31 de Diciembre de 2020
[Por: Luis Miguel Modino | Religión Digital]
El gran desafío que la humanidad ha enfrentado a lo largo de la historia es el de adaptarse a aquello que va surgiendo como novedad, buscando instrumentos que ayuden a superar las dificultades.
Estamos encerrando un año diferente, muy diferente, marcado por una pandemia que ha provocado cambios radicales en nuestra forma de entender la vida y de relacionarnos con los otros. Podríamos decir que el distanciamiento social se ha convertido en algo que resume este 2020.
En esa nueva coyuntura, hemos sido desafiados a aprender nuevas formas de estar próximos unos de otros, de promover la cultura del cuidado, como nos propone el Papa Francisco en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que se celebra todo 1 de enero. No podemos olvidar que la cercanía y el cuidado se demuestran de muchas formas.
La Iglesia también ha enfrentado esos mismos desafíos, siendo provocada a dar respuestas hasta ahora poco o nada exploradas. Podemos decir que, en ciertos ámbitos eclesiásticos, todo aquello que trasciende el espacio concreto y el control directo siempre ha provocado recelo. También es verdad que hay gente que hace verdaderas virguerías y realmente consigue ser una presencia eclesial en el mundo virtual, personas concretas que en este tiempo de pandemia han sido una luz de esperanza y una fuente de vida y cuidado desde el otro lado de la pantalla.
Este 2020 nos ha hecho asumir de sopetón que estar en las redes es una misión fundamental en la vida de la Iglesia. Recuerdo que, en 2018, durante la 71 Semana Española de Misionología, que cada mes de julio se celebra en Burgos, que tuvo como tema "Misión y Redes", algunos de estos expertos en el mundo virtual ofrecían reflexiones que en aquel momento se vislumbraban a más largo plazo, pero que la pandemia ha adelantado vertiginosamente.
Uno ha ido conociendo muchas experiencias a lo largo de los últimos meses, pero también las ha vivido personalmente. A las múltiples reuniones, algo que ya se tenía antes de la pandemia, aunque tal vez con mucha menos calidad y frecuencia, se ha unido una experiencia pastoral en la que los medios digitales nos han permitido acompañar la vida de la gente. Han sido muchos los días en los que desde casa he celebrado, y continúo celebrando, la Eucaristía a través de las redes sociales, con un grupo de personas más o menos fiel, que agradecen esta presencia en sus vidas, que dicen ser un momento importante que las ayuda, de una forma nueva y desconocida a rezar y sentirse comunidad.
Este lunes, uno de los más asiduos participantes de nuestras Eucaristías ha fallecido, y otra persona, que también forma parte del grupo más habitual, decía que parecía que le conocía, cuando en verdad nunca se habían encontrado físicamente. A decir verdad, yo no conozco personalmente, según el concepto tradicional, a buena parte de quienes participan, incluso a algunos de los que están casi todos los días, pero eso no me ha impedido ir estableciendo una relación de cuidado mutuo, que, en este caso, se fundamenta en una misma fe.
Además de esas celebraciones, que podríamos decir que han sido más constantes, también ha habido bodas de oro, en este caso de mis padres, funerales con diferentes familias, celebraciones jubilares… Reconozco que los primeros días resultó un poco extraño, pero con el tiempo uno ha ido consiguiendo interactuar y hacer posible esa cercanía y ese cuidado en la distancia, que sin duda nos abre posibilidades para el futuro. No podemos negar que muchas de estas cosas han llegado para quedarse, y que debemos usarlas en la medida en que ayudan a cuidar de la gente.
En este tiempo he reflexionado sobre la vida de la primera Iglesia, como los primeros apóstoles llevaron a cabo la primera misión, las diferentes visiones que había al respecto y la fuerza y las ganas con las que ellos, y aquí habría que destacar la figura de Pablo, consiguieron adentrarse en un mundo desconocido para anunciar aquello que fundamentaba su vida. El mensaje del Evangelio ha tenido a lo largo de los siglos diferentes modos de ser dado a conocer, ha ido penetrando en culturas y realidades muchas veces novedosas y casi siempre ha sabido dar una respuesta ante esas situaciones.
El mundo moderno, donde las pantallas son elementos cotidianos, casi imprescindibles e inseparables para las generaciones más jóvenes, y en consecuencia para el futuro de la humanidad y de la Iglesia, nos desafía, y la pandemia nos ha hecho acelerar el paso, a adentrarnos en un mundo que también tiene sus potencialidades, que somos desafiados a enfrentar, también como Iglesia. La tecnología, en cierto modo nos ofrece la posibilidad de acercarnos al otro, aunque reconozco que sobre eso hay opiniones diferentes. Ese mundo virtual es visto cada vez por más gente como algo cotidiano, que forma parte del día a día, lo que nos tiene que llevar a hacer lo posible para que el Evangelio también se haga presente en ese espacio.
La Iglesia en salida, de la que tanto habla el Papa Francisco, una Iglesia que va al encuentro, que cuida, tiene en la tecnología un instrumento que puede ayudar a hacerse presente en la vida de la gente, en la vida de los alejados, que, si conseguimos ofrecer toda la riqueza que el Evangelio de la misericordia encierra, puede hacer con que esas personas puedan volver a sentir la necesidad de encontrarse con un Dios por el que se sienten cuidados a través de aquellos que Él envía. Es tiempo de mirar hacia adelante, con esperanza, sintiendo el cuidado de ese Dios que siempre está con nosotros.
Publicado en: https://www.religiondigital.org/luis_miguel_modino-_misionero_en_brasil/ano-aprendimos-cuidar-lado-pantalla_7_2300839901.html
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