La Covid-19 cuestiona el sentido de la vida

17 de Noviembre de 2020

[Por: Leonardo Boff | Texto en español y portugués]




La irrupción de la Covid-19 alcanzando a todo el planeta y matando a más de un millón de vidas sin poder ser veladas ni recibir el cariño último de sus familiares, además de infectar a otros muchos millones de personas, plantea la inquietante pregunta: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué todo este sufrimiento? ¿Qué nos quiere decir la naturaleza con este virus invisible que ha puesto de rodillas a todas las potencias militares, haciendo ineficaces sus armas de destrucción masiva? La Covid-19 cayó como un meteoro sobre el sistema del capital y el neoliberalismo. Sus mantras fueron destrozados. ¿Sirvió para algo el lema de Wall Street “la codicia es buena”? Nadie come computadoras, ni se alimenta de los algoritmos de la inteligencia artificial.

 

¿Cuáles eran los dogmas de la fe capitalista y neoliberal?: Lo esencial es el lucro, en el menor tiempo posible, la competencia feroz, la acumulación individual o corporativa, el saqueo cruel de los recursos de la naturaleza, dejando las externalidades por cuenta del estado, la indiferencia ante la tasa de iniquidad social y ambiental, la postulación de un Estado mínimo para escapar de las leyes limitantes y poder acumular más libremente.

 

Si hubiésemos seguido estos mantras, el exterminio de vidas humanas habría sido incalculable. Sin políticas públicas, las personas serían tragadas por un destino atroz.

 

¿Qué nos ha salvado? Aquellos valores y actitudes ausentes en el sistema del capital y el neoliberalismo: darnos cuenta de que no somos “dioses” sino totalmente vulnerables y mortales, expuestos a lo imprevisible. Lo que cuenta no es el lucro sino la vida; no es la competencia sino la solidaridad; no es el individualismo sino la cooperación entre todos; no el asalto a los bienes y servicios de la naturaleza sino su cuidado y protección; no un estado mínimo, sino el estado suficientemente pertrechado para atender las demandas urgentes de la población. Dicho directamente: ¿qué vale más la vida o el lucro? ¿La naturaleza o su expoliación desenfrenada?

 

Responder a estas preguntas inaplazables es interrogarse sobre el sentido o el absurdo de nuestra vida, personal y colectiva. El aislamiento social es una especie de retiro existencial que la situación nos ha impuesto. Se crea la oportunidad de hacer estas preguntas ineludibles. Nada es fortuito en este mundo. Todo guarda una lección o un sentido secreto que debe ser revelado, por más desconcertante que sea la realidad. Lo que no podemos permitir es que este sufrimiento colectivo sea en vano. Funciona como un crisol que purifica el oro, que acrisola nuestra mente, y pone en jaque ciertos hábitos para ser revisados y otros nuevos para ser incorporados, especialmente en lo que se refiere a nuestra relación con la naturaleza y el tipo de sociedad que queremos, menos perversa y más solidaria.

 

Todo el mundo habla de la medicina, de la técnica, de los insumos y especialmente de la búsqueda ansiosa de una vacuna contra la Covid-19. Pocos hablan de la naturaleza. Pero es necesario considerar el contexto del brote del coronavirus. No está aislado. Vino de la naturaleza que durante siglos fue saqueada irresponsablemente por el proceso industrial del capitalismo y también del socialismo, en la falsa suposición de que la Tierra tendría recursos infinitos. Hemos deforestado despiadadamente y destruido así los hábitats de miles de virus que viven en los animales e incluso en las plantas. Al perder su “morada natural”, buscan en nosotros un sitio para sobrevivir. Así hemos conocido una amplia gama de virus como el zica, el chikungunya, el ébola, las series derivadas del SARS, como el de la Covid-19 entre otros.

 

Se trata de un contraataque de la naturaleza o de la Madre Tierra contra la humanidad, con el que quiere darnos una severa advertencia: “detengan la agresión despiadada, que destruye las bases físico-químicas-ecológicas que sostienen vuestra vida; de lo contrario podríamos enviarles virus mucho más letales que podrían diezmar a miles de millones de ustedes, de la especie humana, y afectar gravemente a la biosfera, ese fino manto un poco mayor  que el filo de una navaja que garantiza la continuidad de la vida”.

