Tabaré Vázquez: Una fe “a la uruguaya”

11 de Diciembre de 2020

[Por: Rosa Ramos]




 “Hay algo que se adivina en la brisa 

y es que la vida misma es un milagro de amor”

Jaime Roos

 

Ha fallecido el Dr. Tabaré Vázquez, quien fuera Intendente de Montevideo y luego -por dos períodos- Presidente de la República Oriental del Uruguay. Esos son los títulos más conocidos, también es sabido que fue médico oncólogo y presidente de un club de fútbol “de los chicos”, que bajo su dirección llegó a ser campeón. Además fue esposo, padre, abuelo, amigo, vecino… por si esto fuera poco recibió y acogió el tan especial título de “compañero”.

 

Tabaré Vázquez, como tantísimos uruguayos, se declaraba “agnóstico”. Fue bautizado y luego casado “por” Iglesia, pero no sé si de niño alguna vez recibió la Eucaristía. Me consta que participó de muchas misas, acompañando celebraciones familiares. Para más “Inri”, dirían los españoles, cuando empezó a destacarse como político trascendió que era “Masón”, él no lo negó y más tarde afirmó serlo. A su vez convivía con católicos practicantes: su esposa, María Auxiliadora y Álvaro, uno de sus hijos. Este pluralismo, otros dirán “mezcla”, no nos extraña en nuestro país laico, donde hasta la fe se vive “a la uruguaya”. 

 

En este artículo me detendré en la fe de Tabaré. En su fe antropológica, que es la antesala fundamental de la fe religiosa, a la que se puede entrar o no. 

 

Debo aclarar que escribo desde mi “sentipensar”, teniendo en cuenta convicciones y categorías teológicas, a la vez que sentimientos. Me unía a este hombre pertenecer a la misma fuerza política, el Frente Amplio, a la cual adherí conscientemente desde mi primer voto, al restablecerse la democracia en el país. Fui docente de una de sus nietas; también conozco y aprecio a uno de sus hijos, con quien -por ser amigo de un amigo- he compartido espacios y momentos muy gratos. Pero existe un vínculo de gratitud más antiguo y familiar: hace casi cuarenta años como oncólogo el Dr. Vázquez salvó la vida de una persona muy cercana. La cual -dicho sea de paso- ha llorado su enfermedad y su muerte como la de una persona entrañablemente querida y cercana. 

 

Adentrémonos en el tema: para ello ayudará recordar el planteo que hizo el teólogo uruguayo Juan Luis Segundo sobre la fe antropológica. Él la concebía como una estructura de valores significativos que orientan a la persona en torno a un eje central, dando consistencia y valor a su vida concreta, a la vez que  impulsando a entregar la vida al servicio de esos valores. Dice Segundo: “Constituye una dimensión inseparable del ser humano lo que podríamos llamar la búsqueda de sentido para vivir su existencia… En esta (apuesta), cada hombre, independientemente de que exista o no un Ser Absoluto, establece un valor absoluto, su Absoluto. Es decir, lo que busca en la historia no como medio para otra cosa, sino por su propio valor. Es lo que un hombre leal a sí mismo no negocia… Aquello cuya pérdida equivaldría a la muerte del sentido. A esta apuesta que todo hombre, religioso o no, realiza, la llamaré fe antropológica.”

 

Por su parte Jon Sobrino afirma que “la espiritualidad es patrimonio de la humanidad”, no privilegio de los que profesamos una fe religiosa. A mi juicio hay un paralelismo entre fe antropológica y espiritualidad de una persona, esa estructura de valores, esa axiología, constituye no sólo su eje, su espina dorsal, sino también el soplo interior que la anima en la vida cotidiana dándole motivos para levantarse día a día, así como luces y fuerza en sus grandes decisiones. 

 

Cabe aclarar que la fe antropológica no cae del cielo, se va gestando desde las experiencias infantiles, se va edificando, ladrillo a ladrillo, con asombros, aprendizajes, satisfacciones, dolores, y, fundamentalmente, con los encuentros humanos que marcan desde la juventud a las personas, brindándoles modelos valiosos de vida que invitan a hacer la propia apuesta -al decir de Segundo-.

