La fidelidad de la vida fuente de esperanza

16 de Octubre de 2020

[Por: Rosa Ramos]




Você que vai chegar
Já tenho histórias e lugares para te levar
Você que vai nascer
Há tanta gente te esperando para só te querer
Qualquer estrela, qualquer riso, qualquer coisa linda que você fizer
Perfumará de mais amores nossas pétalas de paz e bem-me-quer

Flavia Wenceslau

 

En la última entrega el tema fue la fidelidad fecunda y creativa. Un canto a la fidelidad, una apuesta a la misma, aún en una cultura que no la favorece, claro que reconociendo las dificultades que entraña y animando a enfrentarlas. Esta vez pondré el acento en la maravilla de la esperanza, en tanto confiada respuesta a una fidelidad que nos es regalada una y otra vez por la vida misma. 

 

La vida es fiel con sus ciclos, en su dinamismo. Los embarazos, las estaciones, el ciclo de las semillas que permiten plantar y esperar su fruto, como dice la parábola exclusiva de Marcos: "El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga." (Mc. 4, 26-28)

No afirmo un eterno retorno, no se trata de una mera repetición, pues siempre hay novedad, sorpresa, que atiza la espera confiada en la fidelidad tanto como en la prodigalidad de la vida, que como el trigo llega abundante en la espiga. Podemos preguntarnos ¿cómo será este año la cosecha?, aunque sí sabemos en qué época se dará, que los granos estarán en la espiga y no en la raíz, en el caso del trigo; así como buscaremos las papas o las zanahorias en la tierra, debajo de las hojas.

 

En tiempos de pandemia la incertidumbre es mayor, incluso angustiante para tantos y tantas hermanas, no sólo por el temor al contagio, a la enfermedad, a su cura o no, a las vacunas en proceso de testeo. Para muchos la incertidumbre es el trabajo y hasta el plato de comida del día siguiente. Además aparecen otros nubarrones amenazantes a otros niveles.

 

Ante tanta incertidumbre y angustia, la tentación de la parálisis puede aumentar la zozobra.  No obstante, nos levantamos cada día, nos estimulamos unos a otros procurando “que ninguno se pierda” compartiendo lecturas, videos, pues nos sabemos comprometidos unos con otros: ánimo nos daremos a cada paso, compartiendo la sed y el vaso”.

 

En medio de las crisis y dudas, en nuestro auxilio llega esa vida porfiada de muchos modos, como promesa, como arras de una fidelidad mayor y nos hace sonreír, entibia, perfuma el alma… entonces nos levanta y moviliza para responder a su altura. 

 

Hace un tiempo, aún antes de empezar la primavera, escribía “Y sin embargo florecen”. Y sí, florecieron en avanzada los ciruelos, hoy los lapachos nos embriagan con tanto color, los plátanos se han revestido de nuevas y brillantes hojas verdes y sus siluetas se han ensanchado embelleciendo nuestras ciudades del sur. Aún en pandemia la primavera no se detiene.

 

¡¿Y qué decir de los embarazos y nacimientos?! Cada niño que ha nacido en estos largos meses y cada embarazada que tenemos en la familia, entre los amigos, incluso una desconocida que vemos en las calles, nos grita “la vida sigue” “la vida es fiel”, alienta nuestra esperanza y nos desafía a la fidelidad en muchos frentes.

 

Una vieja canción decía corre lagarto, pon otra cama en el cuarto y en agosto de parto, hoy tomé este tema de la cantante brasileña Flavia Wenceslau https://youtu.be/nrivvazGZng que nos habla de la espera entusiasta y activa de una madre que le habla a su niño o niña en su vientre y le dice “ya tengo historias para contarte y lugares para llevarte”. Le anticipa que es bienvenido/a y que “hay tanta gente esperando solo para quererte” y que cualquier cosa que haga esa criatura perfumará sus vidas de un modo maravilloso.

 

Cada embarazo renueva la esperanza de una nueva humanidad. Recurro a otra canción “aunque nazcas pobre te traigo también, se necesitan niños para amanecer”, y me recuerda a las mujeres judías esclavas en Egipto que no cesaban de tener hijos, su misma fecundidad asustaba a sus opresores. Esa vida porfiadamente fiel en medio de las penurias generaba esperanza de futura libertad, de amanecer, de tierra generosa. De algún modo iban gestando esa posibilidad al punto de provocar la solidaridad de otras mujeres, las parteras egipcias, que incumplían las órdenes de matar a esos niños que parían las judías. 

 

No desconozco que también existe en el extremo opuesto la cruel práctica de robar niños recién nacidos y quitarles la identidad. Pero prefiero –porfiadamente- apostar a las respuestas fieles y generosas, como la de Irena Sandler, la enfermera polaca que durante el nazismo, arriesgando su vida en Varsovia, salvó dos mil quinientos niños judíos, cuidando además de preservar su identidad. Irena, la polaca católica, en el siglo XX, repite sabiéndolo o no, aquel gesto a favor de la vida de las parteras egipcias.

 

Bienvenida la vida de cada niño que nos invita a confiar que “la vida puede más” y anima a apostar a los valores más nobles, en tanto nos abuena. Lo hace desde la ternura que nos provoca y desde la práctica del cuidado de ese pequeño frágil. Un Emmanuel, un Dios con nosotros repitiéndose en el milagro de cada nueva vida.

 

No todas las historias de embarazos son maravillosas, los hay no deseados, otros con patologías, muchos en medio de carencias, sin embargo, muchos de esos llegan portando un tesoro escondido en su fragilidad. Hace un mes en una unidad carcelaria, una mujer bautizó a sus pequeños mellizos. Fue una fiesta para los privados y privadas de libertad, celebrada junto con los policías, los agentes de pastoral y el obispo del lugar que bautizó a las criaturas. ¿Qué significó para cada uno ese signo? Seguramente ha sido vivido e interpretado de modos diferentes por todos, pero ¡cuántas esperanzas de algo nuevo y mejor para los niños, para la mamá, para los demás reclusos! ¡Y para una Iglesia servidora!

 

La vida misma, o Dios, regalándonos un niño, una niña, que crece en nuestras entrañas y/o en nuestro corazón, nos hace un don mayor -si cabe- al ofrecernos confianza: somos dignos, responsables de amar y cuidar esa vida. Podemos renovar la esperanza de mundo mejor y animarnos a trabajar por él, gracias a la presencia de esa criatura. 

 

Flavia Wenceslau canta también “Mi corazón late al latido (también sueño) de tocar tu mano y la naturaleza más pura (y simple) no tiene explicación.” Claro, porque es puro don. 

 

La vida es fiel, sigue confiando en nosotros, así nos mueve a la esperanza y al amor con cada vida nueva. La vida crece desde abajo, desde lo pequeño, como las semillas que ponemos en la tierra. La vida con su fidelidad nos enamora, re-encanta la esperanza y nos compromete.

 

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