¿De dónde vienes y a dónde vas? (Gn.16,8)

11 de Diciembre de 2020

[Por: Armando Raffo]




Esa es la pregunta que le hace Yahvé a Agar, la esclava egipcia de Sara, mujer de Abraham

 

Esa pregunta ocurre cuando Agar estaba huyendo de su dueña que la maltrataba. El argumento de Sara para maltratar a Agar era que, siendo su propia esclava, la despreciaba dado que ella estaba embarazada y Sara no. Como Sara no le daba hijos a Abraham, en un arranque de sensatez o por la importancia que tenía en aquella época tener descendencia para el propio clan o, quizás, por amor a su esposo, le dijo: “Yahvé me ha hecho estéril. Llégate, pues, te ruego, a mi esclava. Quizá podré tener hijos de ella. Abraham escuchó el consejo de Sara.” (16,2-3) Luego la historia empieza a correr como una cascada de movimientos afectivos de distinto tipo. En efecto Agar, al verse embarazada, desprecia a su dueña y ésta, resentida va a terminar maltratando a quién podría dar la descendencia tan anhelada por Abraham. 

 

Como era de esperar, no tarda Sara en quejarse ante Abraham por el desprecio que sufría de parte de Agar, siendo que ella era su dueña. Abraham permite que Sara haga lo que quiera con su esclava. A partir de ese momento empiezan los maltratos a la esclava que, sin especificar de qué tipo eran, acaban provocando la huida de Agar. La pobre y maltratada esclava huye al desierto y mientras estaba abrevando su sed junto a una fuente que manaba en el desierto, se ve sorprendida por un ángel de Yahvé que le pregunta: “¿De dónde vienes y a dónde vas?” Importa recordar que la referencia al ángel de Yahvé pretende subrayar como una presencia de Dios que se hace visible, de alguna manera, al protagonista de la historia. Lo más curioso de la historia es el resultado que arroja. 

 

El ángel le dice que vuelva a su señora y se someta a ella. El argumento que le ofrece para tal decisión es que tendrá una gran descendencia y que el hijo que está en sus entrañas, será un onagro, es decir una especie de asno fuerte, que nadie podrá con él y que plantará su tienda enfrente de todos sus hermanos. (cfr. 16,11-12) Después de eso Agar da el nombre de “El Roí” a aquella presencia de Dios que es una interrogación exclamativa: “¿Si será que he llegado a ver aquí las espaldas de aquel que me ve? (16,13) Cabe notar que aquel encuentro va a cambiar totalmente la vida de Agar y el futuro del pueblo al que ella pertenecía.

 

Más allá de los sentimientos y resentimientos que se reflejan en el texto y que a todos nos habitan; importa notar que suelen ser potentes y que acaban desencadenado historias de muy diverso signo. El relato que tiene a Agar como protagonista tiene su punto decisivo en una experiencia decisiva que ella tiene junto a una fuente en medio del desierto. Más aún, aquel encuentro va a producir una decisión inesperada. Aquel encuentro reencamina toda la historia puesto que, aunque parezca paradójico, la que huía vuelve al lugar del tormento y a merced del despecho de su dueña o patrona. Lo que para los ojos de la prudencia y la cordura parece una locura, un sinsentido o una decisión equivocada, habrá de traducirse en bendición para Agar y también para Sara. Agar será la matriarca de los ismaelitas y la misma Sara concebirá y dará a luz un hijo que llevará por nombre: Isaac, que quiere decir Dios ríe.

 

Pero volvamos a Agar y su encuentro con Dios. Como se dijo, ella va huyendo y se encontraba reposando y abrevando su sed en una fuente del desierto. Como todos sabemos, el desierto es duro; en el desierto no hay nada más que sequedades, amplios horizontes, así como calores agobiantes durante el día y fríos estremecedores en las noches. No hay nada que cubra ni que distraiga, nada que pueda entretener o provocar diversiones a los ojos o al corazón. El desierto empuja, inexorablemente, al encuentro con uno mismo; en el desierto afloran las cosas que llevamos en el alma y el corazón. El desierto es un espacio en que se manifiesta la verdad de lo que somos, sentimos, soñamos y añoramos. En ese contexto y abrevando la sed Agar tiene un encuentro con Dios que, llamativamente, le llevará a volver al lugar del que había huido.

