Islam e islamofobia

06 de Noviembre de 2020

[Por: Juan José Tamayo]




El 4 de noviembre Religión Digital participé en un interesante debate -mejor, diálogo- sobre Islam, violencia y convivencia: las religiones, ¿factor de paz,' organizado por Religión Digital (RD) y moderado por Jesús Bastante, para reflexionar sobre los atentados terroristas producidos recientemente en París, Niza y Viena. Las personas interesadas pueden seguirlo en el video colocado en la propia RD y en Youtube y en la excelente crónica que hizo del mismo Lucía López Alonso, a quien agradezco especialmente la seriedad, el rigor y el respeto con que aborda estos temas en sus artículos.   

 

Participaron conmigo Pilar Garrido, profesora titular de Estudios Árabes e Islámicos, de la Universidad de Murcia, Isabel Romero, presidenta de Junta Islámica de España, y Jordi Moreras, profesor de la Universidad de Barcelona y especialista en el Islam. Fue un diálogo sereno y en sintonía en el que coincidimos en la condena radical y sin paliativos de tan horrendos asesinatos y de la violencia brutal con la que se cometieron,  al tiempo que llamamos la atención sobre el peligro de que, a propósito de estos atentados, se emitan juicios sumarísimos contra las religiones. No voy a hacer una crónica de las intervenciones -por cierto, muy bien argumentadas y constructivas- de mis compañeras y de mi compañero, ya que, como he dicho, pueden seguirse en el video y leerse en la crónica de Lucía. 

 

Haré unas reflexiones generales sobre el tema. La primera es que los atentados terroristas supuestamente provocados por personas vinculadas al Islam constituyen una de las más graves perversiones de dicha religión, ya que son contrarios a la defensa de la vida como derecho absoluto a proteger, según el Corán, como mostraré más adelante. A su vez, conducen a conclusiones falsas en el imaginario social como identificar infundadamente el islam con el islamismo, el terrorismo, el yihadismo y el fundamentalismo. Aquí voy a centrarme en la identificación del islam con el fundamentalismo. En otros artículos desmontaré las otras identificaciones.  

 

La palabra “fundamentalismo” nace en un entorno religioso muy concreto: el protestantismo evangélico; en un lugar geográfico determinado: los Estados Unidos de América; en un momento histórico: la segunda mitad del siglo XX. Eso revela  o sugiere, al menos, dos cosas: una, que el uso generalizado de la palabra constituye una prueba inapelable de la importancia que tiene el pensamiento USA en el mundo actualmente; dos, que la palabra y la realidad del fundamentalismo reflejan, describen y dicen mejor lo que es y cómo se vive la religión en Estados Unidos, que lo que es el cristianismo y cómo se vive en otros lugares.

 

Hoy, sin embargo, el término “fundamentalismo” se asocia miméticamente con el islam. Tuve la experiencia en mis clases de la asignatura "Islam. Cultura, religión y política", que impartí durante tres lustros en la Universidad Carlos III de Madrid. A mi pregunta el primer día de clase por  palabras vinculadas al islam, una de las primeras que solía citarse era "fundamentalismo". Y a la recíproca, cuando preguntaba por palabras relacionadas con "fundamentalismo", una de las primeras que aparecía era  "islam".

 

Tal reacción no debe extrañar ni sorprender, y menos servir para culpabilizar al alumnado, ya que a decir verdad, el curso terminaba siempre con una correcta y dialéctica comprensión del Islam. La citada asociación está muy presente en el imaginario social y religioso y las respuestas del alumnado eran un fiel reflejo de dicho imaginario. Pero lo más grave, semánticamente hablando, es que el propio Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), en su 22ª edición, se hace eco de dicha asociación y la "canoniza" (de "canon"). Veámoslo. 

 

En su primera acepción define el fundamentalismo como "movimiento religioso y político de masas que pretende restaurar la pureza islámica mediante la aplicación estricta de la ley coránica a la vida social". En la segunda lo vincula con los orígenes del término y con el movimiento fundamentalista nacido los Estados Unidos y lo define como "creencia religiosa basada en una interpretación literal de la Biblia surgida en Norteamérica en coincidencia con la 1ª Guerra Mundial". La tercera acepción es “exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida”. 

 

¿Es inocente la definición de fundamentalismo asociada al Islam e irrelevante el orden de las acepciones con que aparece en la DRAE? ¿En este caso el orden de factores no altera el producto? Por supuesto que no es inocente, sí altera el producto y genera actitudes irrespetuosas, e incluso beligerantes y agresivas, con la diversidad religiosa.  Lo que hace la RAE es legitimar la identificación de Islam con el fundamentalismo, lo que conduce derechamente a la islamofobia. ¿Habrán pensado en ello los académicos de la RAE? Quizá, no. En cuyo caso, peor todavía, porque, en un acto inconsciente de los diccionaristas, se demoniza y criminaliza a mil quinientos millones de creyentes musulmanes. 

