26 de Noviembre de 2020
[Por: Francisco José Bosch]
Volver a D10S
El año dos mil veinte parece tener cartuchos para todos, no conforme con la muerte de miles por la pandemia, se lleva también a Diego. La potencia de la muerte se hace sentir: estamos un poco más solos.
Por oficio olfateo historia de amor en un mundo herido. La vida del Diego en medio nuestro tiene olor a ‘Buena Noticia’, a victoria de la fiesta sobre la tristeza, del abrazo sobre el tedio, de la abundancia sobre la miseria. Por oficio resonamos ‘tu bendita presencia’ en la larga raíz de nuestra fe en un Dios que nace pobre entre los pobres, aun siendo rey de reyes, y toma partido por lxs ultimxs. Por oficio agradecemos entre líneas, el baile de D10S en medio nuestro.
Diego, el símbolo: piedra de unidad popular
No alcanzan los trapos para cubrir semejante ídolo. El cajón está cerrado. Hay una multitud en fila, durante cuadras, pasando a pasó de hombre frente al cajón, para aplaudir, gritar un ‘vamos Diego’, hacer una reverencia, santiguarse, llorar a moco tendido, saludar al presidente, o sacarse la camiseta y tirársele a los pies del cajón. Han formado, en un par de horas, una especie de ‘cerro de los trapos’ a los pies del artista del futbol. El cerro tiene muchos colores, el de todas las casacas, y un solo número: el 10.
Los símbolos son la roca de la mayor unidad posible. No se crean en laboratorios, los construyen los pueblos. Desde su instinto creyente crean puntos de encuentro, lugares de intersección de caminos que parecen paralelos. Los símbolos tejen encuentros imposibles.
Por eso hoy llora todo un pueblo, porque el símbolo zanja el abismo que separa a los seres humanos, sutura un poco la herida que nos divide, nos hacen más hermanxs.
El Diego es un símbolo, es unidad desde la poesía popular.
Diego, el espejo insoportable: todas nuestras paradojas en su carne
Este ídolo generoso y solidario había sido capaz de cometer, en apenas cinco minutos, los dos goles más contradictorios de toda la historia del fútbol. Sus devotos lo veneraban por los dos: no sólo era digno de admiración el gol del artista, bordado por las diabluras de sus piernas, sino también, y quizá más, el gol del ladrón, que su mano robó.
Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses. Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable.
Pero los dioses no se jubilan, por humanos que sean.
(Eduardo Galeano - 2008. Espejos. Una historia casi universal)
Me llega un mensaje de Wazap: Murió Diego. No tiene apellido, ni aclaración. No es un familiar, ni un enfermo agonizante. Mi compadre no necesita poner ningún detalle: todos sabemos que Diego es Maradona. La patada es tremenda, el silencio, nos sentimos un poco más solos.
Diego es omnipresente en la cultura argenta: en los amores y odios que despierta, en la fascinación de su gambeta, en el pecho inflado de la autoestima nacional, en el lío continuo de nuestra dramática existencia, en los potreros que se multiplican a pesar de las consolas y el Covid.
Sostenerle la mirada a Diego es mirarnos a nosotros mismos: nos rascamos porque nos pica. Estamos frente a un eco insoportablemente fanfarrón de nuestras victorias y desgracias. Le debemos al cara sucia de Villa Fiorito muchos de nuestros atrevimientos. El soñó el imposible de siendo pobre ‘jugar un mundial’. Jugó y lo ganó, hizo magia e hizo trampa. Al jugar recuperó las Malvinas y levantó a los caídos. En su fiesta bailamos todos y en su caída se abrió la herida propia, las piernas cortadas en cada uno.
La herida es propia y colectiva. Nos pertenece y nunca está del todo cicatrizada. Pero el negrito que levantó la cabeza y solo la bajó para mirar la pelota, nos ayuda a supurar la herida. El desprecio a lo propio, esa herida colonial que lacera la cultura popular, tiene en Diego a un enfermero herido, a un sanador de lo nuestro.
Diego, la opción: ser parte del quilombo.
El niño recuesta su cabeza levemente sobre el ser humano que tiene enfrente. Se le nota en los ojos una herida de base, una tristeza diáfana, un semblante huérfano. Sin embargo, al instante siguiente, infla el pecho y enfrenta a cualquiera. Herida y potencia de lxs de abajo, caminan en el paso medio chueco del 10.
Hay una especie de servicio, de ministerio argento vinculado al ‘hacer lio’. Una especie de aporte imposible de institucionalizar, que trae un viento de caos a los procesos. Este huracán no es en sí mismo propositivo, tiene más de derribar que de plantar, de denunciar que de anunciar. Y aunque debe ser complementado y nunca sobrevalorado, existe y aporta.
