La sinodalidad, un sueño para la Iglesia en el mundo

26 de Octubre de 2020

[Por: Juan Manuel Hurtado López]




Los encuentros virtuales y conferencias que estamos llevando a cabo en Amerindia durante todo este mes de octubre han despertado en nosotros y nosotras muchas reflexiones, cuestionamientos, inspiraciones, motivaciones. Y sobre todo, sentimos que nos han puesto muchas preguntas. Los tres ejes de reflexión elegidos para estos encuentros han sido: desigualdad, ecología integral y sinodalidad, y han ofrecido grandes aportes y cuestionamientos.

 

Abordo aquí solamente el eje de sinodalidad en la Iglesia, y este como un sueño. El gran sueño de ser hermanos y hermanas en un mismo caminar. Y me viene espontánea la relación con otros sueños. El que escribió Beethoven en su oda a la alegría de su novena sinfonía: “Todos los hombres vuelven a ser hermanos ahí donde tu suave ala se posa”. Lo que escribió el papa Francisco en su Exhortación apostólica ‘Querida Amazonía’ en la que nos regala cuatro sueños que anhelan verse convertidos en realidad. Por su importancia y trascendencia los cito aquí: 

 

“Sueño con una Amazonia que luche por los derechos de los más pobres, de los pueblos originarios, de los últimos, donde su voz sea escuchada y su dignidad sea promovida.

 

 Sueño con una Amazonia que preserve esa riqueza cultural que la destaca, donde brilla de modos tan diversos la belleza humana.

 

 Sueño con una Amazonia que custodie celosamente la abrumadora hermosura natural que la engalana, la vida desbordante que llena sus ríos y sus selvas. 

 

Sueño con comunidades cristianas capaces de entregarse y de encarnarse en la Amazonia, hasta el punto de regalar a la Iglesia nuevos rostros con rasgos amazónicos” (QA, 7).

 

Y el otro sueño que acude a mi mente es el expresado en la Carta Encíclica del papa Francisco: Fratelli tutti, hermanos todos, inspirado en San Francisco de Asís.

 

Estos sueños son los que están a la base de la sinodalidad y son el sueño de Dios. Pero es una sinodalidad que presupone y exige una fraternidad y sororalidad universales, con la humanidad y con la hermana-madre tierra, con un Jesús que camina con nosotros y nosotras y por eso se hizo parte de nuestra carne y de nuestra angustia y esperanza. Un caminar juntos y juntas con toda la creación y con todos los seres vivos y con lo que llamamos la naturaleza: montañas, ríos, bosques, lagos. Es aprender a tejer la historia humana de otra manera.

 

El Papa Francisco lo propone en Fratelli tutti como hermandad y amistad social, y esto incluye la economía, la política, el bien común, la cultura, la religión, la fe; y por supuesto la verdad y el amor. Es una sinodalidad sin fronteras, caminar con los otros y con todos y todas en una relación circular en la que todos y todas aportamos y salimos enriquecidos y enriquecidas. 

 

Por este planteamiento tan profundo de la sinodalidad no sólo al interior de la Iglesia sino abierta al Reino de Dios en la historia y en el mundo, es que se necesita escuchar con detenimiento las voces, los gritos de los que claman; ver los rostros y sentir sus expresiones; discernir de manera comunitaria las voces del Espíritu, recoger el sensus fidelium del Pueblo de Dios que nunca se equivoca en la verdad del Evangelio, interpretar los signos de los tiempos como voces del Espíritu que llama a la Iglesia a ser tienda de campaña, más que institución, y sólo entonces diseñar los caminos, las acciones que juntos y juntas debemos emprender para responder a los desafíos actuales.

 

Pero no cabe duda que con el tiempo los humanos nos acostumbramos a un estilo de vida. Y esa costumbre se hace ley, norma de nuestra vida. También nos pasa eso en la Iglesia. Y a fuerza de vivir de esa manera, acabamos por creer que es la correcta y que es la única posible.

 

Baste ver en la Iglesia cómo se toman las decisiones para cargos importantes en las parroquias, en las diócesis. Ya desde el Concilio Vaticano II se insistió en que volviéramos a la común igualdad de todos los fieles cristianos como miembros todos y todas del único Pueblo de Dios (LG10,12,13); igualdad que nos viene de nuestro bautismo y que nos configura como hijos e hijas de Dios y por lo tanto hermanos y hermanas, todos y todas. 

 

Creo que la nueva Encíclica del Papa Francisco “Fratelli tutti”: “Hermanos todos”, inspirándose en San Francisco de Asís, como el Papa mismo lo expresa, viene a confirmar y a sellar el verdadero, el único camino para andar aquí en la tierra. No basta la relación entre los humanos si no sabemos relacionarnos con amor y cuidado con la madre tierra y con Dios. Se trata de  una fraternidad y sororalidad universales. Ése es el camino.

 

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