Fratelli Tutti, la nueva encíclica social del papa Francisco

05 de Octubre de 2020

[Por: María José Caram]




El pasado 3 de octubre el Papa Francisco firmó la tercera carta encíclica de su pontificado, Fratelli tutti (FT). Lo hizo sobre la tumba de San Francisco, inspirador del programa de su pontificado. Las encíclicas anteriores fueron Lumen fidei (LF), dada a conocer el 29 de junio de 2013, escrita juntamente con su antecesor, Benedicto XVI. La segunda fue Laudato Si’ (LS), del 24 de mayo de 2015, “sobre el cuidado de la casa común”, también inspirada en el legado franciscano. Nótese que el nuevo documento es, como LS, una “encíclica social”, abierta “al diálogo con todas las personas de buena voluntad” (6).

 

Si LS tuvo una fuente de inspiración en el Patriarca ortodoxo Bartolomé, dando claras muestras de un diálogo ecuménico fecundo, FT es fruto maduro del encuentro interreligioso, pues, como lo expresa el mismo Papa, se sintió estimulado para escribirla por el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, con quien tuvo un encuentro de diálogo y compromiso conjunto en Abu Dabi el 28 de febrero de 2019. En aquella ocasión los dos líderes religiosos firmaron juntos el Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, cuyos grandes temas “esta encíclica recoge y desarrolla” (5).

 

Durante la redacción de FT irrumpió la pandemia de Covid-19, en la que aún está sumido el mundo, “que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades” y “evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente” debido a “una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan a todos” (7).  Ante esta realidad, que pone en evidencia los problemas que ya veníamos acarreando, Francisco nos invita a soñar “como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (8).

 

A lo largo de una introducción general y de ocho capítulos, desarrollados en 287 numerales, la nueva encíclica va articulando temas y sueños, que el Papa había compartido anteriormente, pero que hoy adquieren nuevas profundidades y significados en el marco de las circunstancias que afligen a la humanidad.

 

En el capítulo primero, se refiere a “las sombras de un mundo cerrado”. Sin pretender realizar un análisis exhaustivo, Francisco propone “estar atentos ante algunas tendencias del mundo actual que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal”. Ente ellas el Papa señala: el resurgimiento de “nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos”; el poder de los mercados; la fragilidad de la política; las “nuevas formas de colonización cultural”; el vaciamiento de sentido las grandes palabras como democracia, libertad, justicia, unidad”; la instauración de “un estado permanente de cuestionamiento y confrontación”; el descuido de la “la casa común”; la amenaza de nuevas guerras “disfrazadas de nobles reivindicaciones”; el descarte de seres humanos; la expansión de las fronteras de la pobreza e inequidad; el racismo; el desconocimiento de la dignidad y derecho de las mujeres; las nuevas formas de esclavitud; el crecimiento de las mafias. A pesar de tantas sombras “que no conviene ignorar”, Francisco quiere, en esta encíclica, hacerse “eco de tantos caminos de esperanza” (Cf. FT 9-55)

 

El Capítulo II de la encíclica está dedicado a reflexionar sobre la parábola del Buen samaritano, pasaje del Evangelio al que el Papa se refirió en otras ocasiones. Recurre a esta narración por su capacidad para interpelar a cualquier persona de buena voluntad. Este relato sencillo y lineal “tiene toda la dinámica de esa lucha interna que se da en la elaboración de nuestra identidad, en toda existencia lanzada al camino para realizar la fraternidad humana”. El planteamiento del “judío Jesús… no nos invita a preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos nosotros cercanos, prójimos” (FT 56-86).

 

En el Capítulo III, titulado “Pensar y gestar un mundo abierto”, está dedicado a la creación de vínculos entre los seres humanos, a prestar atención a la necesidad de entendernos como parte de un tejido amplio de relaciones con los demás, que nos capacita para “salir de nosotros mismos hasta acoger a todos”; a la hospitalidad; al reconocimiento de la dignidad humana y del destino universal de los bienes que “hoy requiere que se aplique también a los países, a sus territorios y a sus posibilidades”. Para hacerlo, se hace necesaria una ética global que se ponga al servicio de la solidaridad y cooperación “al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana” (Cf. FT 87-127).