Diego tomó partido. Se embarró en la cancha y en la historia. Fue latinoamericano, decidió jugar para lxs de abajo, cuando la tuvo servida para jugar en el equipo de los poderosos. No se dejó comprar.
Diego y su parcialidad es un escándalo. En un continente donde el pueblo sigue siendo masivamente cristiano, su opción por los de abajo nos remite a la parcialidad del Dios judeo-cristiano, que escucha el clamor de su pueblo oprimido y se pone de su lado, en la lucha contra el faraón. El Diego, como D10S, no es neutral, toma parte, se embarra, sale heridos camina con nosotros. Por eso, en la Patria Grande, liberación y fe, siguen pariendo juntos otros mundos posibles. La opción de Diego nos habla tanto, tantísimo de Dios.
Diego, volver a jugar: ¡Que baile, por favor!
Te atravesaba un río, Diego, un imposible Riachuelo cristalino, y a veces te llevaba al mar, te maremoteaba, te partía de un tsunami y qué desastre, Diego, que tristeza era verte desastrado, saberte roto y a veces peor, rompedor, qué tristeza las estrellas estrelladas. Te lloramos, Diego, estamos llorando porque queremos ser ese pueblo mojado y feliz de bailar con vos otra vez. Qué tristeza, Diego, por qué no se mueren los caranchos, los caretas, los que mandan el hambre y los incendios, Diego, por qué se nos mueren los artistas. Y los más grandes, los artistas del pueblo, Diego, los atravesados por un río, Diego, el río siempre vivo aunque siempre traten de matarlo, el de la fiesta lujosa del pueblo, Diego. Chau, barrilete cósmico, cebollita que venció a la gravedad.
(Gabriela Cabezón Cámara,Revista Anfibia, UNSAM)
Con Diego el pueblo volvió a sentir la alegría de la gloria, del regalo divino de la gracia, del desborde, de la fiesta gratuita que cae del cielo o de la magia en las piernas que nadie puede comprar ni cortar. En un mundo aburrido, productivista y hostil, Diego sembró de juego nuestras vidas. Y de juego bonito, de juego lleno de magia, de sorpresa donde nadie la espera.
Hace años trabajó con niñxs entre 4 y 10 años en dos colegios parroquiales de la ciudad de Mar del Plata. Desterrada la catequesis tradicional, trabajamos en ‘escuchar el evangelio de lxs niñxs’: narramos un cuento, sin moraleja y comúnmente sin final, lanzamos una pregunta, y escuchamos las respuestas e interpelaciones de lxs niñxs. Al final realizamos algún registro. Cuando trabajamos ‘escatología’, desde un cuento sin palabras, ellxs terminan por dibujar como imaginan eso que llamamos cielo. En un 85% de los dibujos, los abuelos, perritos, ancestros de todos los colores, están jugando. Sí, jugando.
Volver a Dios es volver a jugar. Cada tanto, algún ser humano, lo vive en ‘la tierra como en el cielo’, y nos llena de magia, danza y malabares la vida. Así ha sido con los 60 años de Diego Armando Maradona en esta tierra, tuvo la desfachatez de no dejar de jugar jamás. Gracias Diego.
Hace siglos San Ireneo de Lyón dijo que ‘la gloria de Dios es que el hombre viva’. Hace 40 años el obispo de El Salvador, Oscar Romero, hizo una opción de clase dentro de esa misma línea, afirmando que ‘La Gloria de Dios es que el pobre viva’. Hoy, llorando a Diego y escuchando a nuestros pibes, podemos animarnos a decir: ‘la gloria de Dios es que el ser humano juegue’.
Dicen que D10S ha muerto. Que por un error de cartografías 'Villa Fiorito' quedó lejos de Palestina.
Dicen que a María por los pasillos del barrio la llaman ‘Doña Tota'.
Dicen que la cruz de la merca, pesa más que el madero. Dicen que no hay muerte que pueda con el amor de lxs de abajo. El amor que supo jugar con barro no se seca jamás.
La resurrección es la pelota limpia de todo. Manso abrazo Diego, enorme, pleno y dramático, como tu vida y tu amor. Manso abrazo te estarás dando con tu mamá, tu viejo, con Fidel, Chávez y tantos cara sucia.
El pueblo te llora. Tirate una gambeta y limpianos las lágrimas. Ya libre de todos los dolores, en aquella cancha infinita que llamamos cielo. ¡Queremos verte gambetear!
Francisco Bosch
Mar del Plata – Argentina
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