¿Qué has hecho?

16 de Octubre de 2020

[Por: Armando Raffo]




“¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien, maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano.” (Gn.4, 10-11)

 

Importa recordar que los textos del Génesis no pretenden contarnos cómo ocurrieron los sucesos primigenios sino comunicar principios activos que rigen siempre. Esto quiere decir que hemos de preguntarnos por los dinamismos profundos y activos que se desvelan en los textos más que quedarnos en la literalidad de las narraciones. 

 

El texto del Génesis que narra el fratricidio germinal que cometió Caín a su hermano Abel, contiene algunas consecuencias especialmente aleccionadoras para nuestros días. Repasemos brevemente lo ocurrido: Cuando Yahvé le pregunta a Caín por su hermano, éste se limita a decir: “¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”. El resultado es que la maldición deriva en que, aunque labre la tierra no le dará fruto, que tendrá que esconderse de la presencia de Yahvé, y que andará vagabundo y errante por la tierra. Caín, responde a su condición manifestando su miedo a que cualquiera que le encuentre lo pueda matar. El texto también relata que Yahvé pone una señal en la frente de Caín para que nadie lo ataque y éste se aleja de la presencia del propio Yahvé para vivir en el país de Nod que quiere decir tierra sin norte. 

 

Vale notar algunos datos de este breve texto que, sin lugar a dudas, contiene luces que bien pueden ayudarnos a entender el mensaje profundo del relato.

 

La primera cosa que debemos advertir es que luego del fratricidio solo queda Caín sobre la tierra; es decir, el ser humano que conocemos luego de ese segundo “pecado original”. Podemos decir que Caín representa al ser humano real y concreto que nace en un mundo que, a nivel estructural y radical, imprime un sello de fábrica signado por el egoísmo y el temor. El mensaje es claro, Dios se aproxima a Caín y le ayuda a tomar conciencia de su situación y de las consecuencias de su actuar.

 

¡La situación de Caín es dramática! Maldecido, sin alimento, errante y sin un sentido para la vida, nada puede esperar. Lo único que le queda es la señal en la frente que le puso Yahvé para que nadie le ataque y que alude a que no debe tener miedo, que no se puede escudar en el temor a la agresividad de los otros para hacer lo que le compete. 

 

Evidentemente, el texto que parece relatar un hecho puntual, en realidad desvela la condición humana cuando, por los motivos que sean, desconocemos al hermano como hermano. Cuando lo matamos con la indiferencia, o lo cosificamos como un número de alguna estadística o, simplemente, le explotamos.

 

Los efectos son claros, no habrá frutos, ni norte, ni Dios. La vida será una maldición; es decir, un mal decir o un decir mal con la vida. En el fondo se trata de la vida como apagada, sin luz; de la vida que no alumbra a nadie y que está signada por la desesperanza. 

 

La Pascua tanto de los judíos como de los cristianos está signada por la luz. Cuando se celebra el paso de la muerte a la vida se encienden las velas que fortalecen la esperanza, nos permiten ver al hermano y el camino a seguir. Por el contrario, no mirar al hermano es la oscuridad, el sinsentido y la desesperanza. Matar al hermano nos sume en la noche más oscura que se pueda concebir. 

 

Ahora bien, la pregunta de Yahvé: ¿Qué has hecho?, no remite únicamente al hecho de matar al hermano, tal y como hizo Caín, remite también a preguntarnos por lo que hacemos por nuestros hermanos o lo que no hacemos por ellos.

 

Si de verdad queremos vivir con sentido, es decir, con la luz que nos permite percibir la presencia de Dios y caminar con un rumbo cierto, hemos de preguntarnos, ¿qué hemos hecho con nuestros hermanos?, o, incluso, ¿qué no hemos hecho por nuestros hermanos?  

 

Bien podemos decir que la Palabra de Dios nos invita a salir de lo que está permitido o vedado, como si se tratase de una ley de mínimos, para desafiarnos a una ley de máximos, a preguntarnos por lo que puedo hacer. Se trata de una invitación a participar en los dinamismos que nos llevan a tener norte en la vida y, por lo tanto, a construir una historia que valga la pena y experimentar, en ese esfuerzo, la tibia presencia de Dios. Caín delata su postura de mínimos en aquella retórica pregunta: ¿Acaso soy el guardián de mi hermano? Bien podemos afirmar que Dios le diría, sí, así es, lo primero que te pide la vida es que seas hermano y que cuides en todo lo que te sea posible a tus hermanos.

 

Quizás sea bueno aludir a aquel pasaje de la historia de José, el hijo de Jacob, que comienza con una pregunta que alguien le hace al protagonista y que responde con precisión y decisión. El texto dice así: “¿Qué buscas?” y José respondió: “Estoy buscando a mis hermanos.” (Gn.37, 15-16) 

 

En efecto, andaremos perdidos, sin dar fruto y lejos de Dios, toda vez que no busquemos a los hermanos o no reconozcamos a los demás como tales.

 

La pregunta que podemos imaginar que Dios nos hace a nosotros podría formularse así: ¿Qué hago por mis hermanos?, ¿qué puedo hacer para construir relaciones verdaderamente fraternas? Los frutos no tardarán en dejarse ver. Nuestras pupilas estarán mejor preparadas para percibir con los ojos de la fe a ese Dios que es amor y que mira con predilección a quiénes esta cultura esquiva la mirada. 

 

 

Para no andar errantes o caminar a la deriva, hemos de mirar a nuestros hermanos y dejar que nos interpelen. ¡Ese debe ser el norte que oriente nuestras vidas! No en vano San Juan se atrevió a decir: “Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a la perfección.” (1Jn.4, 12)   Cabe recordar que la palabra “perfecto” quiere decir que algo llegó a término, que se completó. Nunca caminaremos bien si no nos preguntarnos, con toda honestidad, ¿qué he hecho por mis hermanos?, ¿qué hago por mis hermanos?, y ¿qué he de hacer por mis hermanos?

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