 

Es importante además señalar que la fe antropológica no nos exime de fallos humanos ni de cometer errores; tampoco anula los rasgos del carácter que se forjan tempranamente -en términos clásicos se decía “la Gracia supone la naturaleza”-. Para todos es necesario el discernimiento permanente, así como la escucha de personas honestas y desinteresadas, a fin de afianzar las opciones evitando desvíos o incoherencias y es parte de la madurez humana aceptar los propios límites, o debilidades, así como los ajenos. 

 

A partir de esta concepción de fe antropológica, afirmo que Tabaré Vázquez fue un hombre de profunda fe y espiritualidad (en el sentido antes señalado) desde las que orientó su vida. Para los lectores de Amerindia de otros países que quizá no conozcan detalles de la historia y opciones de quien fuera dos veces Presidente de Uruguay, les propongo ver la última entrevista que se le hiciera a menos de un mes de su fallecimiento y que salió al aire una semana antes: https://www.youtube.com/watch?v=EPy9_Q1eX1I&feature=youtu.be 

 

La familia obrera de origen, el barrio humilde y más aún su casa (“de chapas”, nos dice), los muchos amigos, los estudios realizados con sacrificios, la familia unida que formó luego, constituyeron sin lugar a dudas factores claves para forjar su sensibilidad y optar por los valores que desplegaría a lo largo de sus ochenta años. Valores que desde su estructura central lo llevarían a ir discerniendo una carrera profesional y a involucrarse en actividades deportivas y sociales del barrio de La Teja. En ellas fue creciendo su carisma humano y de líder que más tarde lo condujo a la política, que también quiso vivir respondiendo a esos valores.

 

Subrayo entre los muchos valores que conformaron su fe-apuesta antropológica, vivida a nivel profesional y ciudadana, la responsabilidad y la solidaridad social. Un médico muy formado, estudioso, con profunda sensibilidad ante el dolor humano con el que se encontraba cada día como oncólogo, en pacientes y familiares. Los mismos valores los llevó al terreno político y podríamos decir hoy, a la luz de la Encíclica Fratelli tutti, que Tabaré Vázquez, hizo “buena política”, seria, mesurada, con objetivos y prioridades muy claros a favor de los más vulnerables, a los que fue fiel aún a riesgo de parecer a veces “caprichoso”. En función de esas prioridades y sin descuidar la sustentabilidad económica del país, hizo opciones valientes. Los grandes aciertos de sus gobiernos municipal y nacional han sido destacados estos días por la prensa nacional e internacional, de modo que no entraré en ellos.

 

La seriedad y responsabilidad con que asumió los desafíos de la conducción política, no lo amargaron, al contrario, la alegría fue una de sus banderas. Festejen uruguayas y uruguayos, festejen, era su convocatoria emblemática desde los balcones y actos políticos. Ese llamado a la fiesta, es profundamente humano y también muy evangélico, lo supiera o no Tabaré: Jesús proponía el reinado de Dios como un gran banquete donde -siguiendo la línea profética de Isaías- el llanto fuera enjugado, el hambre se saciara con manjares suculentos y bebidas sabrosas que llegarían gratis a todos. A ese festejo aludía Tabaré: al de la vida abundante.

 

No fue extraño, entonces, que luego del sepelio se convocara a los frenteamplistas -y al pueblo uruguayo todo- a despedirlo, esa misma noche a las 21 horas, escuchando “Defensa de la alegría”, el poema de Mario Benedetti cantado por Joan Manuel Serrat, cerrando el homenaje con un aplauso de cinco minutos. Esos aplausos sonaron fuerte, sumándose a los que de modo ininterrumpido habían sonado ya a lo largo del cortejo fúnebre, durante una hora y media. 

