¿Dónde está tu hermano?

02 de Octubre de 2020

[Por: Armando Raffo]




En el libro del Génesis, además de la primera pregunta que hace Dios al ser humano: ¿Dónde estás?, aparece una segunda tan decisiva como la primera. En aquel ¿dónde estás?, descubríamos que Dios es el interlocutor más importante y favorable para el ser humano. De la mano de aquella pregunta decíamos que Dios es el misterio más íntimo y radical que, en forma de pregunta, nos ayuda a tomar conciencia de nuestra propia realidad personal y comunitaria. La segunda pregunta de Dios al ser humano se encuentra en el capítulo 4 del libro del Génesis y está formulada a la persona de Caín. Esa pregunta se formula de forma similar a la primera y, como se dijo, ya no se orienta a profundizar la conciencia de la realidad profunda del ser humano, sino que se orienta a despertar la pregunta por sentido radical de la vida. Esa pregunta es lacónica y radical: ¿dónde está tu hermano? (Gn.4,9)

 

Antes de entrar al sentido de la pregunta como tal, conviene recordar que el Génesis no pretende relatar en forma descriptiva cómo fue el inicio del mundo y de los pueblos, sino que se trata del libro de “los principios” de los dinamismos que generan historias de distinto signo. En el Génesis debemos buscar los principios que rigen siempre. Dios fue y será siempre nuestro interlocutor preguntándonos de mil maneras y a través de distintos modos ¿dónde estamos? Ayudándonos, de esa manera y sin colar juicios de ningún tipo, a tomar conciencia de nuestra propia interioridad que se expresa en deseos, propósitos, anhelos, miedos, proyectos, imaginaciones, y muchos otros etc. La segunda gran pregunta que Dios dirige al ser humano en el libro del Génesis no pretende, al igual que la primera, descubrir la ubicación de una persona, en nuestro caso la ubicación geográfica de Abel, sino de alentar la pregunta por el sentido de la vida: ¿Dónde está tu hermano?  Se trata de la pregunta por el otro, por las relaciones que nos constituyen y que todo ser humano habrá responder de una forma o de otra a lo largo de la vida. 

 

Bien podemos afirmar que cada vez que nos preguntamos o nos vemos interpelados por el otro, se desata un movimiento interior que interpela y despierta sentimientos y preguntas de distinto tipo. En años posteriores al concilio Vaticano II era frecuente escuchar entre los cristianos una frase que decía: “quién una vez abrió los ojos, ya no puede volver a dormir tranquilo”. La pregunta por el hermano nos impele a abrir los ojos y mirar al otro. El conocido filósofo Emmanuel Lévinas llegó a sostener que el verdadero humanismo es la responsabilidad absoluta por el otro y destaca al rostro del otro, del hermano, como el desencadenante de la ética. Llega, incluso, a afirmar que son los otros quiénes nos constituyen. 

 

En efecto, la pregunta por el hermano entraña la pregunta por el sentido de la vida. En la relación con los otros descubrimos que estamos hechos para la relación y que somos relación. En este contexto ayuda recordar que el origen (etimología) de la palabra hermano remite a “germen” o “brote”, en el sentido de capullo, yema, retoño, etc. ¡Qué hermoso y significativo que la palabra “hermano” provenga o tenga relación con esas realidades! Esos conceptos aluden a la vida que viene, como si se tratase de los albores de realidades que contienen vitalidad y que están llamadas a crecer. Los brotes anuncian vida de muy diferentes maneras ya como frutos, ya como aromas y colores, en definitiva, como signos de esperanza y como anuncio de la belleza que todo lo recrea.

 

¿Dónde está tu hermano?, es una pregunta que nos remite, entonces, a la vida que viene, a la vida que se puede construir; a la vida que se puede esperar.  ¿Dónde está tu hermano?, es la pregunta fundamental que hemos de hacernos para encontrar sentido a nuestras vidas. El libro del Génesis nos recuerda, de esta manera, que la vida pasa por el encuentro con el otro a la espera de ser hermanos, de compartir la misma sangre y los mismos sueños. La pregunta nos ayuda a descubrir que somos seres radicalmente sociales, que somos desde los otros y con los otros. El “yo”, tan inflado y protegido por nuestra cultura, viene del tú. ¡Los otros nos llamaron a la vida! ¡Los otros son constitutivos de nuestra propia identidad! Son los otros quienes nos enseñaron a hablar, a imaginar, a amar y a soñar.

 

Renunciar a ser hermano, es acallar y aplastar el llamado radical de la vida. Renunciar a los propios orígenes, renunciar a la pregunta por el hermano, en el sentido profundo de la palabra, conlleva la muerte. Eso fue lo que hizo Caín. Cuando bajó la cabeza y no vio a su hermano, destruyó la fuente de la vida. Por ese motivo, el Génesis afirma: “maldito seas lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra.” (Gn.4, 11-12). Cuando se afirma que Caín andará errante y vagabundo por la tierra de Nod ofrece una clara alusión a caminar sin norte, sin sentido, sin saber por qué ni para qué vivir. Por ello, siempre que se ignore o desconozca al hermano y todo lo que ello supone, se terminará masticando el barro del fracaso. Los distintos emprendimientos y proyectos serán en vano y la vida de unos y de otros se escurrirá de nuestras manos para hundirnos en el sinsentido, por no decir en la mera animalidad.  

 

¿Dónde está tu hermano?, es la pregunta que emerge cuando reconozco que existen los otros y que sólo con ellos, los otros, los hermanos, es posible vivir con sentido. La Palabra de Dios se acerca como pregunta y para que miremos a los otros como hermanos, es decir, como promesa de vida. También cabe afirmar que cada vez que miro al otro y me dejo interpelar por él, podré intuir la presencia de Dios que me invita a vivir con sentido.  

 

 

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