 

Sucede, además, que la asociación del Islam con el fundamentalismo desemboca con frecuencia en la identificación de esta religión con el terrorismo, convirtiendo los comportamientos violentos de una minoría de llamados “musulmanes” en un fenómeno extensible a todo el Islam. El resultado es reforzar las actitudes y las prácticas colectivas de islamofobia, cada vez más extendidas y radicalizadas, como está sucediendo estos días tras los atentados terroristas de París, Niza y Viena, crímenes horrendos totalmente condenables y reprobables y contrarios a la defensa de la vida, como he expresado al prinipio. 

 

Y, sin embargo, la palabra “islamofobia” no ha sido incorporada al Diccionario de la RAE hasta muy recientemente, a diferencia de “antisemitismo”, palabra incorporara hace tiempo. Ahora bien, como lo que no aparece en la RAE no existe, se terminaba por negar la islamofobia y por crear una imagen idílica de tolerancia en la sociedad, que no respondía con la realidad. Tampoco la reconocía la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Al encontrarse en el limbo diccionarista e institucional difícilmente podía ser perseguido y condenado.

 

Mira por dónde los diccionarios, bien por maltrato semántico bien por omisión léxica, terminan por alimentar actitudes intolerantes hacia una religión que en su texto sagrado, El Corán, afirma expresamente: “Quien matara a una persona que no hubiera matado a nadie ni corrompido en la tierra, fuera como si hubiera matado a toda la Humanidad”. Y quien salvara a una vida, fuera como si hubiera salvado las vidas de toda la Humanidad (Corán 5,22).

 

Es verdad que, en continuidad con la Torá, el Corán defiende la aplicación de la Ley del Talión (Corán 5,25), lo que supone un retroceso en relación con la petición de Jesús de perdonar a los enemigos. Pero hace una apelación a la misericordia, la paciencia y la magnanimidad como virtudes superiores (Corán 42.40-53). Las actitudes magnánimas son más agradables a Dios que la venganza.  

 

¿Quiere esto decir que hay que eximir al Islam de toda actitud fundamentalista y patriarcal y de toda práctica violenta? En absoluto, como tampoco eximimos de dichas actitudes a las religiones monoteístas hermanas, el Judaísmo y Cristianismo. Tristemente hay que reconocer que las religiones en general, y las monoteístas en participar, han sido fuentes de violencia en su propio seno contra los creyentes acusados de heterodoxos y herejes, contra las personas no creyentes y contra el llamado “paganismo”, y  han impuesto con frecuencia sus creencias violentamente. Más aún en alianza con otros sistemas de dominación, como el capitalismo, el colonialismo, el patriarcado, las dictaduras, el modelo de desarrollo científico-técnico de la modernidad depredador de la naturaleza, etc.  

 

Termino ya. No se trata de hacer apologética barata de las religiones, pero tampoco de decretar condenas sumarias. Es necesario pensarlas, estudiarlas, analizarla dialéctica y críticamente, reconociendo el plus de violencia que han generado, pero recuperando también algunos de los valores originarios de las religiones, que pueden contribuir a la creación de un mundo eco-humano y fraternod-sororal: la pregunta por el sentido, la apertura a la trascendencia, el respeto por el misterio, la gratuidad, la hospitalidad, el perdón, la memoria subversiva de las víctimas, la ética de la justicia y del compartir, la espiritualidad liberadora, la utopía de otro mundo posible y, sobre todo, la com-pasión con las personas más vulnerables y los pueblos oprimidos, que consiste en ponerse en el lugar de los sufrientes de la historia, compartir sus sufrimientos y colaborar en la lucha contra las causas que los provocan.

 

Sí, ya sé que esos valores no son específicos de las religiones, sino que se encuentran en los diferentes códigos morales y en las éticas eco-humanistas. Pero precisamente por ello pueden y deben activarse en armonía y convergencia para que sean más eficaces en la respuesta a los graves problemas de la humanidad. 

 

Juan José Tamayo es Profesor emérito de la Universidad Carlos III de Madrid. Algunos de sus últimos libros son: Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, 2020, 2ª ed.) y Hermano Islam (Trotta, 2019).

 

 

Imagen: http://twistislamophobia.org/2017/10/31/la-islamofobia-ahora/

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