San Romero de América, mártir por la justicia

21 de Diciembre de 2020

[Por: Juan José Tamayo]




Estamos conmemorando el 40 aniversario del asesinato de Oscar A. Romero, arzobispo de San Salvador (El Salvador), cuyo autor intelectual fue el ex Mayor Roberto d’ Abuisson, fundador del partido de extrema derecha ARENA y de los escuadrones de la muerte. Poco después de su asesinato, Pedro Casaldáliga, poeta, profeta y obispo del Mato Grosso (Brasil), fallecido en agosto de 2020, lo declaró “San Romero de América, pastor y mártir nuestro”. Sin embargo, tuvieron que pasar 38 años para que el Vaticano lo canonizara, y fue con el papa Francisco, que tuvo que vencer la resistencia de un sector del episcopado salvadoreño contrario a la canonización. 

 

En el clima actual de integrismo cristiano latinoamericano en alianza con la estrecha derecha política y apoyado con frecuencia por algunas autoridades religiosas, creo necesario recuperar la figura profética y de gran talla moral de Monseñor Romero, así como su compromiso religioso y político con la teología de la liberación, perseguida durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI y ahora reconocida por el papa Francisco. Cuarenta años después de su asesinato sigue siendo faro que ilumina la oscuridad del presente y transmite esperanza para la construcción de la utopía de “Otro mundo posible”.  Ofrezco el perfil humano, ético y religioso en el siguiente decálogo.  

 

1. Romero es hoy símbolo luminoso de un cristianismo liberador, que asumió la opción ética y evangélica por las personas y colectivos empobrecidos de su país. Puso en práctica la afirmación de Paulo Freire: “No podemos aceptar la neutralidad de las iglesias ante la historia” y ejemplificó con su vida y su muerte el ideal de José Martí: “Con los pobres de la tierra mi suerte yo quiero echar”.   

 

2. Ciudadanía crítica y activa. Contribuyó a crear un cristianismo no de masas, sino con conciencia crítica, defendió que fueran los propios salvadoreños los “forjadores de nuestra historia” y no permitieran que gente de fuera les impusiera el destino a seguir, y reclamó que la Iglesia se implicara en la ciudadanía activa: “En la medida en que seamos Iglesia, es decir, cristianos verdaderos, encarnadores de Evangelio, seremos el ciudadano oportuno, el salvadoreño que se necesita en esta hora”. Él mismo ejerció la ciudadanía crítica y activa.

 

3. Fue un excelente pedagogo que siguió el método de la JOC del ver-juzgar-actuar y el de concientización de Paulo Freire que requiere el paso de la conciencia ingenua e intransitiva a la conciencia transitiva y activa, de la conciencia mítica a la conciencia histórica y crítica y de esta a la praxis transformadora. 

 

4. Vivió una espiritualidad liberadora. Fue una persona espiritual, sin caer en el espiritualismo; un místico, sin caer en el misticismo alejado de la realidad;  una persona profundamente religiosa, pero no con una piedad alienante ajena a los conflictos sociales; un pastor, pero de los que huelen como pide el papa Francisco a los sacerdotes y obispos católicos. Fue devoto de María de Nazaret, la del Magnificat que destrona a los poderosos y empodera a los humildes, despoja de sus bienes a los ricos y sacia a los pobres.

 

5. Fue un referente en la lucha por la justicia para creyentes de las diferentes religiones y no creyentes de las distintas ideologías. Igualmente lo fue para los políticos por su nueva manera de entender la relación crítica y dialéctica entre poder y ciudadanía, así como para los dirigentes religiosos por su correcta articulación entre espiritualidad y opción por las personas y los colectivos empobrecidos.

 

6. Democracia participativa. La democracia hoy está gravemente enferma e incluso herida de muerte. Se encuentra sometida al asedio del mercado y acorralada por múltiples sistemas de dominación, que son más fuertes que ella y amenazan con derribarla:  el capitalismo en su versión neoliberal; el colonialismo en su versión neocolonial epistemicida, extractivista, anti-indigena y anti-afrodescendiente; el patriarcado en su versión más extrema de la violencia de género (machista), que el año pasado se saldó con 60.000 feminicidios en todo el mundo; los fundamentalismos religiosos y su irracional y destructora deriva terrorista, que dicen matar en nombre de Dios; el modelo científico-técnico de desarrollo de la modernidad antropocéntrico, que destruye la naturaleza, nuestra casa común; la violencia estructural del sistema, que somete a miles de millones de personas a situaciones de extrema e inhumana pobreza y de muerte.