 

En el Capítulo IV, sobre “un corazón abierto al mundo entero”, Francisco se refiere a lo que hace de la fraternidad una realidad encarnada y concreta. Así, ante la problemática de las migraciones, propone impulsar cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar” con el fin de “construir ciudades y países abiertos a las diferencias y a su valoración “en nombre de la fraternidad humana”. Se impone aquí la gratuidad de acoger, la necesidad de prestar atención tanto a lo local como a lo universal, el cuidado de las propias raíces culturales, así como también “la inserción cordial en la humanidad entera” (Cf. FT 128-153).

 

En el Capítulo V, el Papa ofrece reflexiones sobre “mejor política”, actividad noble que debe ser “puesta al servicio del verdadero bien común”. El texto realiza una crítica tanto a los populismos como a los liberalismos que desprecian y manipulan a los débiles y a las políticas que promueven planes asistenciales y descuidan la creación de fuentes de trabajo. Resalta la importancia de la vida privada sea protegida por un orden público bajo la tutela del Estado. Las exigencias de la caridad van desde la mística de la fraternidad cultivada de persona a persona hasta la necesidad de “una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países pobres”. Subraya que la calidad de las relaciones humanas crece con la educación, los hábitos solidarios, una visión integral de la vida humana y la hondura espiritual.  Postula, como lo hicieron también sus antecesores, la necesidad de alguna forma de autoridad mundial, no necesariamente personal, que basadas en el derecho aseguren el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria, y la defensa cierta de los derechos humanos elementales”. En relación con este punto, propone una necesaria reforma, tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura financiera internacional, que permita concretar el concepto de “familia de naciones”. Finalmente, el Papa habla de la relación entre caridad social y política. Afirma que ésta no debe estar sometida ni al poder económico ni al paradigma eficientista de la tecnocracia. La economía, por su parte, debe estar al servicio de un proyecto común para la humanidad presente y futura, donde pueda hacerse realidad “ese hermoso poliedro donde todos encuentran un lugar” (Cf. FT 154-197).

 

El Capítulo VI trata sobre el “diálogo y la amistad social”, como camino hacia una nueva cultura de respeto mutuo y la valoración de lo que los otros pueden aportar en el debate público, en la comunicación entre disciplinas científicas y otros saberes que permiten “conocer la realidad de manera más íntegra y plena” y alcanzar valores permanentes, que están más allá de todo consenso y que otorgan solidez y estabilidad a la ética social. En el mundo globalizado “internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos”. Sin embargo, “febril intercambio de opiniones en las redes sociales” obstaculiza el intercambio a causa de la agresividad y falta de compromiso que allí se expresan. La necesidad de un buen diálogo es indispensable, tanto debido a la dignidad inalienable de los demás, como de la construcción de la paz social, tarea “trabajosa, artesanal”. Exige “aceptar la posibilidad de ceder algo por el bien común”. Se requiere para ello el cultivo de la amabilidad que nos libera de la crueldad de algunas relaciones humanas, de la ansiedad y de la urgencia. “La amabilidad “supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye los puentes (Cf. FT 198-224).

 

