Soñar un mundo de hermanos y hermanas

08 de Enero de 2021

[Por: Rosa Ramos]




 “…vuélveme a la edad aquella 

en que vivir es soñar”

Miguel de Unamuno

 

Empiezo confesando que últimamente rezo a partir de la contemplación de fotos. Las fotos son instantáneas de “historias mínimas” en las que es posible leer el paso de Dios. Las historias de vida de gente común muestran ese paso salvador, silencioso, discreto. Las fotos son como sacramentos, cuando logran capturar esa presencia de lo trascendente en lo inmanente, un lenguaje que no argumenta ni siquiera describe, sugiere, evoca… transparenta un algo más.

 

Los invito a contemplar en la foto a los tres niños: Julieta, Juan Manuel y Francisco. Ella es hermana de uno de ellos, ¿de cuál? Mirando la foto no lo podemos saber, a ambos protege en sus juegos y risas, a ambos parece envolver con sus manos en un gesto de ternura exquisita, casi diríamos que es su “ángel de la guarda” que se coló en la foto; pero no, es una niña de cuatro años, dos más que los varones y también ella participa del juego o danza. Ellos no son hermanos entre sí, pero, ¿quién diría que no lo son?, dado el amor con que se miran y se admiran, reconociéndose distintos e iguales. Anuncian así el sueño de Dios para la humanidad.

 

Los tres componen un círculo sagrado de amor y de juego, los tres están en movimiento circular, como danzando, saltando abrazados, cuidándose. Esta imagen me recuerda –por semejanza- la ilustración del Amor intratrinitario -perijóresis- que Cerezo Barredo  pintó con algunos trazos. También esta foto -por contraste- me recuerda al Fausto de Goethe, que hace un pacto con Mefistófeles, comprometiéndose a no decir jamás a un instante: “Detente, eres tan bello”. Si bien el movimiento es mi lugar en el mundo, afortunadamente no llego al pacto fáustico porque el arte, la belleza y otros iconos del Amor me arroban y allí puedo permanecer. Permanecer, aunque no sin palabras ni sin asociaciones, porque “soy en las palabras” como dice Roberto Vecchioni.

 

Este icono de los niños jugando es para rezar y para soñar un mundo de fratelli tutti. Si compartir el pan nos hace compañeros, compartir sueños y ensayarlos porfiadamente todos los días, nos hace hermanos. No dejemos de soñar y compartir los sueños de bien, de paz, de amor universal. Si se nos volviera natural soñar lo bueno, lo bello, lo justo, podríamos entre todos diseñar y construir un mundo mejor para vivir humana y plenamente (Jn. 10,10) 

 

Elegí también esta foto como icono de la Jornada Mundial de la Paz, que fue soñada e instituida por Pablo VI. Así empezaba su mensaje: “Nos dirigimos a todos los hombres de buena voluntad para exhortarlos a celebrar «El Día de la Paz» en todo el mundo, el primer día del año civil, 1 de enero de 1968. Sería nuestro deseo que después, cada año, esta celebración se repitiese como presagio y como promesa…” Más adelante decía citando a Juan XXIII: “es preciso suscitar en los hombres de nuestro tiempo y de las generaciones futuras el sentido y el amor de la Paz fundada sobre la verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor.”

 

Este año, 2021, celebramos la 54ª Jornada, el lema elegido fue “La cultura del cuidado como camino de paz”; en el mensaje Francisco parte del agravamiento de las crisis por el Covid 19 y expresa el fundamento del lema: “Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día.”

 

Los niños se miran, se reconocen, se necesitan para esa vida plena en ese jardín de los abuelos, que recuerda la figura mítica del paraíso, así como la belleza de la casa común -hoy tan amenazada-.  A la vez que perciben la alteridad se abrazan, ríen y saltan juntos; sus manos se extienden para jugar y también para cuidarse: para que ninguno se caiga ni se lastime en la aventura, para que la risa no se empañe. 

 

En el mensaje hace referencia con el relato bíblico de Caín y Abel a la pérdida de fraternidad, allí afirma Francisco: Sí, ciertamente. Caín era el “guardián” de su hermano. ‘En estos relatos tan antiguos, cargados de profundo simbolismo, ya estaba contenida una convicción actual: que todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás’ (LS 70).

 

Constatamos cada día en las calles los estragos del virus de la indiferencia y en las redes sociales esa cultura de rechazo, de confrontación, de no reconocimiento de los hermanos como diferentes en tanto otros, pero con iguales derechos a la vida, la educación, la salud, el cuidado de su fragilidad. La fraternidad se enseña y se aprende, se practica desde los más tempranos juegos en la casa, en el barrio, en los centros educativos, en ese “cuerpo a cuerpo” o “rostro a rostro” que simultáneamente une y pone límites de respeto, de cuidados.

 

Así lo dice el Mensaje para la Jornada 2021: “La educación para el cuidado nace en la familia, núcleo natural y fundamental de la sociedad, donde se aprende a vivir en relación y en respeto mutuo. Sin embargo, es necesario poner a la familia en condiciones de cumplir esta tarea vital e indispensable.” El realismo de Francisco está presente aquí, no se trata de hacer declaraciones de principios abstractos, la familia para llevar adelante su función fundamental necesita tener condiciones, muchas veces apoyos del Estado. No hay paz sin cultura –cultivo- del cuidado y sin justicia social, para ello necesitamos “la brújula de los principios sociales”.

 

El mensaje de este año para la Jornada Mundial de la Paz termina con dos citas de Fratelli tutti: “No cedamos a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada (FT 64), sino comprometámonos cada día concretamente para «formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros”. (FT 96 que recoge el mensaje del 2014).

 

¡Gracias a estos y a tantos pequeños! Jugando así nos ilustran esa cultura del cuidado a promover, nos ayudan a soñar con la fraternidad universal, con la paz social que anhelamos. Sueño que habremos de ir diseñando desde nuestros círculos cercanos hasta envolver a todos los pueblos en su justa y bella diversidad. Todos tenemos derecho a ser, a aportar el propio color, sonido y ritmo en la danza de la vida, compartiendo los bienes “frutos de la tierra y del trabajo humano” y la casa común, de la que todos somos responsables.

 

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