 

¿Prevalecerán estas advertencias vitales o el afán de acumular y asegurar intereses materiales? ¿Tendremos suficiente sabiduría para responder a la alternativa que el Ser que hace ser a todos los seres nos presenta?: “Te propongo la vida y la muerte, la bendición y la maldición; elige la vida para que puedas vivir con tu descendencia” (Dt 30:19).

 

Portadores de una fe en un Dios “apasionado amante de la vida” (Sab 11,26) apostamos todavía por un sentido de la historia y de la vida. Ellas escribirán la última página de la saga humana, construida con tanto esfuerzo en este planeta.

 

Esto sin embargo no debe desviar nuestra mirada de lo que está ocurriendo en el escenario mundial y específicamente en el brasilero, donde un jefe de estado negacionista no tiene como proyecto cuidar de su pueblo y de nuestra exuberante naturaleza. Con desprecio e ironía se comporta como Nerón que presenciaba como Roma ardía tocando la cítara.

 

A pesar de todo esto, nuestra esperanza no muere. Como afirma la Fratelli tutti del Papa Francisco: “La esperanza nos habla de una realidad enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en los que vive” (Nº 55). Aquí resuena el principio esperanza, que es más que una virtud, es un principio, un motor interior que proyecta nuevos sueños y visiones, tan bien formulados por el filósofo alemán Ernst Bloch en El principio esperanza. Esta esperanza nos recuperará el sentido de vivir en este pequeño y amado planeta Tierra.

 

Aunque somos seres contradictorios, hechos simultáneamente de luz y de sombras, creemos que la luz triunfará. Muchos bioantropólogos y neurocientíficos nos confirman que somos por esencia seres de bondad y de cooperación. Prevalece una bondad fundamental en la vida.

 

El hombre común, que conforma la gran mayoría, se levanta, gasta un tiempo precioso en los autobuses, va al trabajo, a menudo duro y mal pagado, lucha por su familia, se preocupa por la educación de sus hijos, sueña con un país mejor. Sorprendentemente, es capaz de hacer gestos generosos, ayudar a un vecino más pobre que él y, en casos extremos, arriesgar su vida para salvar a una niña inocente amenazada de violación. En él está actuando el principio esperanza.

 

En este contexto, no me resisto a citar los sentimientos de uno de nuestros más grandes escritores modernos, Erico Veríssimo. En su famoso “Contempla los lirios del campo”.

 

Si en ese momento un habitante de Marte cayera a la tierra, se asombraría al ver que en un día tan hermoso y suave, con un sol tan dorado, la mayoría de los hombres estaban en oficinas, talleres, fábricas... Y si le preguntase a alguno de ellos: ‘Hombre, ¿por qué trabajas tan furiosamente durante todas las horas de sol?’ - escucharía esta singular respuesta: ‘Para ganarme la vida’. Y sin embargo, la vida allí se ofrecía a sí misma, en una milagrosa gratuidad. Los hombres vivían tan ofuscados por los deseos ambiciosos que ni siquiera se daban cuenta. Ni con todas las conquistas de la inteligencia habían descubierto una manera de trabajar menos y vivir más. Se agitaban en la tierra y no se conocían, no se amaban como debían. La competencia los convirtió en enemigos. Y hacía muchos siglos, habían crucificado a un profeta que se había esforzado por mostrarles que eran hermanos, sólo y siempre hermanos. (Ver Lírios do Campo, Civilização Brasileira, Rio de Janeiro 1973. p. 292).

 

La irrupción de la Covid-19 reveló estas virtudes, presentes en los humanos pero especialmente en los pobres y las periferias, porque se refugiaron allí, ya que la cultura del capital reina en las ciudades, con su individualismo y falta de sensibilidad ante el dolor y el sufrimiento de las grandes mayorías de la población.  

 

¿Qué se esconde detrás de estos gestos diarios de solidaridad? Se esconde el principio esperanza y la confianza de que, a pesar de todo, vale la pena vivir porque la vida, en su profundidad, es buena y fue hecha para ser llevada con coraje que produce autoestima y sentido de valor.

 

Hay aquí una sacralidad que no viene bajo el signo de lo religioso sino bajo la perspectiva de lo ético, del vivir correctamente y del hacer lo que debe ser hecho. 