 

Fue un hombre que reconocía el ser desde otros, con y para otros, valorando mucho la familia, la amistad, los vínculos humanos, ya sea de médico-paciente, ya de líder político con los otros actores y la sociedad a la que servía. “No hay destino en soledad”, otra de sus máximas, hoy destacadas por seguidores y analistas políticos. Frase que recuerda que no nos salvamos solos, que Moisés contó con Aarón, con Miriam y todo un pueblo para salir de la esclavitud hacia una tierra prometida (soñada), que Jesús caminaba junto a sus discípulos y discípulas, etc. También la frase de Tabaré recuerda la del obispo brasileño Helder Cámara: “…el buen andariego sabe que el gran viaje es el de la vida y requiere compañeros.” 

 

El esfuerzo, el tesón, la disciplina, han sido también parte de esa estructura de valores de la fe antropológica de este hombre que desde un medio pobre alcanza no sólo recibirse de médico y especializarse en oncología, sino luego convertirse en dirigente político y estadista del mayor nivel, sin provenir de una familia de políticos. A lo largo de toda su vida supo de esfuerzos para superar límites, quizá por eso mismo el poema que eligió para despedirse de los militantes en un gran acto con el  poema : “No te rindas”. Cabe decir que fue este año, estando ya enfermo de cáncer, la enfermedad que tanto combatió como médico. Comparto link de ese recitado inolvidable que pinta su fe a la uruguaya: 

https://mail.google.com/mail/u/0?ui=2&ik=857a1a5ea3&attid=0.1&permmsgid=msg-a:r2721763707878658479&th=1763fc449fc28098&view=att&disp=safe&realattid=1763fc39c5ba6d2253d1

 

La fe antropológica de Tabaré Vázquez pudo ser la antesala de una fe religiosa a la que no adhirió siendo adulto, que sí parece haber tenido de niño, una fe un tanto mágica (que era la que se transmitía antes del Concilio Vaticano II) que no resistió el contraste con la realidad  ni con la ciencia (también tal como solía presentarse como contrapuesta con la fe). Sin embargo al final de su vida, en esa última entrevista, el periodista le pregunta sobre su agnosticismo y Tabaré sincera y humildemente responde “a veces me parece que creo que Dios existe y otras que no”. Y cuenta dos anécdotas, una de su encuentro siendo Intendente con el Papa Juan Pablo II cuando le dijo que lo importante es mantenerse en el humanismo. La otra anécdota refiere su visita al Papa Francisco, a quien le pregunta por su concepción de Dios y la respuesta es magnífica y típica del humor de Francisco: “Yo hasta Jesús llego, ‘che’, más allá no”. Siendo honesto consigo mismo y no pudiendo dar el salto a la fe religiosa, seguramente las palabras de ambos Papas tranquilizaron a Tabaré en sus dudas. Era suficiente vivir su fe humanista y empeñarse en trabajar por la dignidad humana “porque la vida misma es un milagro de amor”.

 

Tabaré Vázquez no quiso ser tratado de su enfermedad fuera del país, ni quiso una vez muerto recibir los honores de Presidente que le correspondían. La familia respetó su voluntad y su cuerpo fue velado en la intimidad -además en tiempos de pandemia-, pero el pueblo se volcó a las calles para acompañar el cortejo fúnebre hasta el cementerio. Allí hubo una sobria ceremonia (sin políticos, ni público, ni periodistas) en la cual el sacerdote Néstor Castell hizo una sentida oración. Luego de leer el salmo del Buen Pastor y el diálogo de Jesús con Marta en Betania a cuatro días de muerto Lázaro, no comentó esos textos sino que predicó sobre Mateo 25, proponiendo un hermoso diálogo entre Dios y Tabaré. Como católica y como uruguaya me sentí orgullosa de esa ceremonia religiosa, profundamente respetuosa del agnosticismo del fallecido, reconociendo -encarnados en su trayectoria- los valores humanos más preciados por nuestra cultura y en el servicio como opción de vida, una fe “a la uruguaya”.

 

¡Gracias y hasta siempre Tabaré! No nos rendimos y seguiremos defendiendo la alegría.

 

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