En el Capítulo VII Francisco propone “caminos de reencuentro”, caminos de paz, procesos de sanación emprendidos con ingenio y audacia, que lleven a cicatrizar heridas. Habla de la importancia de la verdad, la justicia, la misericordia y del derecho que tiene el pueblo de saber lo que pasó. Los procesos hacia una paz duradera son obrados por el pueblo y no desde un escritorio. Por lo mismo, son artesanales. Requieren de un trabajo paciente y largo, que “honra la memoria de las víctimas y que se abre, paso a paso, a una esperanza común, más fuerte que la venganza”. No se trata de negar los conflictos sino de la necesidad de superarlos “a través del diálogo y la negociación transparente, sincera y paciente”, que ayude a resolverlos “en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna”. La memoria es necesaria. Hay cosas que no deben ser olvidadas, como la Shoah, los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki, las persecuciones, el tráfico de esclavos, las matanzas étnicas, etc. Se las debe recordar una y otra vez para que las generaciones venideras sepan el horror de lo que sucedió. Por eso, el perdón no va acompañado del olvido, sino de la renuncia a ser poseídos por esa misma fuerza destructiva. Tampoco implica impunidad, pues “la justicia sólo se busca adecuadamente por amor a la justicia misma, por respeto a las víctimas, para prevenir nuevos crímenes y en orden a preservar el bien común”. En este mismo capítulo el Obispo de Roma afirma que hay dos formas de hacer desaparecer al otro. Una es la guerra. La otra, la pena de muerte. La primera, convertida en una amenaza constante, puede tener hoy un poder destructivo fuera de control. Por eso afirma “¡nunca más la guerra”. La pena de muerte, por otra parte, es inadmisible y debe ser abolida en todo el mundo. Pues siempre será un crimen matar. Lo mismo sucede con las ejecuciones extrajudiciales, homicidios deliberados cometidos por algunos estados (Cf FT 225-270).

 

Finalmente, el capítulo VIII aborda el tema de “las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo”. El aporte para la construcción de la fraternidad y la defensa de la justicia en la sociedad se apoya en un valor trascendente: la común valoración de cada ser humano como hijo o hija de Dios. El diálogo interreligioso tiene un alto objetivo: “establecer amistad, paz, armonía y compartir valores y experiencias morales y espirituales en un espíritu de verdad y amor”. La conciencia de la común filiación funda la hermandad y abre una posibilidad de vivir en paz, que la sola razón no es capaz de lograr. La encíclica aboga por la libertad religiosa y afirma que “entre las religiones es posible un camino de paz”, fundado en el mismo amor de Dios por cada persona, sin importar su religión. Considera que los creyentes necesitan “encontrar espacio para conversar y para actuar juntos por el bien común y la promoción de los más pobres”, evitando que las doctrinas descontextualizadas alimenten “formas de desprecio, odio, xenofobia y negación del otro”. La violencia tiene lugar a raíz de las deformaciones de las convicciones religiosas fundamentales pues “el culto a Dios sincero y humilde” lleva a respetar “l sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad de los demás y al compromiso amoroso por todos”. De ahí que el terrorismo en nombre de Dios sea execrable y deba ser “condenado en todas sus formas y manifestaciones” ya que “el mandamiento de la paz está inscrito en lo profundo de las tradiciones religiosas” (Cf. FT 271-287).

 

Frattelli Tutti, constituye un mensaje de esperanza en medio de las situaciones angustiantes que se viven en el mundo de hoy. Los problemas que amenazan a la humanidad son gravísimos y el horizonte que se vislumbra es preocupante, cuando no aterrador. 

 

Sin embargo, Francisco tiene la sabiduría necesaria como para proponer caminos de salida, convocando a la familia humana a poner sus más nobles recursos al servicio de la construcción de sendas de paz. Su invitación a la fraternidad universal, fundada en la conciencia común de ser todos hijos e hijas de un mismo Dios y de pertenencia a una misma humanidad es, en sí misma, una propuesta lúcida y superadora de antiguos prejuicios que históricamente dispararon odios, divisiones, discriminaciones y guerras. El tono cordial que utiliza, la valoración de las potencialidades de las personas, de los pueblos y sus culturas, de las religiones e, incluso de quienes no poseen fe religiosa alguna, habla de una confianza en el ser humano a causa de todo lo bueno que hay sembrado en su corazón. 

 

Si la interconexión de todas las cosas ha sido y es vehículo de innumerables catástrofes, esa misma realidad interconectada, imagen del Dios Trinitario que es amor compasivo, puede convertirse en vía en la que el Espíritu realice una nueva creación. 

 

Con Fratelli Tutti, una vez más, Francisco nos confirma en la esperanza de la victoria de la vida sobre la muerte, gracias a “las fuerzas secretas del bien que se siembra” (196). Sin duda alguna, podemos afirmar que el Paráclito es el motor de esas fuerzas de paz y fraternidad. 

 

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