Declaración del encuentro “Teología de la Liberación en tiempos excepcionales de crisis y esperanza”

01 de Noviembre de 2020

[Amerindia]




1. Al culminar los Encuentros convocados por Amerindia a lo largo del mes de octubre 2020, animados/as por las conferencias, diálogos y celebraciones que compartimos con hermanas/os de 25 países de América Latina, del Caribe e hispanos de Estados Unidos, nos sentimos llamados a recoger esta experiencia en una Declaración que exprese con pasión y en perspectiva de futuro el compromiso que asumimos. 

 

2. Como consecuencia de las restricciones vinculadas a la pandemia del coronavirus, lo que iba a ser un encuentro presencial de coordinadores/as de nuestra red que tendría lugar en la ciudad de Manaos (Brasil), se transformó en algo distinto. No sólo porque tuvo que realizarse en forma virtual sino porque así participó un número mucho más amplio y diverso de militantes cristianos/as del continente y - lo decimos con inocultable alegría - numerosos jóvenes de distintos países de la región. 

 

3. Todos quienes participamos nos sentimos parte de una entrañable tradición latinoamericano-caribeña que quiere mantener viva la novedad que el Espíritu de Jesús ha regalado a nuestras iglesias. Novedad fecunda que dio a luz la radical opción por los pobres y excluidos, la participación en las luchas de los sectores marginados, las comunidades eclesiales de base, el martirio de laicos/as, religiosas/os y ministros de la comunidad y, una misión vivida desde el diálogo y la reciprocidad. También dio a luz a la teología de la liberación, entendida como momento segundo que acompaña el descubrimiento del rostro de Cristo en los rostros y la pasión de las/os más pobres y excluidos/as así como en sus incesantes luchas. Reflexión de fe hecha desde dentro de los procesos a través de los cuales el mundo es transformado precisamente para abrirse al don del reino de Dios. Teología que hoy realizamos en el esfuerzo por incorporar la ecología integral, asumir el giro decolonial, la lucha por los derechos de las mujeres y el clamor de los pueblos originarios y afrodescendientes. 

 

4. Hoy nos encontramos en plena crisis provocada por la pandemia del coronavirus. Estamos conmovidos por la tragedia sanitaria que ha producido 11.000.000 de contagios y 400.000 muertos sólo en nuestra región. Pero también por las terribles consecuencias socioeconómicas, psicológicas, culturales y espirituales que ha desencadenado. Esta pandemia, originada por intervenciones territoriales de empresas que alteran el hábitat de animales salvajes, generó rápidamente una cadena de contagios que convulsionaron procesos, situaciones y relaciones que configuran nuestra convivencia social. Nos hemos transformado en espectadores y víctimas de un ‘efecto mariposa’ que muestra que el mundo es un sistema en el que cada uno de los elementos, por insignificante que parezca, interactúa con los otros y termina por afectar el conjunto. Hemos aprendido, a un costo altísimo, que todo está interrelacionado, como repite con insistencia la encíclica ‘Laudato si’. En tal sentido la pandemia no ha hecho sino agravar aún más el desastre ecológico y cultural de alcance planetario perpetrado contra la región del Amazonas, con la tala de selvas, los incendios voluntarios, la contaminación ambiental y la destrucción de la biodiversidad, todo ello inseparable del desconocimiento del derecho de los pueblos originarios al territorio y el asesinato de muchos de sus líderes. 

 

5. Más allá de las cifras, sin embargo, nos conmueven los múltiples rostros marcados por el hambre, la desocupación, la violencia de género e intrafamiliar, la migración expuesta a mil formas de explotación, la situación de quienes viven en la calle, el racismo y el menosprecio de los pueblos originarios. La pandemia, fue democrática en los contagios, pero muy desigual en sus consecuencias. Ella ha desnudado un sistema mundo radicalmente inhumano y violento que ofrece protección a algunos, pero deja en la indefensión a las mayorías populares. Un sistema que genera creciente desigualdad y saquea nuestra casa común, reproduce una ideología patriarcal que oprime a las mujeres y promueve una mentalidad colonial que menosprecia los hábitos y la sabiduría de los pueblos originarios y afrodescendientes. 

 

6. Por otro lado, esta crisis nos está mostrando la conmovedora solidaridad vivida sobre todo a nivel de los trabajadores y sectores populares con extraordinaria ternura, creatividad y valentía como lo vemos, por ejemplo, en los funcionarios de la salud, los servidores públicos, las ollas populares, el intercambio de medicinas tradicionales alternativas, el trueque de bienes básicos por fuera del mercado. Ellos han puesto en evidencia que el valor primero a defender es la vida. Una vida que sólo es posible sostener asumiendo solidariamente la vulnerabilidad, la interdependencia y el cuidado recíproco. Desde la extraordinaria capacidad de entrega de tantas personas y grupos hemos vuelto a descubrir que el otro mundo posible que anhelamos sólo puede gestarse desde el cuidado de la vida de los pobres y de la madre tierra al que todo debe subordinarse. 

