¿Por qué los mataron? 31 años después, se hizo justicia, aunque parcial

25 de Setiembre de 2020

[Por: Juan José Tamayo]




Madrugada del 16 de noviembre de 1989. Militares del batallón Atlacatl, el más sangriento del Ejército salvadoreño, entraron en la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas (UCA) de San Salvador y, en cumplimiento de una acción planificada y decidida por la cúpula militar salvadoreña, asesinaron salvajemente al rector de la UCA, el jesuita Ignacio Ellacuría, a cinco compañeros de la Compañía de Jesús, a la empleada doméstica Julia Elba Ramos y a su hija Celina, de 15 años. Diferentes testimonios sitúan al presidente de El Salvador, Alfredo Cristiani, en las dependencias militares, tras cometerse los asesinatos. 

 

Con 31 años de retraso, la Audiencia Nacional Española ha condenado a 133 años de prisión al entonces viceministro de Seguridad Pública de El Salvador Inocente Orlando Montano –su culpabilidad nos e corresponde con su nombre- como responsable de cinco de los ocho asesinatos. Por fin se ha hecho justicia, pero solo parcialmente, porque la condena ha sido por los asesinatos de los jesuitas españoles, quedando impunes los del jesuita Joaquín María López y López y las dos mujeres, por ser salvadoreños. El juicio se ha celebrado en España y no en El Salvador por la deliberada impunidad que aseguraron los poderes públicos de El Salvador a los culpables. 

 

Las tres personas salvadoreñas asesinadas no pudieron ser juzgadas en España como consecuencia de la modificación de la ley de Justicia Universal de 2014 durante el gobierno del Partido Popular. ¿Para cuándo va a celebrarse en El salvador un juicio con todas las garantías que condene a los demás responsables del óctuple asesinato?     

 

La pregunta que me viene rodando desde que los mataron y que me hago en mis frecuentes viajes a San Salvador como profesor de la UCA mientras recorro con profundo respeto y devoción religiosa los lugares donde se produjeron los hechos sangrientos es ¿por qué los mataron? No fue, ciertamente, por su colaboración con la guerrilla, de la que los acusaron torticeramente y con maledicencia algunos sectores eclesiásticos de la Iglesia salvadoreña e incluso del Vaticano durante el pontificado de Juan Pablo II y la presidencia del cardenal Ratzinger de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Las mujeres y los hombres asesinados eran personas de paz, que nunca empuñaron un arma y condenaron siempre la violencia. 

 

Cuatro fueron, a mi juicio, las verdaderas razones del óctuple e irracional asesinato. La primera, porque analizaron críticamente a través de investigaciones rigurosas la realidad yendo a la raíz de las injusticias sociales y de la violencia estructural del sistema, ofrecieron una narrativa alternativa a la oficial a la ciudadanía salvadoreña, latinoamericana y mundial y señalaron a los culpables. Y eso, afirma Jon Sobrino, no se perdona. La segunda fue la constante denuncia profética que, siguiendo la estela de monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado en 1980, hicieron de la alianza de los poderes políticos, militares y económicos, con el apoyo de algunos sectores del clero y del episcopado, y de los escuadrones de la muerte como instrumento del que se sirvieron dichos poderes.

 

La tercera razón fue porque practicaron la opción evangélica por las personas empobrecidas y los sectores más vulnerables, vivieron la ética de la compasión con las víctimas, defendieron la vida de las mayorías populares y del “pueblo crucificado”, en expresión de Ellacuría, amenazada a diario en el infierno de la muerte en que se había convertido El Salvador tras diez años de guerra y mostraron su solidaridad con el dolor de las familias cuyos miembros eran asesinados. En cuarto lugar, defendieron la vía del diálogo y la negociación para terminar con el conflicto y lograr la paz y la justicia, ambas inseparables, como afirma el salmo 84 de la Biblia hebrea, conocido y practicado por las personas asesinadas: “la justicia y la paz se besan” y como profetiza Isaías: “La obra de la justicia será la paz, y el servicio de la justicia, reposo y  seguridad para siempre”. 

 

Hablando en términos teológicos, anunciaron el Evangelio como buena noticia de liberación y supieron conjugar la denuncia profética con la esperanza de “otro Salvador posible”, como concreción histórica de la utopía del reino de Dios. Coincido con el filósofo Carlos Molina, profesor de la UCA, en que, por paradójico que parezca, “muchas comunidades de creyentes y no creyentes, comprometidas con la emancipación humana, encontraron en la vida y la muerte [de las ocho personas asesinadas] una razón y una inspiración para luchar”.   

 

Juan José Tamayo es director de la Cátedra “Ignacio Ellacuría” de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid y autor, en colaboración de José Manuel Romero, de Ignacio Ellacuría. Teología, filosofía y crítica de la ideología (Anthropos, 2019).

 

 

Imagen: https://jesuitas.lat/es/noticias/257-en-memoria-de-los-martires-de-la-uca-28-anos-despues 

 

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