para poder entregarse a las otras y estar en comunión”. Y el Espíritu se revela al que se entrega a Dios de corazón y arriesga a poner todo en juego.
¿De qué manera podemos interpelar nuestra conciencia ante una realidad que sigue clamando justicia y liberación? O dicho de otra manera con una pregunta de Segundo: “¿Dios no habla o el hombre no piensa? Necesitamos de una renovación espiritual que deje hablar al Espíritu en nosotros, pero que no deja de hablarnos en la realidad que nos rodea: en los gritos de los que sufren y mueren a diario por el Covid-19, en todas las mujeres muertas por feminicidios, en los indígenas que siguen luchando por su territorio, en los negros que siguen siendo discriminados. ¿Seremos capaces de escucharlo y actuar en consecuencia?
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