 

7. Estas experiencias han dejado en evidencia, además, que las iniciativas solidarias de carácter voluntario y puntual no alcanzan. El cuidado de la vida ha de convertirse en criterio fundamental a nivel social y estatal. No como beneficencia sino como parte de los derechos propios de la ciudadanía plena. La evidente y universal vulnerabilidad de los humanos está reclamando que incluyamos en la agenda política dimensiones del cuidado que hasta ahora se relegaban al ámbito de las acciones voluntarias. El cuidado no debe ser reducido al ámbito de lo opcional. La vulnerabilidad, la interdependencia y el cuidado son elementos que nos definen, ni más ni menos, como especie humana. 

 

8. Por todas estas consideraciones compartidas nos sentimos llamados/as como Amerindia a poner en el centro de nuestra pasión y de nuestras prácticas personales, sociales y pastorales el cuidado de la vida de los pobres y de la madre tierra en una perspectiva de profunda reciprocidad. Un cuidado que queremos aprender de los hombres y mujeres, las comunidades de vida organizadas, que tienen rostros, culturas, dolores, luchas y esperanzas concretas. Son los poetas sociales que crean desde su trabajo inventado al ser descartados, son pueblos de la tierra que cultivan su sabiduría ancestral a pesar de viejas y nuevas colonialidades, son mujeres que escriben otras narraciones a pesar del patriarcado que les graba en el cuero la violencia, son afroamericanos que nos recuerdan que todos venimos de África a pesar de los racismos reciclados y los muros en construcción, son migrantes que superan muros en busca de la siempre ansiada tierra prometida, la tierra sin mal. En definitiva, son los de abajo dando su lección, enseñando el camino para sanar el mundo, para liberarnos de cada faraón. 

 

9. Reafirmamos que este cuidado de la vida implica para nosotros asumir los tres compromisos que emergen del Sínodo Panamazónico: incorporar el paradigma de la ecología integral, luchar contra la desigualdad en clave intercultural y animar una iglesia sinodal desde la base. Tres aspectos que no los comprendemos separados sino retroalimentándose permanentemente. Sólo una iglesia cada vez más sinodal puede incorporar la perspectiva del cuidado de la casa común y de la igualdad radical entre personas, grupos y culturas incluyendo las relaciones de género y entre diferentes tradiciones religiosas, culturales y humanitarias. Se trata de sustituir relaciones de dominación y subordinación por relaciones de reciprocidad en el respeto a la diversidad. 

 

10. En los diálogos y celebraciones compartidos hemos reconocido que no vivimos estos compromisos como una acumulación agobiante de obligaciones a cumplir a partir de un proyecto centrado en nuestras fuerzas. Los experimentamos más bien como respuesta a la esperanza que nos habita y que sentimos la enorme alegría y responsabilidad de compartir con todas y todos. 

 

11. El papa Francisco, en sus múltiples referencias a la crisis humanitaria evidenciada por la pandemia, dice que no hemos de volver a la llamada ‘normalidad’ porque en realidad se trataba de una situación que estaba ya enferma de injusticia y maltrato de la casa común. La normalidad a la que estamos llamados, afirma Francisco, es la del Reino de Dios, donde ‘los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva’. (Mt 11,5) Jesús no vive estas prácticas liberadoras como algo fácil. Por el contrario, las realiza en un mundo que se le opone frontalmente y se presenta como inmodificable. Sobre todo por la acción represiva del Imperio Romano, la explotación económica de los terratenientes y el control del cumplimiento de la Ley de Moisés por parte de las autoridades del Templo. Los últimos están abandonados a su suerte, condenados a vivir sin la menor esperanza de que algo cambie. Lo primero que hace Jesús es romper ese mundo totalmente cerrado introduciendo una novedad radical: Dios está presente entre nosotros como una fuerza creadora de fraternidad y justicia para hacer de este mundo un banquete al que estamos todos invitados. El llamado a vivir de otra manera tiene su raíz en el misterio último de la vida que nos impulsa a la construcción de un mundo más humano. Dios no nos deja solos con nuestros sufrimientos y conflictos, sino que quiere construir con nosotros y desde ya una vida más humana en la que nos tratemos como hermanos y hermanas. 

 

12. Por eso a lo largo de nuestros encuentros nos hemos sentido invitados a una profunda ‘conversión’ capaz de traducirse también en una diversidad de compromisos a ser dialogados en cada grupo nacional. Por eso también Amerindia continental deberá retomar lo compartido con tanta pasión y lucidez para discernir, con el aporte de todos/as, cómo profundizar su proyecto en el tiempo nuevo que ya comenzamos a vivir. 

 

 

30 de octubre de 2.020

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