 

El reconocido sociólogo austríaco-norteamericano Peter Berger, ya fallecido, escribió un libro brillante, relativizando la tesis de Max Weber sobre la total secularización de la vida moderna con el título: Un rumor de ángeles: la sociedad moderna y el redescubrimiento de lo sobrenatural (Voces 1973/2013). Allí describe numerosos signos (los llama “rumor de ángeles”) que muestran lo sagrado de la vida y el significado secreto que siempre tiene, a pesar de todo el caos y las contradicciones históricas.

 

Voy a dar, siguiendo a Peter Berger, sólo un ejemplo banal, conocido por todas las madres que cuidan a sus hijos por la noche. Uno de ellos se despierta asustado. Tiene una pesadilla, se da cuenta de la oscuridad, se siente solo y se deja llevar por el miedo. Grita llamando a su madre. Esta se levanta, toma al niño en su regazo y en un gesto primordial de magna madre le acaricia y le da besos, le dice cosas dulces y le susurra: “Hijito, no tengas miedo; mamá está aquí. Todo está bien, no pasa nada, querido”. El niño deja de sollozar. Recupera su confianza y poco después se duerme, tranquilo y reconciliado con la oscuridad.

 

Esta escena común esconde algo radical que se manifiesta en la pregunta: ¿no está la madre engañando al niño? El mundo no está en orden, no todo está bien. Y sin embargo estamos seguros de la madre no engaña a su hijo. Sus gestos y sus palabras revelan que, a pesar del desorden imperante, reina un orden profundo y secreto.

 

Así que creemos que los tiempos de la Covid-19, tan dramáticos, pasarán. Esperamos, y cómo esperamos, que por debajo y dentro de ellos se va fortaleciendo un orden escondido que irrumpirá cuando todo pase. 

 

De esta manera, la sociedad y toda la humanidad podrán caminar hacia un sentido mayor, cuyo diseño final se nos escapa. Pero siempre hemos intuido que existe y que será bueno. Él será quien escriba la última página con un final feliz. Como escribió el filósofo del Principio Esperanza, Ernst Bloch, verificaremos que el verdadero génesis no fue al principio de las cosas sino al final. Sólo entonces será verdad: “Dios vio todo lo que había hecho y le pareció muy bueno” (Gen 1:31).

 

*Leonardo Boff es teólogo, filósofo y escritor y ha escrito Saudade de Dios, Vozes 2019.

 

 

 Traducción de MªJosé Gavito Milano

 

*     *     *

 

A intrusão do Covid-19 atingindo todo o planeta e dizimando mais de um milhão de vidas sem poderem ser veladas e receberem o último carinho de seus familiares, além de infectar outras milhões de pessoas, suscitou a perturbadora pergunta: qual o sentido da vida? Por que esse sofrimento todo? O que a natureza nos quer dizer com esse vírus invisível que colocou de joelhos todas as potências militaristas tornando ineficazes suas armas de destruição em massa? O Covid-19 caiu como um meteoro rasante sobre o sistema do capital e o neoliberalismo. Seus mantras foram destroçados. Adiantou alguma coisa o lema de Wall Street: “greed is good”=a cobiça é boa? Ninguém come computadores,nem se alimenta dos algoritmos da inteligência artificial.

 

Qual eram os dogmas da fé capitalista e neoliberal? O essencial é o lucro, no menor tempo possível, a concorrência feroz, a acumulação individual  ou corporativa, o saque cruel dos recursos da natureza, deixando as externalidades por conta do estado, a indiferença face à taxa de iniquidade social e ambiental, a postulação de um Estado mínimo para escapar das leis limitantes e poder acumular mais desimpedidamente.

 

Se tivéssemos seguido estes mantras,o extermínio de vidas humanas seria incalculável. Sem políticas públicas as pessoas seriam tragadas por um destino atroz.

 

O que nos tem salvado? Aqueles valores e atitudes ausentes no sistema do capital e neoliberal: a percepção de que não somos "deuses" mas totalmente vulneráveis e mortais, expostos à imprevisibilidade. O que conta não é o lucro mas a vida; não é a concorrência mas a solidariedade; não é individualismo mas a cooperação entre todos; não é o assalto aos bens e serviços da natureza mas o seu cuidado e proteção; não é um estado mínimo, mas o estado suficientemente apetrechado para atender as demandas urgentes da população. Dito diretamente: o que vale mais a vida ou o lucro? A natureza ou a sua expoliação desenfreada?