 

Como respuesta frente a la democracia herida de muerte es necesario, en palabras del sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, democratizar la revolución y revolucionar la democracia. Monseñor Romero puede ser un referente en esta tarea.

 

7. Cultura de paz. Ignacio Ellacuría dijo: “Con monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador”. Yo me atrevería a decir que monseñor Romero es piedra angular en el edificio de la cultura de paz a construir en El Salvador, en América Latina y en todo el mundo. Una cultura de paz, que no se limita a la ausencia de guerra, sino que ha de ha de ir acompañada de la justicia, conforme al ideal del salmista bíblico: “la justicia y la paz se besan”. 

 

8. Invitación a la utopía. La utopía sufre hoy un enorme desdén, cuando no un grave desprecio, un largo destierro y un maltrato semántico. Es excluida de todos los campos del saber y del quehacer humano: de la ciencia, donde impera la razón científico-técnica;  de la filosofía, donde impera la razón instrumental; de las ciencias sociales, por ejemplo, de la economía, donde impera la razón contante y sonante; de la política, donde se impone la razón de Estado; de las religiones, donde se tiende a proponer la salvación  espiritual más allá de la historia.

 

La utopía sufre también un maltrato semántico por parte de los diccionaristas, que suelen definirla como plan bueno y muy halagüeño, pero irrealizable, subrayando su imposibilidad de realización y sometiendo a los seres humanos a una especie de fatalismo histórico que da por buena la afirmación “las cosas son como son y no pueden ser de otra manera”, los lleva a instalarse cómodamente en la realidad y a renunciar a todo cambio. 

 

Monseñor Romero no se instaló cómodamente en el (des)orden establecido, ni con-sintió con el pecado estructural, ni hizo las paces con el gobierno, como le pedía Juan Pablo II. Encarnó en su vida, su mensaje y su práctica liberadora la de la utopía, no como un ideal irrealizable y fantasmagórico, sino conforme a los dos momentos que la caracterizan: la denuncia y la propuesta de alternativas.  

 

- Denuncia de la negatividad de la historia, encarnada en los poderes que oprimían y explotaban a las mayorías populares: oligarquía, ejército, escuadrones de la muerte, gobierno de la Nación.

- Propuesta de alternativas, en lenguaje cristiano del reino de Dios como la gran utopía, que Romero traducía en la construcción una sociedad no violenta, justa e igualitaria, y de una “Iglesia de la esperanza”. 

 

La mejor expresión de la utopía de Romero fue la respuesta que dio a un periodista, unos días antes de ser asesinado: “Si me matan, resucitaré en el pueblo”. No estaba hablando del dogma de la resurrección de los muertos, ni de la vida eterna, sino de la nueva vida del pueblo salvadoreño liberada de la violencia, la injusticia y la pobreza. Su resurrección era la resurrección del pueblo. 

9. Actitud anti-imperialista. Romero se enfrentó al Imperio norteamericano en una carta dirigida al presidente Jimmy Carter, en la que se oponía a la ayuda económica y militar de Estados Unidos al Gobierno de El Salvador porque constituía una injerencia inaceptable en los destinos de su país y agudizaba la injusticia y la represión contra el pueblo. Al final la ayuda llegó y sucedió lo que Romero había anunciado: intervencionismo norteamericano, más represión contra el pueblo y asesinatos de poblaciones enteras.  Para eso sirvió la ayuda del Pentágono.

 

10. ¡Cese la represión! Constantes fueron sus llamadas a la reconciliación, pero no en abstracto, sino acompañadas del reparto de la tierra, que es de todos los salvadoreños. No justificó la violencia revolucionaria como respuesta a la violencia institucional del sistema, sino que apeló a buscar soluciones racionales. Exigió al Ejército, a la Guardia Nacional, a la Policía y a los soldados que dejaran de matar a sus conciudadanos en una llamada entre dramática y desesperada en la memorable homilía del 23 de marzo de 1980: “En nombre de Dios…, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”. 

 

Fue esa llamada la causa de su asesinato, que sucedió el 24 de marzo, un día un día después de pronunciarla.  

 

Juan José Tamayo es Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de numerosos libros y artículos.

 

 

Imagen: https://wp.radioprogresohn.net/de-la-capilla-a-la-calle-con-san-romero-a-la-defensa-del-pueblo-y-la-casa-comun/ 

 

Procesar Pago
Compartir

debugger
0
0

CONTACTO

©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.