 

El foco está ahora en aquella experiencia que tuvo Agar junto a la fuente en el desierto. Cabe notar que el texto afirma que fue el “Ángel de Yahvé” quién la encontró, como subrayando la iniciativa de Dios para con ella y la pregunta que le formula y que es central a toda la narración: “¿de dónde vienes y a dónde vas? 

 

Hay, además, una nota muy importante en el texto que puede aproximarnos, de alguna manera, a lo que fue la experiencia de Agar. Cuando aquel encuentro había terminado, Agar se pregunta: “¿Si será que he llegado a ver aquí las espaldas de aquel que me ve?” En la biblia las espaldas de alguien reflejan lo común de las personas, lo que las identifica son los rostros. Hay un pasaje del Éxodo en que Moisés desea ver la gloria de Dios. Yahvé responde a ese deseo diciéndole: “Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yahvé; pues concedo mi favor a quien quiero y tengo misericordia con quien quiero” Y añadió: “Pero mi rostro no podrás verlo, porque nadie puede verme y seguir con vida.” Yahvé añadió: “Aquí hay un sitio junto a mí; ponte sobre la roca. Al pasar mi gloria, te meteré en la hendidura de la roca y te cubriré con mi mando hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano para que veas mis espaldas; pero mi rostro no lo verás.” (Ex. 33,18-23)

 

Es claro que aquella pregunta: ¿de dónde vienes y a dónde vas?, fue emergiendo en medio del desierto y cuando abrevaba su sed. Cómo fue exactamente su experiencia no lo sabemos, pero sí que ella se pregunta si no habrá visto las espaldas de Dios al que denomina como el que “la ve”. Esa afirmación es central; Dios es el que la ve; el único que conoce todos sus sufrimientos y anhelos, todos sus sueños y temores, todas sus historias y padecimientos, sus fragilidades y fortalezas. Dios mira su dignidad y le ayuda a soñar con un futuro lleno de vida para muchas personas. La mirada de Dios purifica sus mezquindades, resentimientos y odios ancestrales…. La mirada de Dios la libera para rehacer su historia y soñar con una multitud que no podrá contarse. Su fertilidad, aupada por la esperanza que alimenta Dios le llevará a ser muy fecunda, a ser madre “de una multitud que no podrá contarse” (16,10)

 

La mirada de Dios nos libera de ataduras, miedos y resentimientos. La mirada de Dios despierta futuro de vida para multitudes. La verdadera experiencia de Dios nos abre a los otros, se traduce en esperanza y compromiso arriesgado. Es la mirada que diluye resentimientos y pequeñeces de todo tipo; es la que libera para soñar alto y caminar, decididamente, en pos de historias que, más allá de dificultades, enfrentamientos y oscuridades, todos puedan plantar su tienda frente a sus hermanos. (cfr. 16,12) 

 

Agar huía de los maltratos, el resentimiento y el dolor. En el camino, abrevando su sed, se sintió mirada por alguien que no la juzgó, sino que la miró con amor y pudo despertar, así, la esperanza que diluyó los miedos y los resentimientos que le permitieron soñar con una vida abundante para muchos.

 

Si dejamos que el misterio de Dios interpele nuestras vidas, preguntando de dónde venimos y a dónde vamos, seguramente se despierten historias de fraternidad en dónde todos podamos plantar nuestra carpa entre los hermanos. ¡Nunca está de más preguntarnos, mientras saciamos nuestra sed, ¿de dónde venimos y a dónde vamos?! 

 

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