 

Responder a estas perguntas impostergáveis é interrogar-se sobre o sentido ou o absurdo de nossa vida, pessoal e coletiva. O isolamento social é uma espécie de retiro existencial que a situação nos impôs. Cria-se a oportunidade de colocar estas questões inadiáveis.Nada é fortuito nesse mundo. Tudo guarda uma lição ou um sentido secreto que cabe desvendar, por mais perplexa que seja a realidade. O que não podemos é permitir que esse sofrimento coletivo seja em vão. Ele funciona como um crisol que purifica o ouro, que acrisola nossa mente, e põe em xeque certos hábitos a serem revistos e  novos a serem incorporados especialmente com referência à nossa relação para com a natureza e o tipo de sociedade que queremos, menos perversa e mais solidária.

 

Todos falam da medicina, da técnica e dos insumos e principalmente da busca ansiosa de uma vacina contra o Covid-19. Poucos são os que falam da natureza. Precisamos considerar o contexto da irrupção do coronavírus. Ele não é isolado. Veio da natureza que por séculos foi saqueada irresponsavelmente pelo processo industrialista do capitalismo e também do socialismo, no falso pressuposto de que a Terra teria recursos infinitos. Desmatamos impiedosamente e assim destruímos os habitats dos milhares de vírus que vivem nos animais e até nas plantas. Perdendo sua “morada natural” buscam em nós um lugar de sobrevivência. Desta forma temos conhecido uma vasta gama de vírus como o zica, o chikungunya,o ebola, a série derivados do SARS como o Covid-19 entre outros.

 

Temos a ver com um contra-ataque da natureza ou da Mãe Terra contra a humanidade, que querem nos transmitir uma severa admoestação:”parem com a agressão impiedosa, destruindo as bases físico-químicas-ecológicas que sustentam a vossa vida; caso contrário poderemos lhes mandar vírus muito mais letais que poderão dizimar bilhões de vocês, da espécie humana, e afetar gravemente a biosfera,aquela fina capa um pouco maior que um fio da navalha que garante a continuidade da vida”.

 

Predominarão estas advertências vitais ou o afã de acumular e garantir os interesses materiais? Teremos suficiente sabedoria para responder à alternativa que Aquele Ser que faz ser todos os seres:“proponho-vos a vida e a morte, a bênção e a maldição; escolhe a vida para que vivas com tua descendência”(Deut 30,19)?

 

Portadores de uma fé num `Deus, apaixonado amante da vida”(Sab 11,26) apostamos ainda num sentido da história e da vida. Elas escreverão a  última página da saga humana, construída com tanto esforço neste planeta.

 

Isso porém não nos deve desviar o olhar sobre o que está ocorrendo no cenário mundial e especificamente no brasileiro onde um chefe de estado, negacionista, não tem como projeto cuidar de seu povo e de nossa luxuriante natureza.Com desprezo e ironia assiste qual Nero que assistia Roma sendo queimada e ele tocando cítara.

 

A despeito disso tudo, nossa esperança não morre. Como afirma a Fratelli tutti do Papa Francisco: “A esperança nos fala de uma realidade enraizada no profundo do ser humano, independentemente das circunstâncias concretas e dos condicionamentos históricos em que vive”(n.55). Aqui ressoa o princípio esperança, que é mais que uma virtude, mas um princípio, motor interior, que projeta sonhos e visões novas, tão bem formulado pelo filósofo alemão  Ernst Bloch em seu O Princípio Esperança. Esta esperança nos resgatará um sentido de viver neste pequeno e amado planeta Terra.

 

Apesar de sermos seres contraditórios, feitos simultaneamente de luz e de sombras, cremos que a luz triunfará. Atestam-nos tantos bioantropólogos e neurocientistas: somos por essência seres de bondade e de cooperação. Vigora uma bondade fundamental na vida.

 

O homem comum que compõe a grande maioria, se levanta, perde precioso tempo de vida nos ônibus, vai ao trabalho, não raro penoso e mal remunerado, luta pela família, se preocupa com a educação de seus filhos, sonha com um país melhor. Surpreendentemente, é capaz de gestos generosos, auxiliando um vizinho mais pobre do que ele e, em casos extremos, arrisca a vida, para salvar  uma inocente menina  ameaçada de estupro.Nele está agindo o princípio esperança.

Nesse contexto não me furto de citar os sentimentos de um de nossos maiores escritores modernos Erico Veríssimo. Em seu famoso “Olhai os lírios do campo”:

 

“Se naquele instante caísse na terra um habitante de Marte, havia de ficar embasbacado ao verificar que num dia tão maravilhosamente belo e macio, de sol tão dourado, os homens em sua maioria estavam metidos em escritórios, oficinas, fábricas … E se perguntasse a qualquer um deles: ‘Homem, por que trabalhas com tanta fúria durante todas as horas de sol?’ – ouviria esta resposta singular: ‘Para ganhar a vida’. E no entanto a vida ali estava a se oferecer toda, numa gratuidade milagrosa. Os homens viviam tão ofuscados por desejos ambiciosos que nem sequer davam por ela. Nem com todas as conquistas da inteligência tinham descoberto um meio de trabalhar menos e viver mais. Agitavam-se na terra e não se conheciam uns aos outros, não se amavam como deviam. A competição os transformava em inimigos. E havia muitos séculos, tinham crucificado um profeta que se esforçara por lhes mostrar que eles eram irmãos, apenas e sempre irmãos.(Olhai os Lírios do Campo,Civilização Brasileira, Rio de Janeiro 1973. p. 292).

 

A intrusão do Codiv-19 revelou estas virtudes, presentes nos humanos mas de modo especial nos pobres e nas periferias, porque lá se refugiaram, pois nas cidades impera a cultura do capital, com seu individualismo e falta de sensibilidade face à dor e ao sofrimento das grandes maiorias da população.

 

O que se esconde atrás destes gestos cotidianos de solidariedade? Esconde-se o princípio esperança e a confiança de que, apesar de tudo, vale a pena viver porque a vida, na sua profundidade, é boa e foi feita para ser levada com coragem que produz autoestima e sentido de valor.

 

Há aqui uma sacralidade que não vem sob o signo religioso  mas sob a perspectiva do ético, do viver corretamente e do fazer o que deve ser feito.  

 

O renomado sociólogo austríaco-norte-americano Peter Berger, já falecido, escreveu um brilhante livro, relativizando a tese de Max Weber sobre a total secularização da vida moderna com o título:”Um rumor de anjos: a sociedade moderna e a redescoberta do sobrenatural (Vozes 1973/2013). Aí descreve inúmeros sinais (chama de “rumor de anjos”) que mostram o sagrado da vida e o sentido secreto  que ela sempre guarda, a despeito de todo caos e dos contrassensos históricos.

 

Aduzo, na esteira de Peter Berger, apenas um exemplo banal, entendido por todas as mães que acalentam suas crianças à noite.

 

Uma delas acorda sobressaltada. Teve um pesadelo, percebe a escuridão, sente-se só e é tomada pelo medo. Grita pela mãe. Esta se levanta, toma a criancinha no colo e no gesto primordial da magna mater cerca-a de carinho e de beijos,fala-lhe coisas doces e sussurra:”Filhinha, não tenha medo; sua mãe está aqui. Está tudo bem e está tudo em ordem, querida”. A criança deixa de soluçar. Reconquista a confiança e um pouco mais e mais um pouco, adormece, serenada e reconciliada com a escuridão.

 

Esta cena tão comum, esconde algo radical que se manifesta na pergunta: será que a mãe não está enganando a criança? O mundo não está em ordem, nem tudo está bem. E contudo, estamos certos: a mãe não está enganando sua filhinha. Seu gesto e palavras revelam que, não obstante a desordem reinante, impera uma ordem profunda  e secreta.

 

Assim cremos que os tempos de Covid-19, tão dramáticos, hão de passar. Esperamos e como esperamos que, por debaixo deles e dentro deles, vai se fortalecendo uma ordem abscôndita que, quando tudo passar,  irá irromper.

 

Assim a sociedade e a inteira humanidade poderão caminhar rumo a um sentido maior, cujo desenho final nos escapa. Mas intuímos desde sempre, que ele existe e será bom.  A ele caberá escrever a última página  com um happy end. Como escreveu o filósofo do Princípio Esperança, Ernst Bloch, verificaremos que o verdadeiro gênesis não estava no começo das coisas mas no seu fim. Só então será verdade: “Deus viu tudo quanto havia feito e achou que estava muito bom”(Gen 1,31).

 

Leonardo Boff é teólogo, filósofo e escritor e escreveu Saudade de Deus”, Vozes 2019.

  

Imagem: https://www.iagua.es/noticias/redaccion-iagua/directo-ultima-hora-coronavirus-sector-agua 

 

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